un juzgado de Donostia ha convertido un más que probable bodrio cinematográfico del nueve largo en mártir de la libertad de expresión. De propina, el togado de turno que dictó -cómo dispara la cachondina ese verbo- la prohibición de proyectar el paquete visual le ha agenciado a su director el Premio Especial del Público de la Semana de Cine Fantástico y de Terror, concedido por esa mezcla de compasión y ardor guerrero que nos entra cuando ocurren estas memeces. La justicia poética ni es justicia ni es poética. Contentos se han tenido que ir de Odonlandia los responsables de las otras películas al ver que, además de un argumento sólido, una fotografía lograda y un montaje apañado, se valora la capacidad para alborotar meapilas.
Sí, ya escucho el clamor indignado de los muy cafeteros de las bellas artes en general y la cinefilia en particular. ¿Que cómo me atrevo a hablar así de algo que no he visto o, peor aún, de una exquisitez suprema para cuya evaluación no está dotada mi mente inferior? Pues acogiéndome a lo mismo de lo que ellos se han investido en adalides a cuenta de la gachupinada judicial. Sólo hago uso de mi libertad de expresión para proclamar que los cinco minutos de A serbian film que me he echado a los ojos cantan a provocación gratuita de plexiglás que es un primor. Me parece bastante más transgresor el Caca, culo, pedo, pis de Enrique y Ana. O Marisol rumbo a Río, mi peli-fetiche, que leída entre líneas (fijándose sólo en las impares) y vista en decúbito marsupial en compañía de dos gintonics, resulta un demoledor alegato antisistema.
Lo que clama a veintitrés cielos es que llegue un juez o jueza al galope y, encizañado o encizañada por una patulea de talibanes de la cruz, impida que cada quien se castigue la retina con el pestiño que le dé la gana. Quien ha actuado así se sabrá todo el Aranzadi de memoria, pero no tiene ni pajolera idea de cómo funciona el circo de la comunicación. Y anda que no dan clases gratis cualquier tarde o cualquier noche por la tele.
Antes de la prohibición (cautelar, qué risa), sólo un pequeño grupo de iniciados conocía la existencia de la cinta de marras. Ahora, miles de curiosos la buscan y se la descargan. Aquí, un pan; aquí, unas hostias. Por fortuna, consumimos la presunta actualidad con tal voracidad, que si no seguimos engordando la bola (mea culpa, de acuerdo, es lo que estoy haciendo yo ahora mismo), en un par de días nos entretendremos con otra cosa. Con censuras más cercanas e hirientes, por ejemplo.