decíamos un día de éstos que revisando los sucesos ocurridos en el pasado, resulta habitual reaccionar pensando que no hay nada nuevo bajo el sol, lo que implica creer que los hechos que pasaban en otros tiempos, siguen acaeciendo, de manera muy parecida en la actualidad. Otros pensarán que cualquier tiempo pasado fue mejor y seguramente se equivocan, tanto como los que hoy creen que nuestra vida, comparada con la de nuestros ancestros, es un paraíso. Aunque los problemas ahora sin duda son otros, las personas seguimos siendo esencialmente como hemos sido siempre.
Pero sin entrar en disquisiciones y ciñéndonos a la historia, hay hechos incontestables. En poco más de dos siglos, nuestra tierra padeció diversos conflictos. La invasión de los republicanos franceses durante la Guerra de la Convención (1794-1795), en la que resultó incendiada la localidad de Hermua, en la Barrundia; la guerra contra las tropas de Napoleón (1808-1813); la sublevación contra el gobierno liberal de Madrid, conocida como la Guerra de los Siete Años (1833-1839), que ha pasado a la historia como Primera Guerra Carlista, la cual tuvo una repetición entre 1872 y 1876; por fin, el golpe de Estado de julio de 1936, contra el gobierno de la II República Española, que se convirtió en guerra atroz y desembocó en la larga dictadura.
Todo ello sin mencionar otros episodios de violencia que no han llegado a merecer la calificación de guerras. Uno de ellos es el acaecido entre 1820 y 1823, durante el llamado Trienio Liberal. Como es sabido, en la guerra contra el Imperio Napoleónico, los súbditos de Fernando VII lucharon denodadamente para que éste recuperara el trono que le había sido arrebatado por los franceses. Recobrada la corona, Fernando VII retornó a un gobierno de carácter absolutista, que desagradó a un amplio sector que se autodenominaba liberal, mientras que con diversos matices era aceptado por otro, que conocemos como realista, tan amplio o más que el anterior. Esto dicho a grandes rasgos, ya que la situación era bastante más complicada.
La cuestión es que en 1820 un grupo de militares dio un golpe de Estado y obligó al rey a jurar la Constitución, implantándose un gobierno ultraliberal. Las medidas que tomó este gobierno disgustaron a muchos, entre ellos a gran parte de los naturales de la Llanada. Esta oposición se sustanció en la creación de partidas armadas, que emprendieron la lucha contra el gobierno.
El día de Jueves Santo de 1821, estando reunidos en la casa consistorial los miembros del Ayuntamiento de Agurain, éstos fueron arrestados por una fuerza al mando del Ayudante Mateo Luzuriaga, mientras otros hombres armados entraron en la villa escalando las murallas, para recorrer las calles al grito de ¡Muera la Constitución, viva el rey absoluto, la patria y la religión!. A su cabeza estaba el subteniente José de Uranga, jefe del Resguardo montado, una especie de policía de la época, quien, según el expediente que figura en los archivos, contaba con "la colaboración nada despreciable del elemento eclesiástico". Los sublevados, que se dice eran unos 2.000, cifra a todas luces exagerada, hicieron prisioneros sin demasiada oposición a una compañía de Voluntarios Nacionales, a quienes despojaron de sus armas, uniformes y municiones. Estos voluntarios, que al parecer no mostraron mucho ardor guerrero, eran naturales de Agurain y de los pueblos de su comarca. Los realistas colocaron pasquines por la villa y arrestaron a algunos conspicuos liberales, entre ellos a Bernardo de Zubia. Finalmente la rebelión fue sofocada y se procesó militarmente a los detenidos. De los trece curas que formaban entonces el cabildo de Salvatierra, para una feligresía de unos 2.500 fieles, fueron arrestados siete. El gobierno ejecutó a muchos de los sublevados, incluidos los eclesiásticos.
revancha Tras la caída del gobierno liberal, en octubre de 1823, los realistas se buscaron la revancha. Se dio el caso de un tal Miguel de Aguirre, a quien se acusó de haber manifestado ante testigos en una taberna de Agurain, entre otras cosas, que "se volvería a establecer la Constitución en España, que no le pesaba el ser constitucional y que lo ha sido y siempre seguirá su opinión".
Aguirre fue detenido declarando que había dicho todo aquello en estado de embriaguez y admitiendo "haber sido miliciano en el tiempo del sistema constitucional", pero que lo hizo "sin el debido convencimiento y por comer y beber". Le fueron embargados sus bienes, por lo que su mujer, Florentina Calle, protestó, ya que, en su opinión, "los bienes de las mujeres no son responsables ni están sujetos a ninguna paga por atroces que sean los delitos de los maridos". Por fin Aguirre fue puesto en libertad, aconsejándole las autoridades que "diera pruebas positivas de su desistimiento del sistema constitucional" y "absteniéndose también de la borrachera y de propasarse, ni excederse en beber vino de un modo irregular y de manera que le trastorne los sentidos". Lo dicho, que no hay nada nuevo bajo el sol.