El buen tiempo acompañó a los miles de asistentes a la tradicional romería de Olarizu, que se celebra cada año el primer lunes tras la Natividad de la Virgen, desde el siglo XIX, para honrar a la amatxo que da nombre al lugar. A pesar de que no suele ser lo habitual, ayer los vitorianos pudieron dejar el paraguas en casa y disfrutar de las múltiples tradiciones que ofrece esta fiesta popular, desde la visita a los mojones hasta el clásico talo regado con una buena botella de sidra.

Lo cierto es que aunque el grueso de la población acudió a media tarde a las campas de Olarizu para disfrutar tumbada al sol de la gastronomía alavesa, la jornada había comenzado mucho antes. Los más madrugadores acudieron puntuales a la cita para revisar los mojones que delimitan el territorio. De hecho, a las 9.00 horas, el alcalde y los concejales del Ayuntamiento esperaban en la Plaza España a que la Banda Municipal de Txistularis diera el pistoletazo de salida para desplazarse hasta Lubiano para inspeccionar los hitos de esta localidad.

El recorrido continuó después por los pueblos de Junguitu, Matauco, Oreitia, Villafranca y Andollu, hasta completar los 9,6 kilómetros que delimitan esa muga del municipio gasteiztarra desde tiempo inmemorial.

Por ello, la comitiva municipal cambió su tradicional indumentaria de traje y corbata. Se calzó las deportivas y una vestimenta más cómoda para recorrer los mojones que delimitan el término municipal de la ciudad de Vitoria. En el hito número 333 esperaban impacientes las cincuenta personas que días antes se habían inscrito en los centros cívicos de la ciudad para acompañar al alcalde y a los concejales en el recorrido. Aunque eso sí, mucho mejor preparados, con bastones y algún palo de avellano para ayudarse en los tramos más difíciles.

No obstante, a pesar de que el buen ambiente reinaba entre los asistentes, los ciudadanos estaban "enfadados" con el alcalde de la ciudad. Tanto es así, que Patxi Lazcoz no se libró de una buena regañina por parte de un jubilado, Paco Lekuana, que le recriminó que este año el Ayuntamiento les hubiera hecho entrega de unas recomendaciones para el recorrido "que ya conocen montañeros como ellos" y en las que se señalaba que debían caminar por detrás de los representantes de la Corporación municipal.

Pero ahí no quedó todo, Lekuana protestó también porque en esta ocasión el Ayuntamiento no les diera bocadillo para almorzar por la actual situación de crisis: "¿Qué son cincuenta bocatas más?", preguntó. Finalmente increpó al primer edil que no deberían haber ido a Bruselas para ahorrar, lo que causó una gran carcajada en Lazcoz.

Tras este divertido episodio, la comitiva continúo con el recorrido hacia el hito número 334 -último que supervisó el alcalde, según argumentó "por motivos laborales"- encabezada por el concejal de Seguridad Ciudadana, José Manuel Bully, que marcaba el ritmo a buen paso.

Alubiada popular Sin lugar a dudas, la alubiada popular fue el acto que congregó a más gente en las laderas del monte de Olarizu. A pesar de que la visita a los mojones fuera la primera actividad programada del día, lo cierto es que algún vitoriano ya hacía cola desde primeras horas de la mañana, ataviado con mantel, platos y demás enseres necesarios para dar buena cuenta de los manjares, que se debían repartir a las 13.00 horas. En ese momento, el disparo de cohetes desde los pueblos de Gasteizmendi, el volteo de campanas y el ángelus dieron comienzo a la romería de Olarizu, la última actividad festiva que en Vitoria marca el final del verano y el inicio del curso escolar y laboral. No obstante, el buen tiempo hizo inevitables las largas colas para degustar el plato de legumbres con chorizo junto a un vaso de vino de Rioja Alavesa que se repartió como cada año entre los asistentes al evento y en la que participó este diario.

A pesar del éxito de la alubiada, la mayoría de los vitorianos acudieron a Olarizu a media tarde, después de haber cumplido con sus obligaciones y quehaceres diarios. Una sabrosa estampa les dio la bienvenida a los visitantes que antes de llegar a la campa se encontraron con enormes chorizos, quesos de muy diversas procedencias, grandes panes cocidos en horno de leña y, por supuesto, pasteles vascos, todo tipo de bizcochos y degustaciones, sin olvidar las tradicionales rosquillas de anís, que a más de uno abrieron de nuevo el apetito.

A escasos metros, en los enormes jardines que comenzaban a poblarse, el aroma que emanaban las txoznas eran la tortura perfecta para todas las dietas. Y es que los tradicionales talos de queso, chorizo y pintxos de txistorra bien valían la pena hacer una excepción. De hecho, numerosos grupos de jóvenes degustaban este típico plato, regado con sidra o txakoli.

No obstante, no todo fue comer y beber, la tarde estuvo repleta de actividades para todos los públicos. Muchos decidieron subir hasta la cruz para disfrutar a lo grande con los herri-kirolak y cumplir con la tradición. Otros, en cambio disfrutaron bajo el sol de la animación musical a cargo de la Banda de Gaiteros y Trikitixas de la Academia Municipal de Folklore. Los más pequeños de la casa pudieron disfrutar de espectáculos de danza, teatro de calle, comparsa de gigantes y cabezudos y, por supuesto, los castillos hinchables.