Ojos anegados de emoción, abrazos y muchos besos, junto a la promesa de volver pronto, fueron las escenas de despedida que se vivieron ayer en el aparcamiento del centro cívico de Sansomendi poco después de que el reloj marcara las 16.30 horas. Quienes no pudieron ocultar las lágrimas fueron los más pequeños que, desconsolados, vieron partir, entre sollozos, a los que durante unos meses han sido sus hermanos y compañeros de juegos.

Han pasado dos meses desde que a mediados de julio, un total de 41 niños saharauis dejaran el intenso calor y las incomodidades de la vida en los campamentos de refugiados de Tinduf (Argelia) y pusieran rumbo a la capital de Euskadi, gracias al programa Vacaciones en paz que hace posible que niños de entre siete y doce años, que viven durante todo el año en una de las zonas más duras del desierto del Sahara en las que el pueblo saharaui lleva 32 años viviendo en el exilio, puedan por unos meses seguir un régimen alimenticio adecuado, ser sometidos a revisiones médicas y descubrir los árboles, el mar, o algo tan sencillo como el agua que sale al abrir un grifo o la electricidad.

Para el pequeño Ayou Mohamed, de ocho años, ésta ha sido su primera experiencia lejos del campamento. A pesar de que su madre de acogida aseguraba que disponen de generadores eléctricos, reconocía que cuando los pequeños vienen por primera vez todo es nuevo para ellos. "No entendía que le bañáramos cada día y nos aseguraba, sorprendido, que no estaba sucio", explicaba Alicia Arenal.

Y es que la crisis -palabra que ni siquiera conocen los niños saharauis- quiso empañar la alegría de estos pequeños y apagar su sueño. Sin embargo, finalmente el pueblo alavés demostró, a pesar de las dificultades, su solidaridad con los más necesitados. Blanca Regúlez, de la Asociación de Familias de Acogida de Niños Saharauis (Afanis), reconocía en la recepción a estos pequeños las dificultades que han tenido para poder acoger al mismo número de niños que el curso anterior. "El tema de la crisis lo hemos sufrido mucho, aunque finalmente pudimos traer a los mismos niños que en 2009. Pero este año nos ha costado muchísimo más conseguir la financiación y encontrar familias acogedoras", apuntaba.

Los intensos y profundos ojos marrones de Ayou se iluminaban al hablar de la tortilla de patata. Sin embargo, otros preferían su propia gastronomía. "Prefiero el pescado de lata de mi casa", aseguraba la pequeña Fatimechu Slchusan, acogida este año por primera vez por una joven pareja que no podía ocultar las lágrimas al ver partir el autobús que llevaba de vuelta a casa a la pequeña.

A pesar de que los primeros días son difíciles tanto para el niño como para la familia de acogida, por los problemas con el idioma y la timidez propia de quien está en casa de unos completos desconocidos, todas las madres coincidían en que "estos chavales son muy listos y aprenden enseguida".

María Ángeles Goiriena reconocía que el primer año fue muy duro. "Se pasaba los semáforos en rojo, no miraba si venían coches... Como en donde ellos viven no tienen... Pero enseguida se hacen". Asimismo, la mami vitoriana de Meska Chej, un pequeño de 10 años, aseguraba que los primeros días no son fáciles. "Al principio te preguntas por qué te has metido en esto, pero es una experiencia maravillosa y Meska ya lleva tres años viniendo con nosotros. Ha aprendido incluso a decir palabrotas", explicaba. "Es que se le escapan a papá", confesaba.

Entre sus actividades favoritas, todos coinciden en señalar la piscina o la playa como sus lugares preferidos. Incluso hay quien ha visto la nieve. Eso sí, artificial. "Me llevaron a hacer snow a Barcelona y me gustó mucho, aunque me caía todo el rato", recordaba Meska Chej mientras jugaba con su hermano pequeño de Vitoria.

Hameida Eluali tiene nueve años y éste es el tercer año que viene a España. Sin embargo, ha sido su primera vez en Vitoria, ya que la familia vivía antes en Cataluña. Además de "enamorarse" del Deportivo Alavés ha montado en bici y ha ido a las piscinas. "Me encantan los parques y las flores", explicaba Hameida. Y es que allí es "todo desierto". Su madre, Ana López, señalaba que el pequeño preguntaba por el nombre de todos los árboles. "En Semana Santa estuvimos allí para visitar a una pequeña que tuvimos, pero que al cumplir los doce años ya no puede venir más y las condiciones son horribles", explicaba. Sin embargo, a Hamedia le quedan todavía dos años para cumplir los doce, así que el año que viene volverá y la familia ya cuenta los días para reencontrarse con él.