la tejera. Ayer se cerró el círculo. Se había iniciado hacía 74 años, cuando a Primitivo Fernández de Labastida, de 35 años, un grupo de requetés se lo llevó de su casa y nadie le volvió a ver. Lo mismo le sucedió al matrimonio de labradores de la localidad burgalesa de Villanueva de Soportilla, Mónica Barrón del Val y Florentino García Valencia. El rastro del trío se perdió el 3 de septiembre de 1936 y se congeló durante siete décadas y media en una cuneta cercana a la localidad de Espejo, un lugar conocido hasta ayer mismo como "el hoyo de los muertos". Ayer, vecinos, familiares, amigos y miembros de la Asociación Ahaztuak rebautizaron el emplazamiento como "la curva de la libertad" y sintieron una mezcla de emoción, alivio y rabia al contemplar el lugar en el que los fascistas abrieron una fosa común para ocultar los tres cadáveres. "Estamos encantados de que mi padre repose en el cementerio, donde debía de estar. La pena es que no hayamos podido hacerlo mucho antes, aunque está claro que el esfuerzo ha merecido la pena", reconocía enternecida Pilar, una de las dos hijas de Primitivo presentes en el acto. Nunca llegó a ver su rostro en vida. Nació diez días después de que su padre fuese asesinado.
Pero el círculo cerrado ayer, tal y como recordó Martxelo Álvarez, portavoz de Ahaztuak, representa un pequeño eslabón de una larga cadena, la de la memoria histórica. "La dejadez que hemos sufrido durante 70 años también es simbología fascista", recordó.
El homenaje dio comienzo pasadas las 12.30 horas de ayer en una de las curvas de la Tejera, a medio camino entre Pobes y Espejo. La misma en la que los miembros de la Sociedad Aranzadi procedieron a la exhumación de los tres cadáveres el pasado mes de junio. Más de medio centenar de personas entre vecinos de la zona, amigos, miembros de Ahaztuak y familiares se congregaron en torno a una roca cubierta por una ikurriña y una bandera republicana tricolor. Iluminación y Pilar, las hijas de Primitivo, el único de los tres que dejó descendencia y también el único de los tres del cual se conserva una fotografía, las retiraron para dejar al descubierto una placa conmemorativa. Una leyenda que recuerda que "su único delito fue defender la libertad, la justicia social y la voluntad popular expresada en el Gobierno de la II República".
Tras pronunciar unas palabras en recuerdo de los tres asesinados, una dantzari les rindió homenaje con un aurresku. A continuación, se depositaron claveles rojos sobre la piedra que marca el lugar de la tragedia y se plantaron tres árboles, uno por cada uno de los desaparecidos. Incluso las especies elegidas encerraban una simbología. Dos acebos, de difícil arraigo en la tierra, en recuerdo de Primitivo y Florentino. Un arce, ejemplo de pureza, como ofrenda a Mónica. No faltaron ni los halagos ni los reproches. Los primeros, dirigidos a los miembros de Ahaztuak, Aranzadi y a los vecinos de la zona que, con sus testimonios, supieron guiar los pasos de los investigadores hasta la fosa. Eduardo, uno de los residentes que aportó parte de la información necesaria para resolver el puzzle, recibió una figura de recuerdo con dos manos entrelazadas, de manos de una de las hijas de Primitivo. Otra fue a parar a manos de Martxelo Álvarez. Los reproches se orientaron al Gobierno Vasco que, tras las elecciones y el cambio de rumbo político, dieron largas a la familia y se limitaron a pedirles que esperasen. "Gracias a todos los que nos habéis ayudado a encontrar al abuelo, habéis cambiado la espera por esperanza", señaló emocionada Nieves, nieta de Primitivo.