VITORIA.- Este programa se lleva realizando desde hace 20 años. Tras su llegada el pasado 21 de julio, estos jóvenes han podido disfrutar, en compañía de las familias vascas de acogida, del sol y la playa, así como del aire saludable de la Comunidad Autónoma Vasca, pudiendo recuperar fuerzas para afrontar el duro invierno ucraniano sumado a ello el sequísimo clima que ha arrasado gran parte de la zona en la que viven diariamente junto con los índices de radioactividad que a largo plazo les provocan problemas de salud.

Por estas razones, estos dos meses han supuesto una desconexión total de la realidad en la que viven. Las diferentes familias dan todo su tiempo a estos chavales aportándoles cariño, cuidados y recursos que en su país no poseen. El poder recuperarse de las enfermedades que tienen es el primer objetivo y después poder conocer lugares nuevos y una cultura diferente está en un segundo plano.

Durante su estancia, aprenden el idioma de manera rápida y enseguida consiguen nuevas amistades con las que mantienen el contacto durante todo el año.

Sin embargo, la despedida es un momento agridulce. Los que por un tiempo han sido sus cómplices de juegos tendrán que despedirse de ellos hasta el año que viene en el que esperarán impacientes la llegada de los pequeños con nuevas rutas y mejores planes. Muchos recogerán al mismo niño y otros, en cambio, conocerán a uno nuevo que les aportará felicidad y un punto de vista diferente de lo que para ellos es poder tener una nueva vida, aunque sea durante un tiempo corto.