Cuando el pasado 9 de enero José Ignacio Munilla cogía el báculo que le convertía en prelado de San Sebastián, la expectación en la catedral del Buen Pastor de la capital donostiarra era máxima. Lo que parecía un simple acto ritual, repetido en muchísimas ocasiones con anterioridad, supuso la confirmación de meses de convulsión social y política desde que el Vaticano hiciera oficial este nombramiento.
La elección del citado prelado conllevó un acalorado debate político. Sobre todo, por las connotaciones que, tanto propios como extraños, adjudicaban a lo que muchos consideraban el inicio de una nueva trayectoria dirigida, en parte, desde el sector más conservador de la Iglesia española, aquél afín a Rouco Varela en la Conferencia Episcopal. La designación de Munilla fue para estos colectivos la confirmación del giro adoptado por los purpurados desde Madrid, un cambio que tenía que ver más con lo político que con lo eclesiástico y que se anunciaba desde varios grupos como el inicio de una pérdida del tinte nacionalista en la Iglesia vasca.
Varios meses después de la polémica, la intranquilidad ante la posibilidad de futuros cambios gestionados muy lejos de las diócesis vascas sigue planeando sobre ciertos sectores. El malestar entre algunos fieles de las comunidades cristianas continúa al sentirse de alguna forma excluidos de unas decisiones que les afectan directamente. Pero, ¿cómo ve la iglesia de base alavesa las últimas decisiones tomadas por la jerarquía eclesiástica y lo que éstas suponen?
Quizás esta controversia sea la causa que ha llevado al Obispado de Vitoria a rehusar contestar a este periódico a ésta y otras preguntas sobre el presente y futuro de la diócesis provincial aduciendo que "no se estima oportuno responder esas cuestiones". Pero a pesar de los dimes y diretes, algunos lo tienen muy claro. Es el caso de José Ignacio Calleja, profesor de Teología, que considera que se está llevando a cabo una reforma global de la Iglesia en Euskadi, que se prolongará durante los próximos 25 ó 30 años y que dará una nueva orientación a lo conocido hasta la fecha. "Hasta ahora en el País Vasco ha primado más una cercanía del pueblo a la Iglesia que ha dado resultados, pero no tantos como los que se esperaban. Había una trayectoria interesante con la sociedad, pero en sitios con más autoridad y espiritualidad se obtienen resultados iguales. Así que hay quienes piensan que deben apostar por otras cosas. El cristianismo vasco es muy abierto, pero hay uno diferente que también está ahí", explica.
Por ello, asegura que se apuesta por una despolitización que dé marcha atrás a la línea mantenida hasta ahora. "El conflicto vasco nos ha ocupado mucho para intentar que la comunidad no se rompa y sea capaz de hacer un esfuerzo de distintos que sean capaces de vivir. Ahora se entiende que esto no es asunto de la Iglesia, sino de la moral", resume.
Algunos ven que esta involución tenderá más a lo espiritual y dejará de lado lo social con el posible divorcio que esto implique entre los creyentes de a pie y la cúpula. "Hay una cierta distancia entre la jerarquía y la iglesia de base. Una Iglesia que se aparte de lo que el pueblo vive, no sé qué puede llegar a ser", se pregunta el también profesor de Teología, Félix Placer.
Esta perspectiva no se comparte del todo desde el Opus Dei. "El mensaje de la Iglesia da respuesta a muchos de los interrogantes con que nos encontramos los humanos desde que tenemos uso de razón. Ayuda a centrar las coordenadas de la vida en su sentido mas profundo. El hecho de que seamos conscientes de la realidad de un Dios cercano y de la dignidad de las personas que conviven con nosotros nos lleva a una actitud de coherencia que se tiene que reflejar en la vida diaria. Espiritualizarse es lo contrario de animalizarse y tiene mucho que ver con humanizarse. Por lo tanto, no hay miedo a alejarse de la sociedad sino más bien al contrario, este mensaje lleva a enriquecer la realidad social con los valores que transmite", comenta el director de Comunicación de La Obra en Euskadi, Juan Carlos Mujika.
Y es que éste es uno de los puntos que más recelo genera entre los fieles. El hecho de no sentirse partícipes de las decisiones de una Iglesia de la que ellos no sólo forman parte, sino de la que suponen el principal pilar. "La gran mayoría de fieles, sin ser especialmente críticos, piden esa participación y, si no la hay, se lo van a tomar mal porque no se respeta esa mayoría de edad y su capacidad de pensar. Habría que ir hacia una Iglesia dialogante, abierta, solidaria y servicial. Esto es lo que haría a la Iglesia creíble", propone Félix Placer.
Cambios lejanos Una oportunidad que, aun así, no confían que se produzca en el caso de futuros nombramientos que, de momento, juzgan no llegarán a Álava a pesar de que en su día se rumoreó acerca de la posible llegada del que fuera obispo auxiliar de Oviedo, Raúl Berzosa. "Aquí, por el momento, Miguel Asurmendi continúa como obispo y no se habla de ningún cambio, pero es evidente que se continuará con la línea que se está marcando por el organismo superior", vaticina este profesor de Teología.
El también teólogo, Ramón Ibeas, tampoco ve factible el cambio en el territorio. "Álava es la más estable a nivel eclesial actualmente porque don Miguel, en estos momentos, le está dando estabilidad a la diócesis y ahora complicaría más poner a otro obispo que mantenerle. Estamos en el límite de la complicación y nadie quiere enrevesar más las cosas", evidencia.
El caso es que un cambio en la provincia supondría levantar nuevas ampollas en las comunidades cristianas. "Se están utilizando los nombramientos con otros fines y eso les duele, pero ellos van a seguir haciendo lo que creen que deben hacer. Y si lo pueden realizar con el obispo, encantados, pero si lo tienen que hacer sin él, pues también. La Iglesia ha crecido porque es tremendamente potente, cree en lo que cree, se mueve desde ahí y es capaz de soportar a un obispo por muy malo que sea", comenta Ibeas recordando que la iglesia de base ha sobrevivido épocas peores, como la del franquismo, siguiendo fieles a sus creencias.
Y es que lo no te mata, te hace más fuerte. Así lo ve Andoni Pérez Cuadrado, un creyente que se esfuerza en puntualizar que cada cual tiene su opinión y que las crisis "vienen bien para cambiar a mejor y hay que solucionarlas en casa, por los que quieren vivir dentro de la fe". Y aunque él considera que el diálogo es necesario, recuerda que la Iglesia nunca ha consultado sus decisiones. "El que de verdad quiere a la Iglesia tiene que ser crítico también. Y lo somos con esos nombramientos, pero la Iglesia no es democrática".
Así lo entiende también Juan Carlos Mujika. "Los fieles católicos sabemos que la Iglesia no funciona como un partido político. Tiene su propio sistema y éste se recoge en el Código de Derecho Canónico. Las designaciones las lleva a cabo el Papa, que tiene sus mecanismos para ser aconsejado en esta elección, donde juega un papel importante el asesoramiento de los nuncios en cada país", explica.
Pero si en algo coinciden todos es en que la pérdida de seguidores no se producirá por esta razón, ya que los feligreses se rigen por otros criterios. "La religión cristiana es una opción para personas fuertes. No sigo a ningún cura en particular, sino al mensaje de Jesús. Los obstáculos de la vida son ajenos a lo que es el día a día. Si te falla un cura y tú le fallas a Jesús, significa que tu fe no está arraigada", apunta Pérez Cuadrado.
Así lo ve también Ramón Ibeas que, como creyente y teólogo, considera que el cristianismo va más allá de las individualidades y ve que "los fieles que se pierden porque el obispo es malo, es porque eran fieles malos. Nosotros no creemos en el obispo, creemos en Dios y lo llevamos como podemos. El proceso de modernidad y secularización nos ha puesto en otros tiempos".
Consenso desde los pilares Lo que muchos tienen claro es que la continuidad en el seno de la Iglesia no implica necesariamente que no se vayan a expresar los desacuerdos. De hecho, las primeras críticas ya se han hecho patentes estos meses en forma de cartas en medios de comunicación o incluso reivindicaciones en publicaciones católicas. Pero no sólo eso. Ya hay algún sector de creyentes que está creando un grupo que genere un espacio de reflexión ajeno a los cargos eclesiásticos y que sirva en un futuro no demasiado lejano para hacer ver el parecer de los fieles de a pie a las altas jerarquías.
Se busca así, desde los pilares, un consenso y una cierta modernización de la Iglesia a los tiempos actuales, siempre desde las oportunidades que su doctrina ofrece. Una posibilidad de apertura que haga resurgir la buena imagen de que disfrutó y que produzca un mayor consenso entre todos sus estamentos.