Vitoria. Tal vez porque aún no son conscientes de su realidad o quizás porque el denominado alcoholismo de fin de semana todavía no ha lastrado sus vidas lo suficiente. Sin embargo, lo cierto es que los jóvenes han reducido su presencia en los grupos de Alcohólicos Anónimos (AA) durante los últimos años. Los menores de 26 años, que en 1994 representaban el 2,4% constituyen en la actualidad el 0,8%, y la franja de edad de entre 26 y 40 años, que en 1994 aglutinaba al 36,9% de los usuarios, se ha reducido en la actualidad al 23,1%.
Se incrementan, no obstante, los miembros de entre 41 y 60 años, que en el mismo periodo de tiempo han pasado del 50,2% al 56,5%. Precisamente, para difundir su labor y explicar en qué consiste Alcohólicos Anónimos, los cuatro grupos que operan en Vitoria -Arana, Casco Viejo, Adurza y Arriaga- aprovecharán que este jueves se celebra el 75 aniversario de la asociación para celebrar una charla a las 20.00 horas en el centro social Adurza, ubicado en la calle Heraclio Fournier. Allí, además de los propios miembros, intervendrán los otros protagonistas de esta historia: los familiares.
María y Antonio pertenecen al grupo de Arana, cuyos locales se abren de lunes a viernes de 20.00 a 21.30 horas en la trasera del número 14 de la calle Andalucía. Este horario obedece al hecho de que todos los miembros de la agrupación trabajan, así que luego cubren turnos de voluntarios. De hecho, también mantienen operativa la oficina los sábados entre las 18.00 y las 19.30 horas.
Cuando se les pregunta por la situación de los jóvenes y su integración -o falta de la misma- en los grupos, María y Antonio explican que Alcohólicos Anónimos no establece diferencia entre los miembros ni realiza tareas sociológicas. "De puertas para dentro, todos somos iguales. Hablamos y nos apoyamos los unos en los otros. Para poder entrar, sólo se exige una condición: el deseo de dejar de beber", aseguran. Explican que no existe una estructura fija para cada grupo, que hay gente que va y viene y que el núcleo estable se mantiene en torno a las 15 personas. Hay momentos determinados del año en el que se nota un repunte del interés por sumarse a la agrupación: a comienzos de año, cuando los propósitos de enmienda aún están frescos en la memoria y después de La Blanca, cuando los estragos provocados por los excesos de las fiestas llevan a más de uno a recapacitar en serio.
El grupo se autoabastece. No recibe subvenciones ni ayudas de ningún tipo, con lo cual no sufre injerencias externas. Sus miembros pasan una bolsa al final de cada reunión, cada cual aporta la cantidad que estima oportuna y con ese dinero se costean los gastos del alquiler del local, el agua y la luz. La limpieza la realizan los integrantes, voluntaria y rotatoriamente.
cambiar de vida "Se puede dejar de beber desde el primer día, pero lo difícil es mantenerte sobrio. Para eso es imprescindible cambiar de vida, de hábitos e incluso de amigos. Mis verdaderos amigos están aquí, porque sólo un alcohólico puede comprender a otro", expone Antonio. Él llegó al grupo de la mano de un amigo, con el que solía compartir barra y bebida. "Yo no creía tener problemas, pero me di cuenta de que sí. No había un día en que no bebiera. De hecho, no podía hacer nada si antes no me tomaba una copa, un marianito o una caña", recuerda. Lo intentó dejar por sus medios y no pudo, así que se unió al grupo y se pasó un año y medio alejado del alcohol. Sólo recayó una vez y desde entonces ni una gota en siete años. "Me di cuenta de que no podía manejar el alcohol, que el alcohol me manejaba a mí. Ahora hago exactamente lo mismo que hacía antes. Salgo, voy a la discoteca y subo al monte, pero sin beber. Y soy mucho más feliz porque me doy cuenta de que esta es la realidad", comparte.
María bebía a escondidas en su casa y su ex marido lo hacía en los bares. Llegó un momento en que, en busca de una mala entendida igualdad, traspasó la puerta de casa y comenzó a hacerlo también en los locales, donde el descontrol se hizo patente y público. Aunque la vergüenza le podía al día siguiente, siempre regresaba a la botella, que a punto estuvo de costarle la relación con sus hijos. Hasta que un día pasó frente a la sala Juan de Ajuriaguerra y dedicó unos minutos a una charla que ofrecía una mujer de la asociación. "Me sentí totalmente identificada. No me sentía alcohólica, pero me había pasado cinco años recayendo una y otra vez", asegura. Se unió al grupo y después de separarse sólo volvió a beber una vez más. Desde entonces han transcurrido 17 años. "Antes la bebida era mi excusa para soportar la vida que me había tocado, pero después de separarme ya no había justificación. Aceptar que era alcohólica fue una liberación, a partir de ese momento todo fue mucho más fácil", reconoce.