Salinas de Añana. La sal de la vida. Es lo que pretende lograr el proyecto de recuperación y rehabilitación foral del Valle Salado para el entorno de Añana. Una forma de rehabilitar la actividad económica y favorecer el retorno de la población que fue emigrando poco a poco a la capital cuando el negocio de la sal dejó de ser rentable por la gran competencia de la producción industrial.
Actualmente, la Fundación creada para redimir el Valle Salado trata de fusionar la sabiduría de los salineros de toda la vida con las posibilidades que ofrece un patrimonio que se encontraba degradado. Claro que, como casi todo en esta vida, la conjunción de ambas partes se hace a distintos ritmos. Mientras que los vecinos de Salinas de Añana esperan que la repercusión económica se refleje rápidamente en la localidad, los expertos son conscientes de que este tipo de planes requieren algo de tiempo para consolidarse.
Mientras tanto, todos esperan a que la inversión privada se anime para que el turismo cultural, que ya es todo un éxito, deje una inyección económica mayor. Para ello, se fija la vista en la necesidad de un bar mayor y un restaurante que pueda servir no sólo a turistas, sino también a trabajadores de la Fundación y a visitantes. También echan de menos algún recorrido cultural que enseñe los encantos del pueblo o incluso algún agroturismo más que permita ser la sede de los visitantes para descubrir los encantos del entorno.
vecinos
Más repercusión local
Salinas de Añana llegó a tener 1.100 habitantes cuando las salinas se encontraban a pleno rendimiento. Pero la pérdida del negocio de la sal hizo que los vecinos fueran abandonando la actividad y con ello, las salinas y el pueblo. Así las cosas, la Diputación creó una Fundación que llegó a un acuerdo con los propietarios de las eras para pagarles un total de 70.000 euros anuales por la explotación que hace una industria cercana y el alquiler de las terrazas salinas, un total de 5.000 pertenecientes a un centenar de propietarios. Algunos consideran que se ha perdido esa actividad económica y que todavía no se ve la repercusión esperada. "Ahora el proyecto no está repercutiendo en nada porque se necesita un restaurante en condiciones para que no tengamos que mandar a la gente a comer a otro lado y también un aparcamiento nuevo. Vienen excursiones pero no ven el pueblo", explica Tomás Fernández de Labastida.
Gloria María Estavillo viene de familia salinera. Su padre vivió de vender sal y aunque asegura que culturalmente se ha logrado un gran avance también considera que el pueblo necesita más comercio para beneficiarse del proyecto. "Lo que están haciendo va bien porque los del pueblo les han dicho cómo iba a ser mejor. Cuando termine quedará majo y ya se nota que va viniendo mucha gente pero al pueblo le dan poco porque después de la explicación, cogen el autobús y se van. Hay que hacer un bar y un restaurante o algo así", explica esta vecina de 84 años, que ha visto la evolución del pueblo.
Fundación
Por el futuro del entorno
Desde la Fundación del Valle Salado, su director gerente, Mikel Landa, vive volcado en la proyección del futuro del valle y su entorno. "Se está empezando la restauración y eso da trabajo a gente de la zona. Además, a todas las empresas que vienen se les pide que contraten personas de aquí si están capacitadas para los trabajos. Y se van haciendo cosas como las visitas, la feria de la sal, la restauración que van sumando", explica. Consciente de que las cosas de palacio van despacio, espera a que algún particular se anime a iniciar algún proyecto de hostelería que está seguro que tendría futuro. Y es que en 2009, 20.000 personas visitaron las salinas y se espera que este año el número se multiplique.
turismo
Encantados con la visita
Una de las repercusiones del proyecto que ya se ha hecho patente es el turismo cultural. Gente que se encuentra con el paraje y se sorprende como Ignacio, un canario que observaba atento las eras. "Vamos camino de Valderejo y hemos pasado por aquí para ver esto. Parecen como minas", comentaba intentando averiguar el funcionamiento de las salinas ya que no había concertado visita. Las que sí lo habían hecho eran Mª Luisa, Piedad y Mª Carmen que, a propuesta de la parroquia, se habían acercado hasta allí. "De año en año cambia. Nos han enseñado que usan madera en vez de hierro para que no se oxide porque la sal conserva la madera. El pueblo está muy bien arreglado pero tendrían que buscar otra actividad para llenar el horario y que la gente se animara a conocerlo", acordaban mientras repostaban en el bar.
comercio
Necesidad de más servicios
Precisamente el bar Gesaltza es el único que existe en el pueblo. No es muy grande y su dueño, Mikel Izquierdo, reconoce que un restaurante vendría bien. "Se empieza a ver movimiento de visitas y se nota que al bar viene más gente. Pero esto tiene que ir acompañado de más servicios, aparcamientos... La Fundación está haciendo mucha publicidad de esto y con el proyecto se ha conseguido que vengan personas que aquí no vendrían como mayores y turistas de Gipuzkoa y Bizkaia".