pekín. La hora de los milagros ha llegado ya a Qinghai. Hoy se cumplen cuatro días desde que el terremoto de fuerza 7,1 en las escala de Richter sembró la tragedia, y quienes todavía son rescatados con vida pueden asegurar con propiedad que han vuelto a nacer. Es el caso de una adolescente de 13 años cuyo rescate se siguió ayer en directo por el canal nacional CCTV. Su mirada perdida se descompuso en un intenso llanto nada más ser abrazada por uno de los soldados que estaba retirando los cascotes que la habían sepultado. Sin embargo, todos a su alrededor rompieron en hurras y aplausos. No es para menos porque, a partir de ahora, teniendo en cuenta el inexorable paso del tiempo y las temperaturas bajo cero que se viven a la noche, historias como la suya llegarán con un angustioso cuentagotas.
Además, los equipos médicos tienen que hacer frente ahora al fantasma de las epidemias. Afortunadamente, la climatología sí es de ayuda en este caso, ya que los cuerpos tardan más tiempo en descomponerse. No obstante, ayer ya se comenzaron a fumigar las tiendas de campaña en las que no todos los llantos son producto de la tristeza. A las 4.28 de la tarde, una nueva vida vio la luz en una de las tiendas de campaña azules que han llegado ya en masa. "El bebé ha traído esperanza a este lugar asolado", comentaba al rotativo oficial China Daily el médico que atendió el parto, Huang Changmei.
Y esa esperanza, por lo visto, es contagiosa. La madre de un segundo bebé nacido tras el seísmo, Bora, dio a luz de forma prematura debido a las contracciones que le había provocado el temor a los temblores. Ambos recién nacidos se encuentran en buenas condiciones, aunque todavía no tienen ropa con la que vestirlos.
desplazados Representan la cara dulce de una moneda amarga que ya ha costado la vida de 1.144 personas. El número de desaparecidos es de 313, con lo que los fallecidos podrían alcanzar los 1.500 y los heridos ascienden a 11.400. Unos 100.000 desplazados temporales necesitan también algún tipo de ayuda, y decenas de camiones del ejército se afanan por llevar las medicinas y los alimentos que necesitan a través de las maltrechas carreteras. En sentido contrario van los heridos graves, que tienen que recorrer 800 kilómetros hasta llegar al hospital de Xining, el centro más decente de la provincia. Todo el proceso se sigue al minuto por televisión e Internet, muestra de que este tipo de catástrofes ya no puede ser ocultado a la población por parte de las Autoridades, algo habitual en el pasado, cuando todo tipo de calamidades eran clasificadas como secreto de Estado. Por otra parte, el terremoto está siendo utilizado por el Departamento de Información del Gobierno para lanzar mensajes conciliadores, con un claro tinte de propaganda, hacia la minoría tibetana, una de las más afectadas por el terremoto. De hecho, la furia de la Tierra se ha sufrido en una zona que el Gobierno tibetano en el exilio considera parte de lo que denominan como el Gran Tíbet, donde se vivieron altercados tras los disturbios que incendiaron la capital de la Región Autónoma, Lhasa, en 2008.
En la pequeña pantalla se suceden las imágenes de abrazos entre tibetanos y ciudadanos de la etnia mayoritaria han, e incluso se han enviado grupos de intérpretes para que los médicos recién llegados, y que no se hayan visto afectados de forma severa por el mal de altura, puedan comunicarse con sus pacientes del techo del mundo. Al fin y al cabo, el Partido Comunista es un acérrimo defensor del refranero. Y ya se sabe que no hay mal que por bien no venga. Dar una buena imagen frente a la siempre complicada población tibetana no tiene precio.