pekín. La ayuda a las personas afectadas por el terremoto en China tenía que llegar en tan sólo 24 horas. Y así ha sido. Los equipos de rescate, que suman ya 2.000 efectivos en la zona del desastre, trabajan sin descanso para aprovechar los primeros días después del seísmo, cruciales para la supervivencia de aquellos que han quedado sepultados por los escombros.

Los soldados y los bomberos recién llegados se enfrentan al mal de altura que provocan los 4.000 metros de altitud a los que se encuentran los núcleos urbanos afectados, y son habituales los mareos. Pero no hay tiempo que perder. Cuanto más excavan, más patente se hace la tragedia que ha provocado el terremoto que el miércoles sacudió la provincia china de Qinghai, en el centro oeste del país.

El número oficial de fallecidos asciende a 617 y, curiosamente, la cifra de heridos se ha reducido en mil, hasta los 9.000, de los que un 10% se encuentra grave o en situación crítica. En total, 3.600 personas están recibiendo ya tratamiento médico. No hay todavía estimaciones sobre el número de personas desaparecidas, que podrían ser más de mil, para las que el frío se ha convertido en el principal enemigo.

Según el parte meteorológico, el mercurio podría desplomarse hasta los diez grados bajo cero, y causar la muerte por hipotermia de muchos supervivientes si no se les rescata en las próximas horas.

No en vano, y a diferencia de lo sucedido el miércoles, cuando se pudo rescatar con vida a casi mil personas, ayer los cuerpos desenterrados estaban ya sin vida. "No tenemos suficientes medios como para tratar con propiedad los cadáveres, así que muchos están tirados en la calle", comentaba al diario The New York Times el jefe de policía del pueblo de Chengduo.

Miedo Los vivos tampoco están en condiciones mucho mejores. "Han comenzado a llegar tiendas de campaña, pero son pocas y la gente está hacinada", comentaba anoche Wang Meimei, en conversación telefónica con este periodista desde Yushu. "Los que todavía tienen su casa en pie tampoco quieren volver, así que estamos todos juntos en la calle. Es una situación horrible, porque la gente tiene miedo de los temblores que se sienten, y llora a sus muertos".

La operación de ayuda ha comenzado a dar nombre y apellido a la tragedia, aunque no existe todavía una base de datos con la identidad de los fallecidos.

La mitad de las escuelas de Gyegu han quedado reducidas a una montaña de piedra, y los cadáveres de niños comienzan a desfilar en los telediarios chinos junto a los maltrechos cuerpos de los estudiantes que han conseguido salvar su vida.

Una vez más, la población comienza a sospechar que los centros educativos fueron construidos con materiales de calidad inferior, algo que ya provocó un escándalo que se saldó con numerosas víctimas políticas tras el terremoto de Sichuan en 2008. No obstante, el Gobierno ha descartado que en Qinghai se haya reproducido ese efecto. En cualquier caso, para evitar el descontento, y demostrar que la dictadura china sí se preocupa de su población, el primer ministro Wen Jiabao llegó ayer a Yushu, el aeropuerto más cercano al epicentro, y el presidente Hu Jintao anunció que acorta su gira por América Latina para dirigir la operación de ayuda. Eso sí, China no ha pedido en esta ocasión la ayuda de efectivos extranjeros.

"El acceso a la zona llevaría demasiado tiempo como para que los equipos de rescate fueran efectivos", explicó en rueda de prensa el portavoz en Pekín de la operación.

Poco a poco van llegando las declaraciones del personal desplegado en Qinghai. "Se ven cuerpos con brazos y piernas amputados o rotos, y la sangre fluye como un río", relataba a la agencia Associated Press uno de los cooperantes, Dawa Cairen. "Las víctimas están amontonadas, y tenemos el corazón roto". Afortunadamente, la esperanza todavía no se ha perdido.