SI algo ha quedado claro en la alerta sanitaria a consecuencia de la gripe A (H1N1), es que la Organización Mundial de la Salud (OMS) se equivocó o, al menos, no tuvo la suficiente cintura como para adecuar sus alarmistas previsiones a las informaciones de organismos médicos solventes, que a los pocos meses de detectarse el virus ya rebajaban su virulencia. Eso siendo benévolos, porque la OMS ha recibido acusaciones de connivencia con las farmacéuticas para elevar el nivel de alerta y promover la venta de vacunas y medicamentos, aunque aún no hay ningún informe oficial o resolución judicial que así lo atestigüe.

"La OMS no ha sido lo suficientemente flexible, no ha modulado sus previsiones y recomendaciones", explica Rafael Olalde, secretario del Colegio Oficial de Médicos de Bizkaia. "Los datos recogidos en el hemisferio sur, en países como Australia y Nueva Zelanda, ya eran claritos cuando llegaron aquí el pasado verano: se trataba un virus muy contagioso pero con una gravedad menor de la esperada".

Y aunque el nivel de alerta (la pandemia) no define la gravedad de la enfermedad, sino su extensión geográfica, lo cierto es que la denominación virus pandémico generó en su momento una alarma mundial que rayó la histeria colectiva. El pasado domingo, día 28, precisamente, se cumplió un año exacto de la fecha en que se tiene constancia que cayó enferma la primera persona diagnosticada.

La gravedad de la nueva enfermedad -llamada gripe porcina, más tarde gripe A- no ha sido tal o, al menos, no ha estado proporcionada a la alarma lanzada desde la OMS. "Los mensajes de ese organismo fueron completamente excesivos, pero quiero comprenderlos porque la OMS lanzó un mensaje al mundo, no sólo a los sistemas sanitarios tan buenos como los europeos", suscribe Alberto Capelastegui, miembro del comité de Osakidetza para seguir la incidencia de la gripe A. Pero en vez de aplicarse el cuento, la organización con sede en Ginebra sigue manteniendo la declaración de pandemia que estableció en junio, porque hay países que continúan con una alta incidencia de la transmisión del virus.

Farmacéuticas cuestionadas Las críticas más despiadadas a la gestión de la OMS surgieron en enero. Wolfgang Wodarg, presidente de la Comisión de Salud del Consejo de Europa, calificó la situación de "falsa pandemia" y acusó directamente a la OMS y a las farmacéuticas de haber exagerado la enfermedad. Más cerca, el presidente de la Organización Médica Colegial (OMC), Juan José Rodríguez Sendín, denunciaba ya el pasado mes de septiembre que las "epidemias de miedo siempre se crean con algún interés, económico o político".

Un mes más tarde, la médico y monja catalana Teresa Forcades caía en gracia en Youtube, gracias a un vídeo en el que apuntaba claramente contra la OMS, la Agencia Europea del Medicamento y el Grupo de Expertos, por estar financiados en parte o en todo por los mismos laboratorios que fabrican la vacuna. Recientemente, el médico español Pedro Caba, ex vicepresidente de la Organización Mundial de la Salud, aseguraba: "Nos han tomado el pelo, empezando por la OMS y los laboratorios". El doctor Olalde matiza: "Las acusaciones hay que demostrarlas y, si se demuestran, poner una denuncia. Pero, por el momento, nada de eso ha ocurrido". Lo cierto es que entre el estamento sanitario parece estar claro que hoy, a toro pasado, es muy fácil pontificar sobre lo que se hizo y lo que no, pero "en septiembre había una alarma gorda", asegura Capelastegui. Tanto es así que casi todos los países europeos se pusieron en el peor de los escenarios dibujados por la OMS y compraron millones de dosis de vacunas, previendo vacunaciones masivas. Y en todos los países ha ocurrido lo mismo: sólo una parte muy pequeña de la población de riesgo (niños, embarazadas y adultos jóvenes) fueron vacunados. En la CAV sólo se administró la vacuna a un tercio de esa población de riesgo, unas 100.000 personas. Miles de dosis han quedado en los almacenes y se está estudiando qué hacer.

"La vacuna llegó tarde", explica Gustavo Cilla Eguiluz, del Servicio de Microbiología del Hospital Donostia, que es el laboratorio de la Red de Vigilancia de la Gripe en Euskadi. "Cuando finalmente se pudo administrar la vacuna, a mediados de noviembre, la epidemia había sobrepasado su punto álgido y estaba ya en descenso. Por otro lado, cuando llegó ese momento, ya había información mucho más fiable respecto a la menor virulencia del nuevo virus. También se generaron dudas sobre la seguridad de las vacunas, ahora descartadas tras la vigilancia de decenas de millones de personas vacunadas en el mundo", detalla.

La gestión que hicieron las administraciones sanitarias, acuciadas por el nivel de pandemia, ha sido puesta en duda, pero lo cierto es que los estamentos sanitarios consideran que se hizo lo que se debía. Rafael Olalde afirma que las medidas adoptadas en Euskadi y el Estado fueron "las únicas viables y factibles en el escenario que había pintado la OMS. Se planteó la peor hipótesis de trabajo y es normal, teníamos el antecedente de la gripe aviar".

Pese a todo, no hay que banalizar la peligrosidad de la gripe A. Según un estudio danés, la pandemia ha elevado en Europa un 28% el número de muertes infantiles entre los cinco y los catorce años. "La mayor parte de los casos graves -explica Gustavo Cilla- se produjeron en adultos no ancianos, lo que supone una diferencia importante con respecto a las epidemias de gripe de todos los años. De haber afectado a ancianos, las muertes habrían sido muchas más".