La columna de vehículos todo terreno circula en paralelo al mar, dirección norte. Ha pasado ya más de una hora desde que Mogadiscio quedó atrás y en el camino apenas se observan personas, rebaños, y mucho menos edificios. Llegado cierto punto, el conductor que transporta al técnico (miliciano al mando de una metralleta antiaérea soldada al techo de una camioneta) gira bruscamente a la derecha forzando la entrada de todo el convoy a la inmensa playa en la que unas olas furiosas como las del Cantábrico rompen contra una orilla desierta pero agitada. Pasado un nuevo intervalo de imprudentes carreras por la blanca arena, el convoy se detiene frente a una acacia bajo la que se ocultan dos adolescentes armados con metralletas y teléfonos móviles, el segundo instrumento preferido por la criminalidad en Somalia. Sí, por increíble que parezca un puñado de empresarios de los Emiratos Árabes Unidos ha conseguido implantar una buena red de repetidores GSM llamada Somafone, "y es que cuando hay negocio de por medio el somalí es flexible. Además, lo de la implementación de la telefonía tiene gracia pues es quizás lo único en lo que todos estamos de acuerdo, dado que tanto islamistas, como piratas o señores de la guerra le sacan partido. Rara es la vez que se ha atentado contra las antenas", afirma complacido Duguf, un experimentado intérprete y guía somalí especializado en hacer posible reportajes como éste.

en playas inhóspitas Una vez obtenemos el permiso y la coordinación del clan que habla por boca de los muchachos, continuamos la marcha, esta vez sí, a través de un submundo poblado de casuchas infrahumanas, containers abandonados y basuras amontonadas. Se trata de la zona costera de Adale y El Maan, precarios puntos de entrada y salida al mar en los que se negocia, se atraca y se trafica. Al igual que la devastada Mogadiscio, el escenario recuerda a famosas películas de ciencia ficción, en el que toda clase de personajes, hombres en su inmensa mayoría, lucha explícitamente por salvar el día. El vigilante vigila a vida o muerte, los vendedores más bien asaltan y los muchachos cargan con bultos indescriptibles, cuando no descansan la vista sobre el océano, como mirando un futuro que a todas luces se les escapa. "Paquetes, llevo paquetes cuando hay paquetes" explica el joven Mohamed. ¿Y tendrías algo que hacer en caso de no portar los paquetes de los barcos? "No, aquí en esta zona solo hacemos eso, además de la guerra, cuando hay oportunidad de guerra".

La guerra significa la realización de toda acción violenta necesaria para sobrevivir. La guerra puede ser alistarse a un bando u otro en época de combates, la guerra puede ser defender el negocio de un familiar y la guerra puede ser salir al mar a por barcos de países ricos. Hay muy poca ideología en ello, y casi se podría decir que sólo los islamistas guardan ideales (acertados o no) más allá de los intereses económicos, los cuales suelen ser canalizados por el grupo o clan. No hay nada emocional en sus operativos, ni profundos discursos de izquierdas o derechas, tan sólo la necesidad de formar parte de alguna fuerza y que ésta te permita comer, vestirte y si tienes mucha suerte, casarte antes de morir de viejo a los cuarenta y dos años. "Y es que yo os aseguro que en Somalia la seguridad no existe para nadie en ningún lugar", advierte a DNA Josep, cooperante de Médicos Sin Fronteras en la vecina Kenya.

"No hay sistema de agua ni de electricidad público. Tampoco policía o bomberos. Si algo grave te pasa, no tienes a donde huir, en donde refugiarte. Ni siquiera misioneros de primera línea, barrios con embajadas blindadas ni muchos menos expatriados de ONG con personal escoltado trabajando en el terreno. Nada". Hoy se habla del Gobierno de transición y esto en Europa se asocia a garantías o mínimos. Para que el lector del norte lo comprenda, cabría señalar que ese Gobierno de transición no es más que una amalgama de milicias atomizadas que según vienen dadas -las rapiñas lucrativas- combaten o no.

Negocio de pocos

Respecto a la obligada cuestión de la actividad comúnmente calificada como pirata, los marineros de la zona responden poniendo distancia. Un veterano patrón dedicado al desembarco de bienes hacia la orilla lo explica así: "No es tan sencillo como decir que uno es pirata o no lo es. Es algo que se hace una vez en la vida, u otros intentan veinte y mueren, o simplemente jamás lo consiguen. Son muy pocos los que llevan años haciendo negocio. Si fuese tan fácil créanme ustedes que ese mar… ¿se imagina cómo estaría?" En las playas del norte de Mogadiscio hay gente que se dedica y se ha dedicado a ello, pero es algo inusual, más aún desde que los islamistas trataron de frenar los asaltos en el año 2006.

Pero hoy en día, desde que esos combatientes religiosos fueron expulsados del poder por los mercenarios y soldados etíopes respaldados por Estados Unidos, será difícil convencerles de que "no es justo o democrático" permitir que los piratas basados en sus zonas reconquistadas, secuestren buques a cambio de dinero, o lo que es peor, peajes políticos. La oportunidad de una costa estable se escurrió con la retórica de "la guerra antiterrorista" aplicada por Estados Unidos. Duguf, el intérprete, recuerda que "los islamistas ascendieron al poder porque la gente quería orden. Los comerciantes querían hacer negocios y les convenía la estabilidad de los religiosos para que los barcos extranjeros se acercasen aquí y pudiesen vender o comprar con tranquilidad atracados junto a la costa". Y eso fue lo que presencié en mis viajes al litoral somalí en el año 2006, una costa miserable que se habría al mundo de los negocios de la mano, dura y disciplinada, de los satanizados islamistas.

Corsarios En la actualidad, la mayor parte de la mal llamada piratería reside en una franja de tierra casi deshabitada correspondiente a la región autónoma de Puntland, la cual goza de cierta estabilidad si lo comparamos con el volátil sur.

En esa costa vasta e interminable campan a sus anchas los grupos dedicados al secuestro, un negocio triste no sólo por el drama al que se somete a secuestrados y familiares, sino por la criminalización que supone para la inmensa mayoría de sus desamparados habitantes y pescadores. Según un ex secuestrado al que ha tenido acceso DNA, "sectores del Gobierno de Puntland están totalmente involucrados en el secuestro y cobro de periodistas y marineros".

Que existen bandas de corsarios salta a la vista, pero que éstas están perfectamente organizadas con despachos a su servicio en Londres y edificios propios en Nairobi o Dubai no se ha podido probar. La realidad es mucho menos sofisticada tal y como explica el jefe de la playa de El Maan, Sudi Mahmoud. "Pirata es todo aquel grupo armado que disponga de embarcaciones apropiadas, armas rusas y teléfonos Thuraya (el satelital más barato) además de contactos en el Gobierno o poder regional". Y continúa. "Al igual que los señores de la guerra establecieron controles de carretera para cobrar peaje se hizo lo mismo en el mar, que además era más notorio, pues todos eran extranjeros. Sin embargo, la prensa lo exagera… Si tenemos en cuenta que en Somalia viven muchos millones de personas y contamos el número de barcos capturados, observaremos que la industria del secuestro es algo residual, es ridículo decir que por un cobro o veinte el país hace negocio con la piratería". Y lo cierto es que si hay un buen negocio en la zona de Somalia es el de la pesca masiva, pero ése, al igual que en el caso saharaui, no está en manos de la población local.

Otros dramas

Aunque resulte impopular denunciarlo, el mayor drama que se vive en las aguas somalíes no es el de los secuestros. Cada año, miles de personas cruzan (ilegalmente por medio de mafias) a Yemen y no son pocas (se estima que casi la mitad de ellas) las que perecen o bien en un naufragio o bien por ser arrojadas al mar. No obstante, la existencia en el Cuerno de África es tan desoladora que caer en manos de una red de tráfico de personas es visto como una "suerte" con la que siguen soñando muchos jóvenes desesperados. Mas, al igual que sucede con la longeva guerra, este sufrimiento sigue pasando desapercibido para una opinión pública occidental que sólo plantea medidas urgentes en lo relativo al sentir y padecer de sus propios ciudadanos. Sustraernos del dolor ajeno será fácil si nos quedamos en casa, no si nos acercamos a la de quien sufre.

En el volátil mercado de Baraka, situado en pleno centro de Mogadiscio y famoso por ser el lugar en el que se derribaron dos helicópteros estadounidenses tal y como reflejó la película Black Hawk derribado (de nuevo los somalíes solo son noticia para recordarnos lo peligrosos que son), los banqueros transfieren el dinero por medio de la Hawalla, un sistema tradicional islámico que permite transferir fondos sin moverlo -ni digitalmente- del punto de origen. Basta con que una persona acuda a un Hawaller, por ejemplo en París, para transferir dinero a otra persona que reside en Dubai. El Hawaller local realiza una llamada telefónica y ordena al Hawaller de destino que abone esa misma cantidad a la persona que lo va a recoger. La transferencia no deja ningún rastro y la comisión es siempre menor que la del mas barato de los bancos. Es así como todo el dinero del tráfico de armas, personas o secuestros viaja de un lado a otro sin control alguno.

Armas y "khat" En este mismo mercado de Bakara, hasta hace bien poco se vendían las armas a la vista de todos. Hoy los traficantes de armas, esos mismos que proveen a los corsarios y milicianos, nos explican en exclusiva cómo las importan, y lo hacen frente a una batería de fusiles que incluye un M16 norteamericano protagonista de aquel famoso episodio del Black Hawk derribado. "Provienen de Yemen y Etiopía. Hay militares corruptos que las importan de Ucrania o de Serbia y luego las distribuyen en pateras por el mar Rojo o en mulas desde Etiopía". Y aclara. "Los piratas son un cliente como cualquier otro, más bien pequeño. Aquí todo el mundo trabaja igual, básicamente AK, PKM y RPG. Los que más compran son por supuesto las milicias y los clanes, pero también vienen pequeños comerciantes de khat en busca de seguridad". El khat es una hoja con efectos psicotrópicos que mata el hambre y según muchos, la desesperanza creciente que habita en la rutina de todos los somalíes. Cada día varias avionetas despegan desde Kenya, el país productor, con grandes bolsas que una vez distribuidas son vorazmente masticadas por los criminales de todo el país. "Por la mañana es malo toparse con los milicianos porque buscan dinero para comprar khat y por la tarde es peor porque son impredecibles a causa del khat; así es Somalia", nos dice el traficante entre risas, quizás las únicas que escuché en Somalia.