Fátima, nombre ficticio de nuestra protagonista, tuvo el tiempo justo para solucionar el papeleo del padrón y escolarizar a sus dos hijos, niña y niño, de 9 y 8 años, respectivamente, en Irun. Después, el covid truncó sus planes de encontrar trabajo y forjarse una vida mejor para ella y sus hijos, lejos de su familia, amigos y exmarido.

La sonrisa que asoma tímidamente en su rostro no es todavía suficiente para olvidar meses y meses de penurias y llanto. "He llorado mucho, pero empiezo a reír y, algún día, reiré mucho más", anhela esta mujer, de 40 años, que prefiere mantener en el anonimato su verdadera identidad, que no su testimonio. A las dos semanas de afincarse en Euskadi, la pandemia le confinó en un piso de alquiler, sin trabajo, con dos niños pequeños a los que cuidar, sin familia, salvo una hermana en Toulouse a la que aún no ha podido ver, sin amigos y con los pocos ahorros que se trajo de Tánger, confiada en que pronto encontraría trabajo.

El covid también le robó ese sueño. Como a miles de ciudadanos que cayeron en ERTE o directamente perdieron su empleo. "El covid supuso un corte muy brusco. Interrumpió todo y mucha gente se quedó sin nada, ni para comer. Los primeros días fue increíble, muy duro, no dejaba de llamar gente desesperada en busca de alguna ayuda". Es lo que recuerda Juncal Martínez, trabajadora social de Cáritas en Gipuzkoa de aquellas primeras semanas de confinamiento en las que el teléfono no dejó de sonar.

"Gente aislada socialmente, sola, sin ningún apoyo, sin nada para alimentarse, ni conexión a Internet para las clases on line de sus hijos, qué iba a ser de su futuro, se preguntaban; vino mucha gente que nunca antes se había acercado a Cáritas o a cualquier otro servicio social, sobre todo, trabajadores de hostelería que por el cierre de bares y restaurantes perdieron su empleo y familias que hasta entonces vivían de la economía sumergida. Fue cuando nos dimos cuenta de la enorme desprotección y vulnerabilidad, de la situación de emergencia", constata.

Azken Sarea Indartzen

En ese momento, el Gobierno vasco puso en marcha el programa Azken Sarea Indartzen, como ayuda inmediata y de urgencia, un apoyo económico para cubrir las necesidades básicas. Pero Azken Sarea Indartzen no sólo es ayuda económica, también es escucha, empatía, apoyo emocional, orientación para encontrar empleo y, en caso de necesidad, derivación a otros servicios de protección social. "Corren el riesgo de cronificarse en esa situación, les va a costar mucho llegar a los niveles de antes de la pandemia; por eso es importante que se amplíe la protección pública para que puedan estar atendidas de forma ordinaria; ahora es el momento, ahora que parece que la economía empieza a moverse algo...", apunta la trabajadora social, quien pone el acento en el "enorme" problema de falta de vivienda. "No hay, y lo poco que hay es muy caro; cada vez es más difícil acceder a un piso, demasiados requisitos, incluso para quien tiene algo de dinero, lo que obliga a muchas personas a vivir en una habitación, en una sala, a compartir dormitorio en casas sin contrato de alquiler ni derecho a padrón", analiza Juncal.

Acostumbrada a vivir en Marruecos del salario de sus clases de hostelería para jóvenes y mujeres, ahora es ella quien se ve obligada a meter horas en un restaurante los viernes, en negro porque no tiene papeles. Aun así, "estoy muy agradecida a Cáritas y al Gobierno vasco porque me han ayudado con el piso, que es mucho dinero, ropa para los niños... Estaba desesperada, sin dinero, confinada y con dos niños pequeños, lo peor de todo". Cuando el tiempo pase, Fátima recordará el covid como la más negra época de su vida. Sólo le consuela que "mis hijos están bien, han aprobado, incluso aprendido castellano y algo de euskera, durante el confinamiento, con la tele. Es increíble".