arece pronto para plantearlo. Hoy será el primer día que podremos sacar a nuestros niños a pasear un rato. Nuestros mayores no lo podrán hacer en varias semanas. Es improbable que podamos organizar actividades que impliquen alto contacto social al menos en dos o tres meses. En estas condiciones pensar en elecciones parece prematuro.

Tendríamos una campaña no solo dura, sino seguramente destructiva y mezquina. Los distintos grupos harán partidismo en cada ocasión, justo cuando más necesitamos corresponsabilidad y rigor. El Gobierno Vasco tendrá igualmente que actuar mirando de reojo a unas elecciones a la vuelta de la esquina, justo cuando debe tomar decisiones que en muchos casos serán impopulares, duras y de difícil comprensión.

Este proceso de apertura a la nueva normalidad no tiene libro de instrucciones ni aquí ni en ningún otro lugar del mundo, de modo que se cometerán errores aquí como en Francia, en Italia o en Bélgica. Errores que habrá que ir corrigiendo sobre la marcha. El Gobierno deberá tener la grandeza y la madurez de reconocer los errores, y la oposición la grandeza y la madurez de no hacer trampas ventajistas. Estamos muy lejos de ese escenario.

Será una campaña monotemática. Será el paraíso del Capitán Aposteriori y del catastrofismo. Será el paraíso de las cartas a los Reyes Magos para exigir todo lo que el Estado debería hacer para cubrir las necesidades sin consideración hacia quién, cómo y cuándo paga la cuentas. Discutiremos sin perspectiva. Recordar, por ejemplo, que habíamos alcanzado el objetivo de desempleo por debajo de 10% parecerá historia medieval.

Así que hablar de elecciones es prematuro. El problema es que no se pueden posponer. La fecha de julio es muy mala. El problema es que el resto de fechas posibles es seguramente peor.

Decir que ahora no toca hablar de elecciones no es de recibo. Para empezar habría que recordar que el lehendakari no elige convocar ahora caprichosamente las elecciones entre un infinito de posibilidades abiertas, sino que recupera unas elecciones ya convocadas que fueron suspendidas por fuerza mayor y pospuestas a cuando antes fuera posible. Tenemos un Parlamento disuelto y una oposición que reclama sus instrumentos ordinarios. Unas elecciones no se improvisan en 15 días. Necesitamos hablar ya de eso aun cuando no tengamos todos los datos para acertar.

El otoño será complicado. Quizá resulte que la famosa inmunidad de rebaño es más amplia de lo que creemos. Quizá resulte que el sistema de la salud y las empresas y la sociedad estamos mejor preparados para hacer frente a la previsible visita otoñal del coronavirus. O tal vez nos esperen otros meses de colapso. Quiero creer, con más esperanza que conocimiento, que hemos pasado lo peor, pero el Gobierno tiene la obligación de prevenir otros escenarios posibles.

Aun si la visita del coronavirus en otoño fuera suave y controlable, nos toca un otoño calentísimo en lo social, laboral y económico. Necesitamos un Gobierno y una oposición con plenos poderes y mandato claro. Con compromisos y legitimidad para cuatro años. Sería bueno tener un Ejecutivo el 1 de septiembre funcionando ya con las alianzas y las personas que van a liderar los próximos cuatro años. Necesitamos un 1 de enero con presupuestos y planes claros, donde autónomos y empresas y agentes sociales y económicos tengan claras las reglas de juego hasta el año 2024.

En un mundo ideal deberíamos darnos tiempo para buscar otra fecha mejor. En el mundo real que nos toca vivir no se me ocurren opciones claramente mejores.

Ojalá sepamos todos estas semanas comportarnos con serena dignidad, respeto a la verdad y un poco de rigor en los análisis y en las críticas. Todo ello compone la materia social de la que están hechas las democracias maduras.