l coronavirus está condicionando nuestra vida mucho más de lo que -confieso- pensé en los primeros momentos. No se debe frivolizar sobre un asunto desgraciado que está matando a la gente y que, por imprevisible, ha supuesto un reto a nuestro Gobierno, a los y las profesionales de la sanidad y también al resto que intentamos cumplir con lo que nos mandan, por nuestro bien.
Tomar medidas en estas circunstancias requiere de grandes dosis de responsabilidad y entrega. Por el contrario, la crítica política fácil y la caradura de quienes se saltan a la torera el confinamiento que nos protege -como esa gente que pretendía irse de puente y ha sido multada muy acertadamente- es la muestra de que aún hay personas en el ámbito político y en la ciudadanía en general que primero están ellas, luego ellas, y después también.
Hoy hacerse el longuis paseando al perro o comprando el pan a kilómetros de donde se vive es una muestra de irresponsabilidad y no de inteligencia. Si sacamos algo de esta crisis sanitaria debería ser que el colectivo, la sociedad, prime por encima de nuestros intereses o caprichos particulares. Y que la trampa en todas sus variables, desde la declaración de Hacienda hasta robar un pincho, sea rechazada socialmente.
Ya lo han dicho antes que yo, pero me apetece agradecer aquí el enorme esfuerzo del personal sanitario que se enfrenta a algo desconocido y que les requiere mucho más de lo habitual. Hoy la dureza de esas profesiones, por su estrecha relación con la falta de salud y la muerte que nadie queremos, se acentúa por la extensión masiva de la enfermedad producida por ese maldito virus.
El lehendakari Urkullu saldrá, por justicia, reforzado de esta crisis global, frente a quienes han utilizado discursos de crítica fácil. Ya se sabe que si se toman decisiones, mal; y si no se toman, también. Era imposible conocer totalmente de antemano qué iba a pasar y muy difícil ajustar al milímetro todas las necesidades ante algo tan novedoso. Si al aparecer el primer caso de coronavirus se hubieran tomado las decisiones de recorte de libertad de movimientos individual actual, se habría montado gorda. O, dicho de otra manera, después de visto todo el mundo es listo.
Quien no pasará a la historia de la decencia, el respeto y la responsabilidad será Felipe VI, el rico heredero de fortunas conseguidas de manera sospechosa. Si no llega a ser por la fiscalía suiza que va a por su padre con, parece, pruebas sólidas, ese señorito hubiera seguido callado como un muerto. Lo sabía, pero ¿por qué renunciar a dinero cuando los Borbones han sido siempre una máquina de conseguirlo?
Tiene su gracia que una amante del campechano, a quien acompañaba en viajes y actos oficiales con los hijos presentes y que decidía hasta el viaje de bodas de Letizia y su marido, haya destapado lo que siempre ha sido vox populi. No voy a entrar en valoraciones morales; solamente reconocerles a la esposa, hijo e hijas del emérito las tragaderas que tienen por el interés de su dinastía. Vivir de lo público debería conllevar integridad y dignidad.
Da vergüenza que todavía haya quienes defiendan la monarquía. ¿Ignorancia, estupidez? Dicen que es barata… Los 8 millones de euros de los Presupuestos del Estado no son ni con mucho lo que nos cuestan. ¿Por qué pagar a una cuadrilla de esa calaña? Con mi dinero, no.