n circunstancias normales, a cinco días del comienzo oficial de la campaña electoral, el panorama en la Comunidad Autónoma Vasca estaría salpicado de encuestas finales, de promesas, de embestidas, de convocatorias y de soflamas. En los medios se fomentaría la tensión a base de titulares, entrevistas y declaraciones mientras que el ambiente, en fin, estaría sobresaturado de debates a los que normalmente suele ser ajena la mayoría del personal pero tensionan el ambiente político. Es lo que tiene, eso de situar la política en el ombligo de las preocupaciones informativas. Pues mira por dónde, esta vez no va a ser así. En el normal discurrir de los acontecimientos políticos se ha colado un intruso, un incidente advenedizo que ha relegado las preocupaciones partidarias al rincón de la indiferencia. El coronavirus, en acepción popular, o el Covid-19 como nombre científico, ha puesto en su sitio las preocupaciones y las ocupaciones de la gente, porque ha entrado en la campaña electoral un contratiempo con el que no contábamos. La inercia de los partidos políticos les había situado ya en sus trincheras, con sus pertrechos, con sus estrategias ajustadas, con sus mensajes de cartón piedra y con sus proyectiles dialécticos cargados. Antes de que se tuviera conciencia del coronavirus, antes, sobre todo, de que la pandemia alcanzase a Euskal Herria, todo parecía estar claro y se veían venir los argumentos para desgastar al poder, como es lógico en toda coyuntura electoral. En el arsenal, en disposición de tiro o ya en fuego graneado, estarían el derrumbamiento del vertedero de Zaldibar, Montai, De Miguel, las OPE de Osakidetza, el bloque de izquierdas y la ETA de Iturgaiz. Pero apareció el coronavirus y mandó a parar.

No se esperaban los asesores de campaña que a estas alturas, casi en tiempo de la simbólica pegada de carteles, la ciudadanía vasca iba a estar pendiente de conteo de los nuevos afectados, del cumplimiento de las indicaciones sanitarias, de las toses propias y ajenas, del suministro de alimentos, de la conciliación laboral y familiar con los escolares fuera de las aulas cerradas, de las pérdidas económicas previsibles, de las vacaciones anuladas... No han pasado quince días, y ya se ha comprobado que el personal está mucho más dispuesto a prestar atención al coronavirus, su evolución y su gestión, que a los mensajes partidarios que le llegarían como si oyeran llover. Porque está en riesgo nuestra salud y nuestra prosperidad. Está en riesgo, también, la propia fecha electoral porque un día de estos nos encontraremos que han sido aplazadas.

No está el personal para comicios. Es momento de escuchar a los que saben y de evitar cualquier tentación de señalar culpables y recelar apocalipsis. Es probable el colapso de los servicios sanitarios, e inevitable que se resienta la actividad económica pasando de una emergencia de salud pública a una crisis económica general. Es también probable la tentación de culpar de ello a los gobiernos. Pero, al menos en lo que nos afecta, no se puede decir que las autoridades sanitarias tanto autónomas como centrales hayan escondido la cabeza bajo el ala. Por el contrario, han sido diligentes en la comunicación, en la prestación de servicios y en la toma de decisiones en una situación cambiante y de alcance desconocido.

La única y auténtica campaña ante esta situación inesperada es que la ciudadanía -cada uno de nosotros- sea responsable y atienda rigurosamente a las indicaciones de las autoridades sanitarias. Para esa responsabilidad no se nos va a pedir el voto, se nos va a exigir sensatez y compromiso para no banalizar la situación ni obsesionarse por ella.