La izquierda ha venido para quedarse en el poder. La derecha aún no sabe qué hacer. El pragmatismo se ha instalado en la mesa del nuevo Consejo de Ministr@s. En la acera de enfrente solo se oyen gritos. Las portadas, las tertulias y el debate político son para la fotografía de los 50 euros a dos millones de pensionistas o para el descarado guiño a ERC aguando ahora los delitos de rebelión y sedición.
La oposición ultramontana, en cambio, prefiere incendiar polémicas decimonónicas sobre el absurdo pin parental que provocan sonrojo. Vox lleva camino de desquiciar al PP por la vía del absurdo. La envolvente de Abascal está atrapando de tal manera a un desconcertante Pablo Casado que en la familia de los populares, cada vez más temerosa de su suerte, solo están encantada la raza de FAES. En el Palacio de La Moncloa, donde se siguen ajustando piezas y discursos disonantes, sienten una honda satisfacción. Ladran, luego cabalgamos, se oye decir. En realidad, tan manido refrán refleja una precisa fotografía de situación sobre el indudable calado de las primeras intenciones desveladas por este gobierno de progreso y el eco airado de sus críticos.
En los guardianes de las esencias de la derecha cunde la preocupación. Lo han dejado muy claro esta semana al denunciar en público la falta de compromiso de los editores liberales para hacer un frente común contra el enemigo. Tan desconsolada petición apenas tuvo eco porque entre los oyentes nadie se dio por aludido ni tampoco habían acudido empresarios benefactores con dinero por castigo.
La oposición mediática teme que puede pasar mucho frío con este gobierno porque le ve conjurado para aprovechar la oportunidad de seguir mandando más tiempo del que muchos deseaban. Los periodistas testan que las abundantes contradicciones manifiestas de Pedro Sánchez apenas son ya meras anécdotas. Es su cromosoma político. En el caso de Mariano Rajoy sus equivocaciones hilarantes siempre pervivirán. Aquel presidente que iba a traer de las orejas a Carles Puigdemont hace tres meses para cumplir con la ley ahora apela sin rubor alguno -y esta vez con razón- a la desproporción de las penas insumisas. El mismo que se ufanaba por no coger el teléfono al rebelde Quim Torra, ahora le da cita antes de que el Tribunal Supremo ratifique su inhabilitación.
Son los nuevos tiempos que irritan a la oposición, inquietan a muchos socialistas pero agigantan una imprescindible unidad de acción en un gobierno de diferentes. Eso sí, ningún sapo mayor que el de Juan Guaidó. Sánchez hace un descarado mutis por el foro cuando escucha cómo su vicepresidente relega a Juan Guaidó a jefe de la oposición venezolana después de que él mismo le hubiera reconocido en febrero como presidente interino de Venezuela. Carnaza para la derecha y el felipismo. La polémica amainará sin rasguños y el poder seguirá a lo suyo.
Nada como la significativa presencia de la patronal respaldando un acuerdo social propiciado por una ministra de Unidas Podemos para calmar a las fieras. Bastaba con escuchar las reacciones del PP y de Inés Arrimadas para entender el auténtico golpe de efecto de esa aplaudida imagen de entendimiento entre diferentes que en las previsiones apocalípticas de las tenebrosas sesiones de la investidura se creía imposible. No es descartable que Yolanda Díaz, una política con dominio de sus competencias, perspicacia sobrada y sentido común, protagonice escenas similares. Pero también debería ser reconocido el gesto de la CEOE al validar esta mejora económica del salario mínimo (SIM), que confirma el giro compartido de compromiso y exigencia que Antonio Garamendi viene impulsando a la organización que preside.
La auténtica prueba del algodón, no obstante, vendrá con el futuro de la reforma laboral, la ineludible revisión fiscal al alza y los Presupuestos. De momento, toda una catarata de medidas sociales que aseguren el sosiego necesario para un rodaje sin estridencias. Lo dice la hoja de ruta. Como en el caso catalán donde el tren del diálogo incipiente sigue sin descarrilar después de ir sorteando un auténtico campo de minas, en su mayor parte judiciales. El combate entre la política y la ley parece no tener fin para desesperación de la sensatez. Inmune al catastrofismo, Sánchez sigue caminando por la delgada cuerda que ha elegido para desbloquear un conflicto que le garantice su supervivencia. Es su plan.