los españoles a los catalanes. En genérico y en general. España a Catalunya, en colectivo y universal. No les pueden ni ver y no es cosa de hoy, que viene de muy lejos. Entre las fobias celtibéricas, los catalanes están aún mucho peor vistos que los vascos, que ya es decir. Un dato: según los sondeos, el 90% de las/los catalanes rechazan por injusta y abusiva la sentencia de los procesados por el procés, mientras que el 90% de las/los españoles la aplaude por justa y merecida.
Esta inquina se ha recrudecido en los últimos años evidenciando que Catalunya y España viven en mundos totalmente diferentes y distantes. La animadversión contra los vascos, a decir verdad, se hace notar a ramalazos, azuzada por los episodios de violencia protagonizados por ETA, o en acontecimientos políticos puntuales como el Pacto de Lizarra o el Plan Ibarretxe. La animosidad contra los catalanes, por el contrario, es permanente, atávica, crónica, quizá porque no han podido soportar la enorme competencia económica, cultural y hasta deportiva de un país periférico mucho más dinámico y más europeo.
La antipatía que esos celos han provocado históricamente contra Catalunya se ha enconado hasta convertirse en odio indisimulado desde que la sociedad catalana se ha revuelto contra lo que consideran como atropello de sus derechos como pueblo, agravio concretado en el Estatut que la justicia española rechazó incluso tras haber sido cepillado. El abuso de poder provocó el fortalecimiento del soberanismo y el resultado fue que Catalunya ya no solo era una incómoda competencia, sino que pretendía irse de España. Y ese desafío desató el odio hasta las cotas enloquecidas que a día de hoy se constatan. El soberanismo catalán es el enemigo propiamente dicho, y los catalanes/as antinacionalistas no son ni siquiera catalanes sino heroicos españoles que resisten la opresión a la que les someten los que quieren romper España.
Esta hoguera de aversión no parece que vaya a cambiar, puesto que los principales agentes políticos y medios de comunicación españoles están empeñados en azuzarla. Más aún, desde hace unos años la política española gira en torno al rechazo al nacionalismo catalán como captación de votos en el Estado. Y mientras se recogen los réditos electorales, en los dirigentes políticos españoles y sus medios prevalece la determinación de emplear la máxima dureza, en la convicción de que la mayoría de la opinión pública lo apoya porque han sabido imponer su discurso en la mayoría de la sociedad española. Solo una muy reducida minoría políticamente insignificante se ha interesado por el desastre que esta política de rencor y brocha gorda ha desencadenado en Catalunya.
En este conflicto, sin duda, ha sido la derecha quien lleva la iniciativa. La derecha se ha apropiado de imponer la españolidad de Catalunya como sea, porque cree que esta apuesta podría devolverle el poder, aunque en ese país haya quedado en la marginalidad. El esquema es muy simple: los independentistas y quienes no les critican con la mayor firmeza son los malos y contra ellos hay que emplear la máxima dureza. Ya ni siquiera es tiempo de opinar que el auge del soberanismo catalán fue efecto de los excesos de la política llevada a cabo por la derecha española. Este debate ya ha desaparecido del panorama político y, por supuesto, del mediático. Dada esta situación, el PSOE ha renunciado a cualquier cesión y se aferra a la línea dura porque de lo contrario la España políticamente correcta, la de derechas de toda la vida, se le va a echar encima y pueden escapársele a chorros los votos celtibéricos. Los socialistas han perdido la iniciativa para el conflicto catalán, porque en ese tema manda la derecha, y si quieren mantener al Gobierno no les queda otra que sumarse a la máxima dureza contra el soberanismo catalán en estas elecciones generales y en las que vengan.
Esta estrategia anticatalanista, pan para hoy y hambre para mañana, es suicida porque a fuerza de machacar al independentismo catalán bordeando los límites democráticos puede resultar desestabilizada su España eterna. Al nacionalismo español no le incomoda que una docena de dirigentes políticos pasen años en la cárcel. Total, no son más que catalanes independentistas.