los jueces vuelven a cruzarse en el camino de la política, hasta el extremo de alentar sus desgarros. Las togas se interponen en la entrega por capítulos de la exhumación de Franco, en la politización de la causa de los jóvenes de Altsasu y, sobre todo, en el polvorín de Catalunya. La tormenta perfecta en medio de una interminable tensión partidaria por la exigencia de una patética repetición electoral que, esta vez, parece garantizar la rápida creación de un gobierno. En las horas previas a la sentencia contra los líderes del procès que no huyeron, las conjeturas, sobre todo las interesadas desde trincheras opuestas, se conjuran para alentar fundamentalmente la ansiedad. En cambio, en el reducido círculo de la sensatez -que todavía existe- empieza a cundir la sensación de que quizá el alcance del castigo penal no satisfaga a quienes siempre apelaron a la venganza implacable. Desde luego, no es baladí que las primeras fugas informativas sobre la voluntad del Tribunal Supremo confluyan en descartar que vaya a producirse una aplicación de las máximas penas. El fallo del 23-F se antoja ahora una nimiedad jurídica y, desde luego, política, comparado con la suerte que espera a los líderes del soberanismo catalán y a su causa.
El atrezo está ideado para contener el previsible estallido. En esta ocasión, sin el ridículo del Piolín y con menos ánimo coercitivo de entrada, pero es evidente que las fuerzas policiales no han ido de visita de semana a las tierras catalanas. Ahora bien, con el 10-N en el horizonte inmediato, es fácil imaginar que Pedro Sánchez contendrá la tentación represiva de las porras exhibida en aquella irresponsabilidad del 1-O que desmontó internacionalmente las teóricas razones democráticas del Gobierno Rajoy. Incluso, tampoco es descartable que esa premonición apocalíptica de una insurrección callejera no tenga tanto gas como se teme, pero es inapelable que la más mínima sentencia inculpatoria encenderá la mecha. A partir de ahí, los litros de gasolina arrojados al fuego de la rebelión serán proporcionales a los años de cárcel.
Para los intereses socialistas -y de los demócratas- es mucho más gratificante la exhumación de los restos de Franco. El esperado desenlace de esta necesaria apuesta tan reparadora, y a la que jamás se atrevieron anteriores gobiernos incluso con mayoría absoluta, llega en el momento fetén para la suerte del PSOE y mucho más de su líder. Bien es cierto que miles de muertos siguen en las cunetas y que la memoria histórica es un guadiana oportunista para muchos, pero el símbolo de la dictadura acaba perdiendo, por fin, su penúltimo privilegio. Y ese es el mérito incuestionable de la osadía asociada al ADN de Sánchez quien, a buen seguro, exhibirá el éxito para así reafirmar un discurso de izquierdas que en los últimos días parece diluirse por los ofrecimientos intencionados de ayuda que le vienen proporcionando PP y Ciudadanos.
Ya no hay tanta euforia en Ferraz ni en La Moncloa. La subida, si la hubiera, se augura pírrica. Vuelven a aparecer los fantasmas en un entorno que se ha vuelto inhóspito. Las amenazas fundadas de la desaceleración económica han ninguneado los recientes guiños a las pensiones y a las peonadas hasta dejarlas reducidas a simples promesas electorales de complicado cumplimiento. Los riesgos de la tensión interminable de Catalunya descolocan el auténtico discurso de los socialistas, sobre todo a partir de la sentencia y sus efectos. Además, Íñigo Errejón, el futuro aliado, empieza a molestar en las encuestas. Demasiadas aristas, aunque ninguna comparable con el desgaste de imagen y credibilidad que supone imaginarse la docilidad de Pablo Casado y Albert Rivera -este no es fiable- para facilitar esta vez una inminente investidura del presidente en funciones. La Corte está vivamente interesada en fomentar el regreso triunfal del bipartidismo tradicional de PP, se siente encantada en proyectar el aislamiento de Unidas Podemos y no le importa en absoluto soltar para siempre las pinzas del líder de C’s, desahuciado por inconsistente. Aquel Rivera ilusionante para muchos empresarios ha cavado su fosa política mirando a cada hora las encuestas. Otro de los sentenciados.