Gerardo Bujanda Sarasola (Donostia, 1919), uno de los últimos gudaris que quedan vivos, cumple hoy 100 años. Cien años de defensa de la libertad frente a las tropas franquistas, de militancia clandestina durante la dictadura y de activismo político en la naciente democracia para restaurar el autogobierno vasco. Este veterano luchador, para quien como aseguró hace dos años “siempre hay que luchar por algo”, será homenajeado hoy al mediodía por familiares, amigos y compañeros del PNV, con sus dirigentes a la cabeza. Será en el barrio del Antiguo de Donostia, en el que vive y donde nació y creció, donde con apenas 17 años forjó su “espíritu rebelde” viendo la salida de los miles de obreros que trabajaban en las desaparecidas fábricas de Benta Berri.

Resulta imposible resumir la trayectoria de Bujanda en unas pocas líneas. Pero se puede destacar que con 17 años recién cumplidos dio el paso de enrolarse en la defensa de Euskadi, siguiendo el camino de sus hermanos. Trece meses de lucha desde el frente de Oiartzun hasta el final en Santoña, donde fue recluido en el campo de concentración de Laredo. Al recordar aquellos años, admite que en el frente “se pasa mucho miedo, aunque yo creo que tuve el arresto de vencerlo”. Eso sí, la guerra le salió muy cara a Bujanda. No en vano, perdió a sus dos hermanos y sus tres hermanas se vieron forzadas al exilio.

Con la derrota republicana y su apresamiento inicia un tiempo de penalidades a través del trabajo forzoso, cavando trincheras y construyendo carreteras en batallones de presos por toda la geografía peninsular durante cuatro años, tiempo que coincidió con el final de la guerra y su incorporación al servicio militar obligatorio en Marruecos. En ese intervalo cumplió su primera misión clandestina para la Red Comete, que le confió la misión de acompañar a un piloto inglés desde Gipuzkoa hasta Bilbao. Tras hacer la mili se integra plenamente en la clandestinidad. Fue detenido media docena de veces y en una de ellas sufrió graves torturas a manos de la Guardia Civil en el cuartelillo del Antiguo, malos tratos que obligaron a su ingreso hospitalario durante dos semanas.

Ajuriaguerra, su referente En esos oscuros años de la dictadura, mantuvo una estrecha relación “de treinta años” con Juan de Ajuriaguerra, presidente del PNV, al que recuerda como un hombre “mandón, pero capaz y muy valiente. Lo que se diga de él es poco”. “Fue como mi padre” y fue el último en acompañarle en sus última horas en la localidad navarra de Aiegi.

Bujanda mantuvo informado a la diáspora vasca en Venezuela con las crónicas que escribía bajo el seudónimo de Jon de Igeldo, piezas que enviaba al país caribeño para su lectura en Radio Euskadi, la emisora que la resistencia vasca montó en la selva amazónica.

Con la llegada de la democracia, el trabajo en la clandestinidad se transformó en actividad política a la luz pública. Fue diputado a las Cortes de Madrid en las elecciones constituyentes de 1977 y en las de 1979 por la circunscripción de Gipuzkoa, siendo testigo del golpe de Estado de Antonio Tejero el 23-F de 1981. Una charlotada. “¿Donde está el ejército?, me preguntaba yo”, recuerda de aquel episodio.