Boris Johnson, si uno lo mira de lejos, es lo más parecido a Donald Trump que puede verse en un político. Y no solo por la mata de pelo medio naranja y la corpulencia torpona de acaudalado sedentario, sino sobre todo por su arrogancia, su desmesura y su irresistible tendencia a mentir. De nada le ha valido su condición de exalcalde de Londres y sus aspiraciones como sucesor de la pobre Theresa May, correligionaria en conservadurismo a quien ha acosado hasta la dimisión. Tales medallas no le han salvado de cita judicial por mentiroso, por “mala conducta en un cargo público”, según el tribunal. Aquí el tramposo, cuando la campaña del Brexit, pagó un autobús propagandístico en el que con grandes caracteres se aseguraba que la permanencia en la Unión Europea costaba a los británicos 390 millones de euros a la semana, discurso que fue argumento central en su campaña de apoyo a la salida de Europa. Como pudo demostrarse, la patraña convenció y el Brexit quedó aprobado.

Las campañas electorales, es lo que tienen. Los gestores de campaña trazan las líneas argumentales demasiadas veces basadas en mentiras, en exageraciones y hasta en insidias propiamente dichas. Solo hace falta un candidato sin escrúpulos que las amplifique y divulgue en plazas, tertulias y declaraciones ante los medios. Cualquier tribunal serio consideraría esos excesos como “mala conducta en un cargo público”, pero por estos lares parece que hay barra libre para el embuste y la maledicencia.

Un repaso somero a las barbaridades que hemos venido escuchando en estos interminables meses de campaña electoral demuestra hasta qué punto a algunos oradores candidatos se les calentó la boca, teniendo en cuenta que basaron su argumentación casi exclusivamente en arremeter contra los adversarios. Ya circula por ahí alguna recopilación de las mentiras y afrentas que han ido soltando Pablo Casado y sus secuaces directamente y en primera instancia contra los independentistas catalanes y contra Pedro Sánchez por elevación. Y como discípulos aventajados en falacia electoral, por ahí han andado Albert Rivera y sus dobermans duplicando mentiras e idénticas arremetidas y contra idénticos enemigos.

Como Boris Johnson, han mentido, han exagerado, han intentado engañar a los contribuyentes aunque con resultado desigual. El británico de la cresta bermeja logró colar su embuste y entre la ingenuidad de unos y el egocentrismo de otros el Reino Unido echó a andar por la tortuosa senda de la retirada de Europa. Pero fueron los tribunales los que no tragaron, y ahí anda Johnson reclamado por los tribunales y conminado a rectificar por mentiroso. Aquí no. Aquí no rectifica ni dios. Aquí no hay ningún tribunal que requiera a los trileros para ajustar cuentas por sus embustes.

Los resultados electorales deberían poner a cada uno en su sitio, para hacer un repaso de cada una de las mentiras que fueron escupiendo para arañar el voto de los incautos, que desgraciadamente los hay, y no pocos, que siguen convencidos de que Pedro Sánchez quiere romper España, de que Pablo Iglesias es un agente de Maduro, de que los independentistas catalanes son iguales que Tejero, de que Uxue Barkos quiere diluir Navarra en Euskadi, de que Bildu es ETA, de que el PNV está al servicio de las multinacionales, de que el PP es el centro, de que Ciudadanos es el centro liberal y de que Abascal no es fascista, sino patriota. Y todo esto, resumiendo, sin entrar al detalle.

Además de todas estas mentiras que quedan y quedarán impunes, pueden añadirse las reiteradas promesas de campaña en las que se reniega de cualquier acuerdo con tal o cual adversario, los juramentos de renuncia a tales o cuales pactos pase lo que pase tras el recuento. Mentira. Aquí se han visto, se ven y se verán apaños poselectorales previa y solemnemente rechazados, sin molestarse en dar demasiadas explicaciones. Quizá, a lo más, cuando la patraña queda demasiado evidente, se pongan un momento colorados.

Es muy difícil, casi imposible, que los políticos rectifiquen. Si es el caso, se asegurará que nunca lo dijeron, que se malinterpretaron sus palabras. Total, ni los votantes van a reclamar ni los tribunales van a citarles por mala conducta. Claro, esta tendencia a echar a los bocazas por delante para calentar la campaña podrá ser flor de un día para pillar poder como sea, pero a la larga solo contribuye al descrédito de los políticos.