Las elecciones del domingo afianzan en el timón del poder del Estado a los socialistas españoles. El éxito de Pedro Sánchez y de su capacidad de maniobrar en el tortuoso escenario en que se mueve la política española es indudable. Desde que fue elegido secretario general del PSOE, enfrentado al Ferraz domesticado por el Estado profundo, ha buscado la victoria en el ataque, al viejo estilo. En la larga marcha que protagonizó para recuperar el poder interno en el seno de su partido. Y en la gestión de la oposición al Partido Popular, provocando el kairos de la moción de censura, el momento crucial del cambio de agujas que ha operado en la política española. A partir de ahí, se ha valido de uno de los principios más clásicos de la estrategia: “El que es prudente ante un enemigo que no lo es, será el vencedor”.
Hasta Sánchez, el bipartidismo era el eje vertebrador de la política española, eje solo cuestionado en las naciones históricas. La alternancia entre los dos grandes partidos se desarrollaba sin quiebras esenciales. Tras varios años de crisis, el pasado domingo ese eje se ha desplomado formalmente, y ha sido sustituido por un escenario político fragmentado, sin un centro claro que represente una sociedad en la que se comparten características comunes.
El problema puede ser la incapacidad para regenerar un sistema que ha dado sobradas muestras de podredumbre. O el contagio de la epidemia populista que está haciendo estragos en el mundo occidental. Pero, no debemos olvidar los puntos más críticos de la cohesión del Estado español: la cuestión social y las demandas de autogobierno de las naciones históricas.
Aunque el escenario de fuerzas parlamentarias sea complejo, Sánchez logrará fácilmente su investidura. Otra cosa diferente es el discurso de la legislatura. En determinados medios hay interés en que se entienda con el líder de Ciudadanos, Albert Rivera. Pero, ¿cómo se puede reconstruir un centro político con Ciudadanos?
Ante la pugna entre izquierda y derecha españolas, el arbitraje natural corresponde a las formaciones territoriales. En lo que a las formaciones vascas se refiere, convendría que para ejercer ese papel tomasen al menos las siguientes precauciones. Desde luego, tendrían que evitar a toda costa importar la bipolarización peninsular, sujetándose a la agenda vasca, más centrada e integradora. Y finalmente, tendrían que gestionar el voto decisivo con prudencia, sin forzarlo más allá de su punto culminante de éxito.