Salvo honrosas excepciones, hemos asistido a una penosa campaña que revela la falta de cultura política por parte de los líderes de buena parte de los partidos con implantación estatal. El histrionismo dialéctico como bandera electoral parece inducir más a desincentivar nuestra participación ciudadana en la decisiva jornada que hoy vivimos que a la movilización del voto. Pese a ello debemos estar, como ciudadanos y ciudadanas, por encima de nuestros representantes, darles una lección de civismo democrático y votar para dejar a cada formación política donde se merece. Ésta es nuestra fuerza, la que evidencia nuestra verdadera condición de contrapoder.
El modelo de hacer y de transmitir política en esta campaña se ha centrado una vez más en la confrontación y en general se ha desarrollado en ausencia de un verdadero debate sobre ideologías y proyectos. Lo fácil, lo más socorrido ha sido demonizar la orientación política del adversario de forma hueca e infundada. Se consolida así una política mediática de piñón fijo que sacraliza o convierte en anatema, según interese -y de dónde o de quién provenga-, meras afirmaciones genéricas.
Demasiadas veces la política acaba siendo una especie de agitación en superficie, a modo de señuelo político que encubre la verdadera falta de toma de posición y de decisión sobre los temas claves y troncales y revela una falsa movilidad, un pseudomovimiento tras el que se intenta mostrar como acción política una mera suma de inconexas ideas o conceptos. Y aunque generalizar siempre es injusto, el nivel del discurso político y de sus actores nos muestra en muchas ocasiones interlocutores atados y encorsetados a un férreo y cerrado guión, con un discurso enlatado y sin capacidad dialéctica.
Pero no debemos olvidar que las elecciones son el instrumento fundamental de la democracia. Quienes tienen el poder se enfrentan a la posibilidad de ser expulsados de él mediante unos procedimientos establecidos. En este momento se visualiza que la política nos introduce en un mundo en el que hay que responder y dar cuentas, que el poder no es absoluto porque está obligado a revalidarse, que la política no da más que oportunidades a plazos.
Las elecciones no deberían ser idealizadas como si la democracia no tuviera ninguna otra exigencia. Si redujésemos la democracia a un sistema en el que los ciudadanos votamos a nuestros representantes, la política acabaría convertida en mero populismo. El voto ciudadano representa una fuente importante e innegable de legitimidad democrática, pero no es suficiente. Hoy, domingo electoral, nuestro reto es votar para poder reivindicar, para construir, para avanzar. Ése es nuestro principal derecho y a la vez nuestra gran responsabilidad democrática. Llenemos las urnas de votos, somos el verdadero contrapoder democrático.