gasteiz - A diferencia de las grandes vueltas ciclistas, las campañas electorales solo duran dos semanas, lo que no evita que terminen haciéndose largas tanto para quienes las disputan como para quienes las siguen por afición o por imposibilidad de evitarlas. La de las generales de 2019 ya ha concluido, y lo ha hecho con un tímido pero arriesgado cortejo de Pedro Sánchez a Ciudadanos, que viene a confirmar la advertencia que de forma unánime viene lanzando toda la oposición.
Si puede, dicen PNV, Unidas Podemos, EH Bildu y PP, el PSOE pactará con C’s, cuyo veto a los socialistas ponen todos en duda. Ayer Rivera reiteraba que su enemigo es Sánchez, pero evitaba ser “sectario” y afirmaba que solo negará la palabra “a los que quieren liquidar el país”. El PP, mientras, se ofrece a abrir las puertas de La Moncloa a Vox y duda de C’s, empujando a esta formación a los brazos del PSOE. Cartas boca arriba, por tanto, en un último giro de guión improvisado al albur de las encuestas internas o quién sabe si escrito de antemano desde hace semanas.
Comenzó la campaña con muchos nervios, montoneras, abanicos y sonoros porrazos contra el pavés, como el que se pegó Pablo Casado ante el electorado de Getxo. Aguantó sin embargo el líder popular con una estrategia agresiva en estas jornadas en las que Sánchez salía al asfalto ya con el jersey amarillo puesto, objeto por ello de todos los ataques pero constante y contenido en su pedalada. El socialista trataba más de evitar el error que de aumentar ventaja sobre sus rivales, que empezaban a pelear entre sí para regocijo socialista.
Así pasaron los días y se llegó a la montaña, donde decían los expertos que se jugaba la carrera. Rivera tomaba el relevo de Casado en esta mediática fase de la competición brindando espectáculo, ataques rayanos en lo suicida y un protagonismo que los demás le cedían gustosos, confiados en que el líder de C’s se desfondara él solo sin más premio que reventar las redes sociales.
Solo Casado se sumó al ataque en la segunda jornada, aunque con una estrategia más sostenida y menos espitosa que la de los naranjas, mientras Sánchez aguantaba los envites de la derecha evitando riesgos, sin variar la pedalada, e Iglesias trataba de arañar segundos en la general haciéndose notar, paradójicamente, mediante la estrategia de no hacer ruido.
La Junta Electoral le había hurtado a Sánchez la oportunidad de medirse ante las cámaras con el trío de Colón, y desvirtuaba a la vez el escenario político real, del que también fueron borrados los nacionalistas que han condicionado la gobernabilidad del Estado desde hace treinta años.
En Euskadi, por su parte, se ha desarrollado una competición paralela con el territorio alavés como principal escenario de confrontación. Por Álava han pasado y se presentan ministros socialistas, en Álava cruza los dedos Unidas Podemos para mantener la hegemonia de 2015 y 2016, a Álava se dirigieron los últimos guiños del Consejo de Ministros, y en Álava se vuelca el PNV, ofreciendo experiencia, moderación y querencia por la estabilidad para atraer el voto. En este territorio también pugnan descarnadamente por un escaño PP y EH Bildu. Sus ataques mutuos buscan aumentar la cosecha propia y a la vez alimentan la expectativa del rival.
Muy inoportuna para el PP fue en ese sentido la ausencia de Javier Maroto del debate postrero de ETB, al que público y pelotón llegaban ya agotados. Un mensaje destacaba; mientras el PSOE pedía a todos apostar por caballo ganador, el resto alertaba de que los socialistas volverán a La Moncloa de la mano de C’s si les dan los números. Ayer Sánchez les daba argumentos en un sorpresivo movimiento de última hora sobre el centro político que puede pagar en la periferia geográfica.