Se acabó lo que se daba. Me refiero a la campaña electoral. Cada cual estimará si afortunada o desafortunadamente. Para mí, lo primero.

Mañana, dice el rancio ritual de las campañas electorales, toca reflexionar. Yo lo traigo reflexionado. De mucho antes de la campaña.

Tengo mis razones para ello.

La primera de ellas, que de lo que me fío, sobre todo, es de los hechos. No de las palabras. Ni de las imágenes. Tal como acabo de leer a Francesc Torralba, “el exceso de palabras e imágenes satura la mente del ciudadano contemporáneo hasta tal extremo que no dispone de tiempo para procesar ni digerir emocionalmente todo lo que escucha y lo que ve. Se produce un colapso”. Especialmente en campaña electoral. Tengo claro que, para obviar ese colapso, lo que merece mi voto es lo que cada cual testimonia con lo que hace. No la palabrería ni la imaginería.

Segunda razón para tener mi voto ya reflexionado: tengo claros los problemas que deseo ayuden a solucionar aquellos a quienes voy a votar. Básicamente cuatro: el futuro económico, de Euskadi y de España, todo menos garantizado hoy por hoy; el problema territorial del Estado español, y, en ese marco, los denominados problemas catalán y vasco; la adecuación de nuestro estado de bienestar a nuestro desarrollo económico y a los parámetros de nuestro entorno europeo; y el establecimiento de pautas claras para abordar, de una vez, la corrupción en la política española.

Para hacer frente, con alguna garantía, a estos bloques de problemas, no es lo mismo votar a unos que a otros, hayan dicho lo que hayan dicho en estos últimos quince dias. Ni aunque lo hayan dicho en esos debates a los que tanto autobombo dan los partidos políticos participantes y los medios de comunicación organizadores. Pongo un ejemplo: ¿Alguien se imagina que se puede abordar el problema territorial con sus epicentros en Catalunya y Euskadi, dejando al margen, como lo han hecho en ambos debates televisados, a las fuerzas políticas mayoritarias de ambos territorios? Yo, no. Sin su presencia y participación en la política y gobernabilidad del 28 +1 de abril, no hay solución. Ni camino siquiera en esa dirección. Solo más atasco, más crispación.

Tercera razón: hay que elegir entre lo que hay. Hay gente, votantes, que creen, como algunos forofos del fútbol, que nadie de los que están en el campo es merecedor de confianza: ni entrenador, ni futbolistas, ni árbitro. En nadie confían, salvo en sí mismos.

No es mi caso. Procuro no desmadrarme tanto en mis reflexiones.

Estas son las razones, que, como digo, evalúo, sobre todo, al margen y antes de las campañas. Me sobra el día de mañana para reflexionar.

Solo me queda votar. Pasado mañana. No tengo duda en hacerlo. Ni a quién. El lector sabrá cuál es su caso. Le dejo mis reflexiones. ¡Acierto!