madrid - Pasado el rock & roll que nos sirvieron los debates televisivos a cuatro, la campaña ya tiene un eje definido: más allá de las propuestas y programas de las formaciones de matriz española, la recta final destila un sello de duelo de estilos, algo así como el choque de armarios entre reinas y primeras damas en las visitas oficiales que frivolizan las mentes y confunden las agendas diplomáticas.

La resaca de los debates nos durará hasta el domingo pero en estos tres días hasta entonces convendría preguntarse si la ya famosa indecisocracia ha empezado a adelgazar o todo lo contrario. Si cada vez hay menos dudosos hasta ahora concentrados en la derecha pero tampoco son nada desdeñables aquellos que puedan caer en el zurrón de Sánchez. O si, tras el espectáculo televisivo de palillo en boca, las dudas no han hecho sino dispararse. Siguen siendo días en los que ese electorado que alumbrará dos bloques antagónicos se mantiene como la mercancía de trasvase de papeletas. Todos ejercitan una OPA hostil de votantes que ayer pasó a los candidatos y a un PP enmudecido con la marcha del expresidente de la Comunidad de Madrid, el popular Angel Garrido, sucesor de Cifuentes tras la polémica por el caso Máster, a las listas de Ciudadanos. Iba el cuarto en la plancha europea del PP pero a un mes de los comicios a la Eurocámara y a tres jornadas para las generales, el transfuguismo reivindicó que los ritmos solo los marca él. Incluso ayer resucitó UPyD a cuyo Consejo vasco, el nacional le afeó la conducta por pedir el voto para el PP. Tres semanas antes había renunciado a presentarse a las elecciones y apoyar a Ciudadanos, la formación de la que abjuró hace años y que propició su descalabro. Más traición y todo estilo. El tan ansiado multipardidismo ha generado un campo abonado para los cambios de vagón que llegan hasta los despachos de los tan sobrevalorados asesores políticos. El caso de Iván Redondo tiene su miga viajera: de trabajar para el PP con material tan arduo como José Antonio Monago en Extremadura o Xabier García Albiol en Catalunya, Redondo se pasó a Sánchez, impulsó la moción de censura y le dirigió hacia el 28-A. Es la sombra del presidente-candidato y el muñidor de sus estrategias. Le llaman el “dron” o el “vendebiblias”. Se trata de un travestismo profesional que sugiere cierta querencia lo mismo al balconing que al cheque: tras asesorar al PP ponerte directamente a salvar a Sánchez sugiere una transversalidad que ya la quisieran muchos gobiernos. Dicen que toda la campaña socialista es él. Tras García Albiol y un Sánchez presuntamente desahuciado tras aquel Comité Federal que le sacó de la Secretaría General del PSOE, de Redondo podemos decir que, si es algo, es un hombre de retos. A él se achaca que un acorralado Sánchez se mojara descafeinadamente alejando en el debate de Atresmedia la posibilidad de pactar con Ciudadanos asegurando que “no está en mis planes”. Esconder las cartas sobre los futuros pactos sigue presente en la estrategia de los partidos, no hay caballero a carta cabal, ni siquiera un Iglesias que poco más tiene que perder con un cuarto o incluso, quién sabe, quinto puesto en la llegada.

Por lo demás siguen siendo los ausentes del ruido mediático los que marcarán el baile de pactos que alumbrarán las elecciones: un Vox presente como Lady Di en una boda real británica, los independentistas, vascos y catalanes, como arma arrojadiza, y los fantasmas: ETA, comodín de las derechas y un Franco que, sin citarse en toda la campaña, se adivina en las tres patas de una derecha fragmentada y a la gresca. Cada uno seguirá a su música: diálogo, moderación o feminismo frente a indultos, enemigos del unionismo y la familia. O la naftalina franquista o ETA. O España o Puigdemont.

Demasiado olor a pólvora en un último tramo donde los partidos de matriz vasca siguen lanzando sus mensajes tras el empacho televisivo donde el campo de juego sigue siendo ajeno y los mensajes de los llamados “periféricos” no llegan. Tienen muchas posibilidades de ser la llave, a pesar de la sordina impuesta y el enredo de ese voto útil que pareciera que solo pertenece a los dos bandos de la guerra del 36, encarnados por cinco cuñados -salvo un Iglesias, quintaesencia hoy de la moderación- y sus futuras ententes cordiales. Su partida está en mantener su base social, en el caso del PNV defender ese tradicional objetivo de otorgar estabilidad y por consiguiente seguir abonando su proverbial influencia “frente a las tentaciones recentralizadoras”, según insistió ayer Mikel Legarda. Otra vez sobrevolaba la derechona y ese posible pacto entre socialistas y naranjas que no se acaba de despejar a tres días de las elecciones en un escenario de conglomerado de partidos con el multipartidismo en la Villa y Corte pasado de vueltas, ahí donde ninguna opción parece valor seguro porque falta credibilidad y sobra gallinero político. Llegamos a la zona de sombra de la campaña sin mucha más información que al principio, salvo un duelo de modales y estilos, de cabezas frías y calientes tras dos debates que nos han dejado la sensación de que la campaña está acabada. Desde el lunes está prohibida la publicación de las encuestas, solo las encargadas por los propios partidos que van amoldando sus estrategias, casi contando el minuto y resultado. Queda trecho, nervios y aún tensión en un arreón final donde la emoción volverá a estar servida por las siempre remolonas encuestas andorranas.