La campaña para los comicios generales del 28 de abril ha vuelto a poner en circulación algunos mitos y creencias sobre el comportamiento de partidos y votantes que reaparecen con cada convocatoria electoral.

Las encuestas nunca aciertan

Es una frase que se escucha en casi todas las campañas electorales y que la pasada semana resurgió con las críticas de dirigentes políticos como el líder del PP, Pablo Casado, hacia la credibilidad del último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), publicado el 9 de abril.

La supuesta falta de acierto de las encuestas es una verdad a medias: los sondeos rara vez se equivocan respecto al partido ganador, pero sí es frecuente que se alejen de las tendencias reales de voto. Ante las últimas elecciones generales, celebradas el 26 de junio de 2016, la mayoría de encuestas (Metroscopia, Sigma Dos, GAD3 y el barómetro preelectoral del CIS) pronosticaban que Unidos Podemos consumaría el sorpaso al PSOE y se impondría como segunda fuerza parlamentaria. Finalmente, los socialistas quedaron 14 escaños por encima. Los sondeos más cercanos al día de los comicios coincidieron en atribuir la victoria al PP, pero con menos representación de la que finalmente obtuvo: el que más se acercó le concedía, como máximo, seis diputados menos que los 137 que logró.

En las generales del 20 de diciembre de 2015, el mayor fracaso tuvo también que ver con Podemos, pero en sentido contrario: ni el CIS ni la mayor parte de las encuestas privadas previeron el auge de este partido y sus confluencias, que alcanzaron 69 escaños y la condición de tercera fuerza política.

En el caso de las elecciones andaluzas del pasado 21 de diciembre, ninguna encuesta anticipó el vuelco histórico que permitió una nueva mayoría parlamentaria del PP, Cs y Vox, con 59 diputados, frente a los 50 que sumaban PSOE y Adelante Andalucía. Donde las encuestas fallaron incluso al señalar cuál sería la primera fuerza parlamentaria fue en las elecciones de diciembre de 2017 en Catalunya: C’s fue el primer grupo con 36 diputados, por encima de JxC (34) y ERC (32), partido al que casi todos los sondeos (excepto el CIS) daban por ganador.

La derecha gana cuando aumenta la abstención

Es una creencia muy extendida en la democracia española. El propio presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, afirmaba la semana pasada en Cáceres: “La derecha juega a la abstención como única opción para poder sumar”. La baja participación suele mejorar los resultados electorales de la derecha en España, pero no siempre es así.

Una de las convocatorias con más participación de la historia democrática española (un 77,4%, en las elecciones generales de 1996) dio la victoria al PP de José María Aznar por primera vez. Además, las elecciones generales de 1989 fueron una de las convocatorias con más abstención, un 30,7% y, sin embargo, el PSOE fue el partido vencedor, según el informe sobre Las elecciones generales en España 1977-2016 del Ministerio de Interior. La regla sí se confirma en el resto de los comicios con más abstención (2016, 1979, 2000, 2011 y 2015), que dieron la victoria al PP en todos los casos, excepto en los de 1979, en que ganó UCD.

Hasta la pasada década, la participación electoral en España tendía a ser más baja (en torno al 70%) si el partido gobernante se mantenía en el poder y superior (75% y más) cuando eran elecciones de cambio. Sin embargo, las generales del 20 de noviembre de 2011 parecieron invalidar esa tipología, pues fueron unos comicios de cambio, en los que se pasó de la victoria socialista por mayoría simple a una mayoría absoluta del PP, y pese ello fueron muy poco participativos.

Las coaliciones permiten sumar más

El secretario general de Ciudadanos, José Manuel Villegas, defendía en marzo la coalición de C’s con UPN como “una necesidad y una oportunidad de sumar” para construir un “proyecto constitucionalista para España”. Sin embargo, la creencia de que las coaliciones garantizan un mejor resultado no siempre se cumple, y se ha incumplido en la reciente historia electoral española. Así ocurrió en las elecciones de junio de 2016, cuando la coalición electoral entre Podemos e IU no dio réditos a ninguna de las dos formaciones: no solo no lograron sumar los votos obtenidos por separado en las generales de diciembre 2015, sino que cosecharon cerca de un millón de votos menos. Otro ejemplo lo brindan las elecciones catalanas: si en las autonómicas de 2012 CiU obtuvo 50 escaños y ERC 21, la coalición que conformaron para los comicios de 2015 (JxSí) logró 62 escaños, 9 menos. En 2017, cuando ERC volvió a presentarse a las elecciones por separado, el partido independentista obtuvo 32 diputados autonómicos y JxCat 34.

El voto se decide durante la campaña

El presidente del CIS, José Félix Tezanos, afirmaba en febrero que el panorama ante las elecciones generales estaba “muy abierto” porque una importante franja de la población decidiría su voto en el “último momento”. Aunque hay votos que no cambian, la campaña influye cuando hay muchas opciones políticas en liza: tan importante como el “voto cautivo” de los fieles a una misma fuerza política es el “voto fluctuante”, que aumenta cuantas más formaciones hay en juego.

Esto ocurre porque “el cerebro humano está muy poco preparado para tomar decisiones con seguridad cuando las opciones son múltiples”, explica el catedrático de Psicobiología y director del Instituto de Neurociencias de la Universidad Autónoma de Barcelona, Ignacio Morgado. Cuando se trata de optar entre dos grandes alternativas, la decisión es más fácil y los ciudadanos votan con más seguridad, pero cuando aumentan las opciones electorales, mayor es la indecisión y hay más probabilidades de que algo que suceda durante la campaña cambie el voto o aumente la abstención, añade. Morgado advierte de que la conducta de los votantes se ve condicionada en gran medida por las emociones y precisa que “cuando hay tanta indecisión, muchas veces se vota por exclusión”.

Por su parte, el politólogo Lluís Orriols, de la Universidad Carlos III de Madrid, considera que el voto “inercial” de fidelidad a un partido sigue siendo el más importante, incluso en el actual escenario. Para este tipo de electores, la utilidad de la campaña es la de afianzar sus preferencias. “En términos generales, las lealtades emocionales son relativamente estables” y “no hay tanta gente que decida a última hora”, explica Orriols, si bien precisa que, en los últimos tiempos, ante opciones que cambian abruptamente, partidos nuevos y formaciones en crisis, los votantes son “más volátiles”.

Ha habido un “cambio en el ecosistema partidista”, con “altísimas dosis de imprevisibilidad que no había antes”, de modo que, aunque la mayoría tenga ya decidido su voto, muchos no están seguros del todo y bastaría con un 6% del electorado para cambiar la correlación de fuerzas, indica este experto.

Votar a Vox debilita a la derecha

Con la Ley d’Hondt, la división del voto de derechas no es sistemáticamente negativa ni positiva para este bloque ideológico, ya que sus efectos dependen de múltiples factores, si bien el reparto de escaños en las circunscripciones con cinco diputados o menos perjudica a formaciones pequeñas como Vox, que pueden quedarse sin representación.

En todo caso, el politólogo Lluís Orriols apunta que, en el actual escenario, no es tan evidente que Vox sea un voto malgastado para la derecha y advierte de que los argumentos del PP en defensa del “voto útil” no casan tan bien como en otras ocasiones con los datos que refleja el último barómetro del CIS. Según este sondeo, Vox recibiría votantes del PP (que perdería el 11,2% de sus electores en favor de la formación de Santiago Abascal) y de C’s (un 6,1% de sus antiguos votantes), pero también de Compromís (2,1%), En Marea (1,2%) e incluso de Unidos Podemos (0,9%). - Efe