En nuestro cerebro, la razón y la emoción son inseparables y una y otra se complementan, pero en la mayoría de decisiones de la vida la emoción acaba imponiéndose a la razón: ¿crees que te vas a cargar de razonamientos para ir a votar el 28 de abril y a dejar fuera los sentimientos? La neurociencia dice que no. La razón -en la corteza prefrontal del cerebro- es más lenta que la emoción -en la amígdala- y necesita de más tiempo para imponerse, así que la emoción juega con ventaja; eso no quiere decir que nuestras decisiones cotidianas y no tan cotidianas estén exentas de razonamientos, pero lo que normalmente condiciona la conducta humana es esa última emoción que provoca que el corazón lata más deprisa.

Y a la hora de decidir el voto pasa lo mismo: la última emoción generada es la que más posibilidades tiene de condicionarlo y más en unas elecciones generales, las del domingo 28 de abril, en las que se presentan más partidos que nunca, hay nuevas formaciones y electorados con vínculos incipientes con muchos de los candidatos. Esto provocará, afirman expertos consultados, un aumento de la indecisión y posibles cambios en la orientación del voto. “Que seamos seres emocionales a la hora de ir a votar no quiere decir que detrás de las emociones no haya nada de razón”, señala Ignacio Morgado, director del Instituto de Neurociencias de la Universidad Autónoma de Barcelona y catedrático de Psicobiología. Las emociones -el miedo, la envidia, la sorpresa, la alegría- las crean los razonamientos y esos razonamientos son los que pueden ser lógicos e ilógicos, serios o poco serios, pero “son las emociones las que tienen una fuerza impresionante para condicionar nuestra conducta y esa conducta cambia cuando cambian nuestras emociones”.

Hay que generar emoción para mover el voto y eso los políticos lo saben o al menos deberían saberlo: “quizás no conocen que es la amígdala el área del cerebro más implicada en las emociones, pero sí que las emociones son muy poderosas y que influyen en los votantes”.

Las emociones no se heredan y estas dependen de la vida que tengamos, de las ideas inculcadas o de las experiencias vividas. Lo que sí tiene un componente de herencia muy grande es la fuerza con la que las expresamos, explica Morgado, quien indica que hay personas más emocionales que otras y las más reactivas emocionalmente se pueden dejar influir más por los mensajes de última hora. La gente, añade, que tiene ideología o está comprometida con una serie de ideas o partidos son personas mucho más difíciles de influir y hacer que cambien su orientación en el voto.

También para el politólogo Lluís Orriols, de la Universidad Carlos III de Madrid, el voto no es un voto de cálculo coste-beneficio, sino que hay altos elementos de emoción, que son los principales factores explicativos. Esas emociones, detalla este experto, se trasladan vía identidades: el principal motor estructurador del comportamiento de los ciudadanos, sin duda en el comportamiento electoral, es la construcción de identidades y cómo acaban estas impregnándolo todo, y, en este caso, una crucial es la identidad de partido.

¿Con qué partido te sientes emocionalmente identificado y no racionalmente porque presenta políticas más ventajosas? ¿Cuál es tu equipo? Esa es la clave, resume este doctor en Ciencia Política, quien advierte de que en estas elecciones generales, debido a los elementos contextuales de la actual política española, con un sistema de partidos no cristalizado, subirá el número de indecisos. Así que “cualquier evento de última hora puede hacer cambiar el voto”.

De la misma opinión es Morgado, quien cree que el número de indecisos puede incrementarse porque la situación lejos de simplificarse se ha complicado y, además, los mensajes que recibe cada persona son cada vez más numerosos, más conflictivos y más intermitentes.

En su barómetro de enero, el CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) incluyó una pregunta sobre la decisión del voto -aún no estaban convocadas las elecciones del 28A- y un 45,3% de los encuestados contestó que aún no sabía a quién votar (un 16,9% mostró duda entre varios y un 28,4% dijo que lo decidiría cuando estuvieran más próximas las elecciones).

Morgado recuerda que muchas veces se vota por exclusión y que la tecnología ha avanzado más rápidamente que la evolución del cerebro, lo que hace que “los humanos hoy nos encontremos en un mundo con una oferta muy grande de cualquier cosa”.

El cerebro “está muy preparado” para decidir correctamente sin equivocarnos -en la mayoría de los casos- cuando se trata de ir a la derecha o la izquierda o para decidir si comer o morir de hambre. “Cuando las decisiones son simples, el cerebro tiene mucha capacidad enseguida de darse cuenta qué es lo que más le conviene”, pero al contrario no: cuánto más partidos políticos existan para decidir, más difícil será que uno mismo esté convencido con lo que va a votar”.