Vox provoca urticaria a la democracia, pero su sarna no pica a PP y solo irrita a escondidas a Ciudadanos. Es la conjunción de sensaciones que aderezan una nueva derecha española, tan distinta a la europea. De entrada, ha fijado Andalucía como probeta de ensayo antes de amenazar las expectativas de poder de la izquierda ante un próximo calendario electoral. Un escenario inédito por inesperado, plagado de incógnitas por tanto, expectante ante sus múltiples derivadas y, sobre todo, sembrado de riesgos para cada una de las fuerzas políticas. En un año que ha asistido atónito a la primera aprobación de una moción de censura en el Congreso, a la proclamación de un presidente con el menor número de diputados propios, al único desalojo del socialismo siquiera del Parlamento andaluz en casi cuatro décadas, a la coexistencia de dos mandatarios catalanes uno en Barcelona y otro en su refugio de Waterloo, solo quedaba por llegar la sorprendente guinda amarga de la ultraderecha en las instituciones.

Las urnas andaluzas han dado un zambombazo al avispero político español. En el PSOE, la debacle de Susana Díaz ha rociado de sal las llagas de su sempiterno debate territorial hasta unos límites que sólo podrían calibrarse en las elecciones de mayo. Aquellas significativas voces internas que advirtieron de la peligrosa ambición camaleónica de Pedro Sánchez hasta callarse cautelosamente en público por la conquista del gobierno vuelven a la carga aterrorizados. Les ha valido ver cómo ondeaban las banderas españolas en los mítines de Vox y su patético retroceso para entender que el procés puede dinamitar a su partido. El socialismo tradicional ya no se corta en deplorar la política de diálogo de su líder con la Catalunya independentista. Tampoco lo hacen decenas de diputados que temen un castigo en el próximo examen por el desgaste de ese votante tan hastiado del pulso soberanista.

Sánchez sigue a lo suyo. Cree ciegamente que decisiones como la subida del Salario Mínimo Interprofesional que tanto irrita a la patronal y de las pensiones fortalecerán sus aspiraciones. No le importa que Quim Torra le desnude sus silencios a las primeras de cambio, que la derecha ultra construya su relato en base a los guiños al independentismo o su socio preferente lamente las rectificaciones en política energética. El presidente se siente convencido de esta egocéntrica apuesta, consciente a buen seguro del creciente escepticismo a su alrededor. Por eso rentabiliza en solitario la foto navideña con las tropas en Mali despreciando a su ministra Margarita Robles. Nadie como él sostiene que le refrenda un amplio granero de votantes de izquierda, confiados en la apuesta por una política social. Bajo esta premisa y la imagen de valedor del diálogo aunque salga trasquilado seguirá caminando sobre las brasas durante el próximo año.

Tampoco en el PP tocan la zambomba. La llamativa dependencia de Vox para garantizarse cualquier opción venidera de poder fluye como trampa saducea. La ultraderecha se ha inoculado sin mucha dificultad en la sala de máquinas de Pablo Casado para regocijo de la ambición incalculable de Santiago Abascal y de los augurios de José María Aznar. Los populares acarician esa Junta de Andalucía que siempre soñaron como una quimera y no les importa el precio de la dote. Otra cosa es cuando lleguen las elecciones locales y la confusión se apodere en buena parte de la derecha para decantarse entre la copia y el original. Para entonces seguirá el amenazante goteo de las causas pendientes con la corrupción. Incluso como deterioro de sus opciones municipales valdría el golpe seco que supone la sentencia millonaria contra la exalcaldesa Ana Botella por malversación.

Mientras, en Ciudadanos no saben cómo taparse las vergüenzas. Todo tiene un precio y lo están pagando para desesperación de su teórico mirlo blanco Manuel Valls con un desgaste incómodo de su perfil democrático. El imprescindible entendimiento por acción u omisión con la ultraderecha les marcará a fuego una divisa poco recomendable por encima del malabarismo léxico de sus dirigentes. Vox está en condiciones de sacar de quicio a PP y Ciudadanos en unas negociaciones que depararán sus escenas más virales durante las próximas semanas. ¿Y cuando Abascal pida para los suyos uno de los ocho puestos de senador autonómico por Andalucía que ahora se reparten los dos partidos de izquierdas y los populares? Casado se desentenderá y hablará de Bildu, Rivera del 155 y así la nueva derecha acabará dando otro paso adelante ante una izquierda presa de sus miedos.