Aprendieron bien los cachorros de la derecha extrema. Aprendieron bien de los viejos tahúres, sus predecesores, que echando cálculos electorales decidieron chapotear en el horror y el sufrimiento ajeno para enardecer los más bajos instintos y cosechar apoyos electorales arremetiendo de paso contra los adversarios políticos. El inicio de esta estrategia política perversa puede datarse en la campaña electoral de 1996 y la decisión del candidato José María Aznar de romper el consenso histórico de no utilizar el terrorismo para acaparar votos. En aquella ocasión el PP manejó a las víctimas como martillo pilón para enardecer a una ciudadanía indignada y encauzar su intención de voto hacia el gesto más duro contra los causantes del dolor, en ese caso ETA y, por una arbitraria extensión, el nacionalismo vasco.
El asesinato de Miguel Ángel Blanco situó a aquellos agitadores de la carroña -Aznar, Mayor Oreja, Acebes, Arriola?- en lugar de privilegio electoral, que además contaron con el apoyo interesado y entusiasta de sus apéndices mediáticos. Paladines de la firmeza contra los malos, olfateando nuevas y sucesivas presas sobre las que cebarse, asentaron esa escuela hasta nuestros días. La estructura es simple: buscar un objetivo susceptible de provocar rechazo social o, en su caso, convertirlo en aborrecible mediante el discurso político y mediático, y percutir sobre él hasta extender la animosidad social contra él. Lo que antes fue ETA es ahora Catalunya, y lo que fueron las víctimas del terrorismo son ahora los catalanes españoles o las víctimas de la violencia machista. La trama es la misma, pero los actores son los jóvenes sucesores de aquellos viejos oportunistas.
Allá donde huelen sangre, allá donde suponen ánimo popular de linchamiento, allá braman su discurso intolerante a la caza del voto primario, vengativo, al calor de la ira y el espanto. No quiso perder la ocasión Pablo Casado, repletos hasta la náusea los informativos del asesinato de la joven Laura Luelmo, para aprovecharlo sin pudor para la lucha partidista. Hace falta desvergüenza para arremeter desde el escaño contra el Gobierno -un Gobierno que, por supuesto, no le gusta y califica de ilegal- reprochando al presidente Sánchez que condenase el asesinato de la joven maestra después de haber recurrido la prisión permanente revisable.
Hace falta desvergüenza para en lugar de plantear una reflexión sobre la inseguridad de las mujeres en el espacio público, arremeter en un alarde de insensibilidad y demagogia contra el Gobierno pidiendo un nuevo endurecimiento de las penas. El oportunismo arrastró a Casado al más repugnante populismo penal, a sabiendas de que el asesinato brutal de Laura Luelmo se ha cometido estando ya en vigor ese sucedáneo de cadena perpetua introducido en 2015 por la mayoría absoluta del PP.
Hace falta ser demagogo para pasar por alto la opinión autorizada y generalizada de jueces y criminalistas que constatan que no existe norma penal, por severa que sea, que tenga un efecto disuasorio universal. El carroñerismo del nuevo PP olvida que los recortes salvajes perpetrados por el Gobierno de Rajoy privaron de recursos a todos los planes de reinserción proyectados para su aplicación a la población reclusa. La demagogia desatada del nuevo líder del PP no tiene en cuenta que aquellos mismos recortes hicieron disminuir en 15.000 agentes la cobertura de seguridad que podía ofrecer mayor protección a las mujeres amenazadas por el machismo violento.
Así son los de la mano dura, hienas que escarban en el dolor ajeno rebuscando el voto de los horrorizados, de los indignados, de los revanchistas primarios. Así son los que chapotean sobre la sangre de Laura Luelmo exigiendo con la chulería de los perdonavidas que no se vote a los blandos, a los cómplices de toda violencia, a los dialogantes que son responsables de que se viole, se asesine y se rompa España. Al asesinato machista, cadena perpetua. Al independentismo catalán, el 155. Hablar de reinserción o reunirse con Torra es claudicar, rendirse, acojonarse y darles alas a los delincuentes. En esa dinámica está la derecha española, Casado y Rivera, a ver quién tiene más larga la cachiporra.
Aún sin desinflárseles la vena del horroroso crimen de El Campillo, la lógica reunión de Sánchez con Torra para abrir el diálogo les ha sacado de sus casillas. No van a parar hasta que vuelvan a tomar el poder. Seguirán intentando mantener al personal en tensión, crispando el ambiente político hasta la náusea, elevando el tono del insulto y de la injuria. El dolor de las víctimas, el horror del crimen machista, la inestabilidad de la sociedad catalana, en el fondo les importa un pimiento. Mano dura y latigazo sin piedad al adversario, y que el votante primario lo vea.