Nadie discutía el trono a Susana Díaz en Andalucía. Ni siquiera quienes aspiraban a sucederla, más preocupados por la hegemonía en la derecha que por sumar una mayoría que parecía inviable. Hasta ayer, y gracias a la ultraderecha, que no solo da la vuelta al tablero político español, sino que abre la puerta de salida a la todopoderosa presidenta andaluza. La reina se ha quedado sin trono.

Ha sido un hundimiento sin matices. El PSOE toca fondo en su feudo histórico y con su candidata más oficial tras una progresiva decadencia que ha cristalizado en un suelo electoral de 33 escaños que hacen inviable cualquier forma de gobierno mínimamente estable. Un resultado que pone punto final a una larga etapa para el socialismo andaluz, que se había mimetizado tanto con las instituciones que resulta difícil discernir dónde acaba el partido y empieza el Gobierno regional. Y muy posiblemente supondrá también el final de la carrera política de Susana Díaz.

Porque nadie representa mejor al PSOE andaluz que la trianera. Hija de un fontanero y una ama de casa, madre de un hijo y política profesional sin más experiencia laboral que los cargos de su partido, donde ha sido secretaria de Organización de Juventudes Socialistas de Andalucía (1997-2004), secretaria de Organización del PSOE andaluz (2010-2012) y secretaria general del partido en Andalucía desde ese último año. Cargos que ha compaginado con su labor de concejal en Sevilla (1999-2004), diputada en el Congreso (2004-2008), senadora (2011-2012), consejera de Presidencia (2012-2013) y presidenta de la Junta de Andalucía desde 2013 tras la renuncia de José Antonio Griñán a mitad de legislatura para “preservar” al partido de la “erosión” por el caso de los ERE falsos y facilitar un relevo generacional.

La dirigente socialista heredó entonces un partido arraigado por todo el territorio, con altas cotas de poder y una extensa red clientelar que hacían del PSOE una fuerza política prácticamente imbatible. Al menos así lo parecía hasta ayer. Ni siquiera los casos de corrupción, de los que Díaz había salido indemne pese a su vinculación política con los principales implicados, parecían lastrar al PSOE andaluz. Sin embargo, el hastío por tantos años de gobierno, el desgaste por los casos de corrupción y, posiblemente, ese aura de victoria asegurada que ha querido trasladar siempre Díaz han acabado lastrando al partido, que ayer vio cómo caía la participación hasta en 10 puntos en algunos de sus principales bastiones.

Esta vez no ha sido suficiente esa versión de socialismo andalucista, también tradicionalista y religioso cuando le ha interesado, y que había dejado sin espacio al histórico regionalismo andaluz. Una mezcla de ideología izquierdista, identidad regional y financiación pública que Díaz había sabido explotar recurriendo al agravio histórico cuando le tocaba chocar con el Gobierno del PP, y con duras criticas al Convenio y el Concierto para justificar la altas cotas de desempleo regional y el empeoramiento de los servicios públicos durante la crisis.

Una vida en el partido “Primero Andalucía, y luego el PSOE”, repite a menudo Susana Díaz.Pero la ecuación parece ser más bien al contrario. Militante del PSOE desde los 17 años, ha ido ascendiendo peldaño a peldaño por todo el escalafón del partido, compaginando cargos públicos y orgánicos desde los 19 años hasta llegar a la presidencia del Gobierno regional que ha ejercido con puño de hierro. Gobernando como se gestionan las batallas internas dentro del partido, sin hacer prisioneros ni cesiones, y acostumbrada a ganar por aplastamiento y aclamación.

La única mancha en su currículum hasta ahora había sido la vez que se tuvo que pre-sentar a unas primarias. Arropada por la vieja guarda del partido y con el apoyo de toda la maquinaria del aparato del PSOE más tradicional, Díaz creyó que podría llegar a Ferraz sin oposición, subestimando la rebelión de las bases que al grito de no es no acabaría aupando a Pedro Sánchez al trono que creía suyo. Un error de confianza que ha vuelto a cometer, esta vez en casa, y que puede ser definitivo para su carrera política, que queda herida de muerte.

Un futuro complicado El escenario deja sin embargo una pequeña puerta de salida. No será fácil un gobierno alternativo con tres fuerzas llamadas a competir y que ya ayer se empezaban a mirar de reojo. Con la ultraderecha como agente decisivo en un contexto preelectoral con las europeas, autonómicas y municipales a la vuelta de la esquina. Un división que los socialistas van a intentar explotar hasta el último día en la defensa de un fortín en el que hay muchos intereses acumulados. Y a la que apuntaba ayer la propia Susana Díaz.

Cuenta a su favor con el olfato y la intuición de quien conoce bien los entresijos de la política que ha demostrado todos estos años. Ayer ya dio pistas de la que será su estrategia: anular el voto de Vox por ser “anticonstitucional” y tratar de romper los puentes generando una situación incómoda a Albert Rivera para que la nueva mayoría no se consolide en un Gobierno y, si lo hace, lo haga por el menor tiempo posible. “Hago un llamamiento a las fuerzas constitucionalistas para parar a la extrema derecha”, proclamó tras conocer su derrota.

Sánchez observa mientras tanto desde Madrid el hundimiento de quien fue su rival y el auge de sus competidores. Un resultado que sin embargo le sirve de argumento para sostenerse en La Moncloa y alejar las elecciones generales. No está el patio para muchos experimentos y en política, quien resiste gana. Y Díaz no es de las que se rinde a la primera. Hoy saldrá otra vez a la pelea. l