La ultraderecha entra en España por Andalucía de la mano de un vasco. El aguerrido aialés Santiago Abascal, con un verbo intransigente, xenófobo y franquista de nulo poso académico, ha convulsionado de un plumazo inesperado por su contundencia la política española para los próximos años y, de momento, la andaluza. Su entrada con 12 diputados de 109 en el Parlamento andaluz -más de 390.000 votos, casi un 11%- pone en bandeja a la derecha descabezar a la izquierda por primera vez en 36 años en un territorio que siempre ha marcado con sus votaciones los cambios posteriores en el Estado; destroza el porvenir político de Susana Díaz -patética su derrota- ; y ensombrece el futuro inmediato del PP de Pablo Casado, más allá de que Juanma Moreno acaricie desde anoche el sueño que se le resistía.

El caldo de cultivo del procés, la interminable polémica sobre la exhumación de los restos del dictador en el Valle de los Caídos y el discurso incendiario sobre los emigrantes que quitan el pan a los de casa han encumbrado a Vox hasta la desesperación del resto de la clase democrática. Tampoco son ajenos a este cataclismo cuantos han contribuido a crear semejante monstruo jaleado por Marine Le Pen durante una campaña andaluza desafortunadamente enfocada en clave de primera vuelta de unas próximas generales.

Con este vuelco que vuelve a llevarse por delante todas las encuestas previas por estériles, Pedro Sánchez se ata a la silla porque cualquier movimiento precipitado le puede estallar en la cara. Susana Díaz ya ha comprobado que los ERE pasan factura como a Rajoy le ocurrió con Gürtel. Ahora le quedará el dudoso recurso del pataleo de reclamar el Gobierno para el ganador, pero sin duda tiene más a mano la puerta honrosa de la despedida. Si así fuera, dejaría la bomba de relojería en manos del candidato derrotado del PP, obligado en ese acaso a ponerse de rodillas ante Abascal para asegurarse su investidura aunque no parece importarle, según sus primeras palabras. Siempre pondrá como ejemplo la debilidad de Sánchez en Madrid. Ahora bien, supondría demasiado deshonor para un Pablo Casado que paga muy caro su craso error estratégico de derechizar hasta la copia la verborrea amenazante de Vox porque ahora el original fluye más apetecible.

Desde luego, había empezado el 2-D con bicho en la manzana, como decía un curtido apoderado socialista en el céntrico colegio Isidoro, a dos pasos de La Giralda. Se refería así al retraso en las votaciones en Sanlúcar de Barrameda, la tierra de Juan Marín, por culpa de la ausencia de papeletas de Equo, y que iba a destrozar los planes de los medios impresos en una tierra demasiado acostumbrada a resolver últimamente por centésimas en el último suspiro del recuento la suerte de más de cuatro diputados. Esta vez no hizo falta. Las emociones fuertes estaban por llegar. Bastaron como indicio las dos apariciones de Rosa Aguilar en un desangelado Centro de Datos en la paupérrima Isla de la Cartuja. La consejera de Justicia confirmaba con una circunspecta cara institucional la caída de la participación. Fue suficiente para que el miedo político recorriera la espina dorsal de los partidos, especialmente de la izquierda.

Pero conforme avanzaba el cierre de las urnas, la rumorología elevaba la presión, redoblada por las redes sociales incandescentes. La caída de un 5% en el segundo índice de participación -sobre todo en Sevilla y Málaga- y la subida en muchos pueblos de temporeros de Almería despobló de dirigentes las sedes de los partidos, a excepción del hotel contratado por Vox. Hasta que llegó la bomba de ABC con su encuesta. Nadie de los cuatro primeros partidos quiso abrir la boca antes de tiempo. Muchos se ampararon en el sesgo ideológico del diario para sacudirse sus miedos. Solo Santiago Abascal, ensimismado por su nuevo rol en la política española que jamás imaginó, estaba presto al movimiento de cualquier micrófono que simplemente le merodeara. Aún le quedaba el éxtasis. Para entonces, sin embargo, ya había vuelto de rentabilizar en una tierra tan proclive el apoyo a los toros durante una pequeña capea con Morante de la Puebla, uno de sus afiliados vip. El rumor en ese momento de que la ultraderecha pudiera impedir la suma de una mayoría absoluta entre PSOE y Adelante Andalucía congeló incluso a los propios estrategas de la derecha. Casado, en permanente conexión con Malo de Molina su nuevo sociólogo de cabecera, y Rivera empezaban a verse en manos de la ultraderecha. En ese momento unos y otros lamentaban su impericia de haber hinchado gratis el globo de Vox durante tantos mítines y entrevistas. Susana Díaz, arrinconada, lloraba sus miserias. Dos derrotas seguidas en su partido -frente a Sánchez- y en su casa -deja al PSOE en sus cifras más bajas de la historia- cavan su tumba política, al menos la del descrédito. El nuevo tiempo de Andalucía y la convulsión en España.