Un olor pestilente asfixia día a día a golpe de escándalo el futuro del presidente Sánchez. Un enmascarado contubernio ultraderechista -el PP ya lo sufrió, “Luis sé fuerte”- se ha conjurado para derribar a modo de gota malaya un gobierno democrático. Una alquimia fascista carcome ahora con aviesa pero fundamentada intención la estabilidad del PSOE en el poder. En el incesante empeño concurren comisarios chantajistas, periodistas ególatras de pesebres dóciles y, sobre todo, empresarios endemoniados por la influencia nacionalista en la política española. En definitiva, la trinchera irreductible del odio visceral como respuesta de ese patriotismo desaforado pero creciente contra el desafío catalanista.

El sinónimo del sanchismo como rendición ante la exigencia independentista se ha instalado vorazmente en el vocabulario descalificante de la oposición, del corifeo de nostálgicos unionistas y de los ultramontanos digitales de dudosa inspiración deontológica. Sin olvidar que esta conjura tiene la inestimable ayuda -demasiado vergonzante en ocasiones- de los flagrantes errores cometidos por demasiados ministros. Es fácil prever que este carrusel de despropósitos en cualquier equipo de Rajoy hubiera levantado en armas a los socialistas. Donde las dan, las toman.

Semejante tsunami mediático ha hecho añicos el paso de Pedro Sánchez por la ONU. El presidente disimula su irritación, pero está desolado al comprobar cómo se precipita tan rápidamente su ilusionante castillo de naipes. Sin embargo, un calvario de tamaña intensidad solo lo aguantan pieles políticas de caimán como la suya plagadas de dentelladas. Más allá del regocijo puntual sobre el vestido de su esposa y del salto cualitativo que supone escuchar por primera vez a un presidente español expresarse con soltura en inglés, su ronda de calado diplomático -ahí queda la apuesta por Cuba- apenas se reduce a concebir dudosas expectativas con el derecho a decidir de Quebec. En cualquier caso, subsumidas de pleno por el escándalo de cada mañana que parece no tener fin y que llena de dudas sobre la duración del gobierno más allá de los golpes de voluntarismo.

La incalificable verborrea de la desafiante ministra de Justicia -compite de tú a tú en arrogancia con su pareja, el exjuez Garzón- difícilmente superaría la prueba del decoro más primario. Su incendiaria facilidad para provocar escándalos de dudosa ética no deberían quedar impunes simplemente desviando la responsabilidad de tan supino desatino a las deplorables maniobras orquestadas desde las terminales digitales de las cloacas. Peor aún, la notaria mayor del Reino se ha mostrado muy reacia a decir la verdad cuando le llega el primer sofoco y eso da tan mala imagen como irse de chanzas con el chantajista Villarejo.

Los aprietos fiscales de Pedro Duque con su chalé, en cambio, causan hilaridad. Sobre todo cuando balbucea torpemente -la oratoria no es su mejor virtud- las explicaciones exculpatorias como si estuviera pidiendo compasión para un referente como él en la historia de un país. No son tiempos para la lírica sino para la guillotina. Quizá al darse cuenta del acoso se arrepienta de haber aterrizado con demasiada ingenuidad voluntarista en un mundo sembrado de bombas. O tal vez al verse acechado sea el propio Sánchez quien lamente ahora haber colocado tan alto el listón de la decencia institucional cuando echaba sal en la herida de la corrupción de dirigentes del PP.

El desgaste del presidente empieza a asumirse sin recato dentro de su partido. Varios de los candidatos de plazas emblemáticas empiezan a temer por su suerte electoral del próximo mes de mayo y no dedican un minuto de credibilidad a la última encuesta del CIS. Les preocupa tanto el deterioro que mañana mismo disolverían las Cortes. De momento, pasado mañana llega el primer aniversario de aquel funesto 1-O que condicionará desgraciadamente para siempre la suerte de este conflicto. En La Moncloa contienen el aliento suspirando por una agitación de intensidad controlable. Una reivindicación sin radicalismos extremos mantendría intacto el clima de expectación abierto por el entendimiento de guante blanco sobre deuda histórica que alienta los posibilistas, envalentonados para dejarse oír en medio de las críticas cada vez más unánimes a la prisión de los líderes independentistas y de los cantos de sirena del indulto. Las cloacas se impacientan al imaginárselo.