Ya nada será igual en la política española tras el bochorno de los máster, que parece no tener fin. Más allá del hipotético procesamiento de Pablo Casado, del índice de plagio de Pedro Sánchez o del doctorando interruptus de Albert Rivera, un deleznable lodazal salpica de histeria a las instituciones. El Gobierno brama todavía contra la estrategia incendiaria de las terminales de la derecha. El PP dirime su tormento particular entre las cuatro paredes de Génova. Y Ciudadanos prueba la amargura de su propia medicina. Al fondo, Franco pendiente de su destino interminable y cada vez un poco más allá, Catalunya en su constante ebullición. Pura esquizofrenia. No es baladí la tormenta orquestada en torno a la tesis doctoral del presidente. Rivera retorció a sabiendas el reglamento del Congreso para levantar la liebre ante la incredulidad de la nueva mayoría. Bien sabía para entonces que ABC tenía redactada la bomba de relojería del día siguiente. Bajo semejante astucia, la derecha creyó morder presa para rearmarse procurando la debilidad del enemigo ahora que se avecina un otoño tan desapacible. Tal vez una sencilla cortina de humo para empozoñar la credibilidad de Sánchez, relegar la votación sobre los restos del dictador, o ahondar en el reciente trastabilleo de un gobierno aturdido por sus incongruencias sobre esas bombas que nunca fallan cuando explotan al enemigo, según Isabel Celaá.
En La Moncloa han acusado el golpe. Nada mejor que escrutar a Carmen Calvo, su termómetro emocional. La rabieta verbal de la vicepresidente demuestra que siguen muy irritados por la maniobra unionista que culmina una semana horriblemente nefasta. Entre dimisiones, rectificaciones y polémicas, este gobierno se queda sin una décima de segundo para lucirse. Por eso resulta tan fácil comprender que Sánchez jamás perdonará a Rivera que abriera la caja de los truenos de su tesis inaccesible. Mucho menos que el nimio plagio denunciado -lo peor es el bajo nivel académico del documento- arrinconara en las webs la exhumación del Valle de los Caídos, convertida para el Gobierno socialista en el icono ideológico de su cambio. Ante semejante distorsión es fácil comprender que el ventilador del barro se haya puesto rápidamente en marcha. Donde las dan, las toman. Por eso ahora se sabe que el líder catalán es doctor, pero no tiene el doctorando. Te vas a enterar.
Casado sabe perfectamente cómo le silban las balas cada vez más cerca. Cuando dimite la ministra Montón o Sánchez exhibe su tesis en la web, el presidente del PP siente un incómodo sudor frío. Acorralado, ha decidido poner buena cara ante el chaparrón que no acaba de amainar. Incluso, ante quienes le escuchan se harta de repetir que lo suyo es distinto, que no teme un destino fatal mientras es consciente de que el fiscal lo acecha. En el PP asumen que la sombra de la persistente duda, cuando no la mancha, acompañará para demasiado tiempo a su nuevo líder. Caminan resignados a que el PSOE y Podemos le recuerden sin desmayo que carecen de un mínimo argumento ético para evitar su dimisión. Que se va a enterar si no da el paso al frente de su renuncia. Casado sigue a lo suyo buscando un relato que consolide su mandato. En el empeño no le acompañarán paradójicamente las víctimas del terrorismo. La comprensión de estas asociaciones al final de la dispersión dictada por el ministro Marlaska para dos etarras sin arrepentimiento previo coloca al PP fuera del foco en uno de sus argumentos de resistencia. Siempre les quedarán las mociones en favor de la unidad de la patria donde saben que tienen la mayoría absoluta.
Ante semejante panorama no hay espacio para el resuello ni para hacer política. Es tiempo de venganzas y de afilar el cuchillo. Y del sálvese quien pueda. Le ha ocurrido a Carles Campuzano, la voz templada y la mente sensata del nacionalismo catalán en el Congreso. Un perfil, por tanto, incompatible con la agresividad rupturista de su compañera de escaño Miriam Nogueras con mando en plaza en el PDeCAT desde aquella asamblea con ruido de sables del pasado mes de julio que se llevó por delante el posibilismo de Marta Pascal. No ha pasado mucho tiempo para darse cuenta del nuevo discurso que se escuchará en Madrid. Asistida por la órbita de la Generalitat, Nogueras ha vetado con su verbo tajante la moción que pretendía abrir un cauce a la palabra dentro de la ley. Te vas a enterar, ha venido a decir a Campuzano que, desautorizado y sabedor de lo que se avecina, cree que igual es mejor irse.