La bicefalia Waterloo-Barcelona ha bajado el pulgar. Guerra a Pedro Sánchez ahora que comienza septiembre, el mes de todas las batallas. Nunca ha habido paz en el entorno de la rebelión catalanista, es cierto, pero al menos muchos creyeron ver un rayo de distensión tras la defenestración de Mariano Rajoy. Incluso todavía hay en La Moncloa quien otea muy a lo lejos un rayo de esperanza. Un espejismo. Un fatídico devenir que lamentablemente inocula la angustia por la creciente tensión social en Catalunya, la absurda pero lacerante guerra de los lazos amarillos, la incipiente tensión entre el sector dominante de la Generalitat y Ajuria Enea y la enésima crispación entre PP y Ciudadanos por defender la soberanía española. Por el medio, la controvertida defensa del juez Llarena en Bélgica aderezada por la enésima rectificación de un Gobierno que vive prisionero de las emociones que provocan sus guiños. Un polvorín a la espera de una Diada donde el desmarque de la alcaldesa Colau enciende la mecha de las próximas elecciones municipales. Y por si faltara gasolina para el fuego, la implacable advertencia de que el 155 sigue estando al alcance de la mano ante aventuras unilaterales. En una palabra, como si volviéramos a la casilla de salida.
En Madrid, en el arranque del nuevo curso, no quitan el ojo a la enésima incitación de Puigdemont que obedientemente articula poco después Quim Torra. Pero empiezan a cansarse de semejante monotema, cada vez más encrespado y redundante. Ocurre, sobre todo, en ese nuevo espectro político que representa la creciente suma de voluntades entre PSOE y Unidos Podemos. Estos dos partidos de izquierda manejan ilusionados la fundada hipótesis de que en mayo de 2019 pueden dar un tremendo bocado al poder local de la derecha y no quieren tropezarse por el camino. Sánchez y el recuperado Pablo Iglesias, conscientes del nuevo escenario creado, comparten la oportunidad que se les presenta. Desde luego, si ambos la quieren aprovechar bien saben en la Generalitat que no habrá espacio para las concesiones independentistas más allá de la permanente voluntad del diálogo y de una relación bilateral sin apriorismos. El choque queda, una vez más, garantizado.
A estas alturas de un conflicto tan enmarañado tampoco el Gobierno socialista dejará muchos pelos en la gatera si sufre un vendaval de embestidas desde Catalunya por mantenerse firme en el diálogo y sin opciones inmediatas al referéndum. Más aún, ante semejante supuesto el presidente Sánchez saldría fortalecido frente a quienes en su propio partido temen que su mandíbula no aguante los golpes que le aguardan en las próximas semanas. La advertencia a Torra sobre las consecuencias de la vía unilateral van por ese camino.
Hasta entonces, hay tiempo para alargar la polémica sobre la exhumación de los restos de Franco -ayer, otro paso más- y gotear el progresivo traslado de presos de ETA a cárceles vascas. Así quedará minimizado el ridículo generado por el gol por la escuadra del sindicato de Trabajadoras Sexuales bajo el mandato de un Gobierno socialista. Los memes se suceden tras conocerse el desatino que representa el desconocimiento de una ministra de los acuerdos de su departamento que van a ser publicados en el BOE. Solo puede atribuirse al relax vacacional que ningún asesor(a) de Magdalena Valerio, incluida ella misma, conociera la creación de este hilarante sindicato. Más munición para la diatriba parlamentaria que se antoja incandescente desde el primer día con una catarata de comparecencias de ministros sin ningún afán constructivo. Eso sí, el ruido está garantizado.
Tampoco el Gobierno socialista tiembla por las anunciadas arremetidas desde la derecha. Juega con la ventaja de que PP y Ciudadanos tienen que arreglar sus propias vías internas de agua. Pablo Casado no se ha acaba de quitar de encima el incómodo fantasma de su máster, como le empieza a ocurrir a más de un dirigente del partido pensando en las próximas elecciones. Albert Rivera, en cambio, vuelve por donde solía tras quedarse sin más recorrido en otros espacios. Regresa a las calles catalanas para partirse la cara con los independentistas. A las dos partes les interesan los réditos de esta desquiciante confrontación mientras se escuchan vacuas llamadas a la convivencia y los Mossos miran al cielo. El PP no encuentra el hueco en ese reparto y de ahí que abra un nuevo frente con su rival más próximo. Como para imaginarse algún día una alternativa sólida a la mayoría independentista... Y así que pasen los años.