Ermua - Carlos Totorika ha sido alcalde de Ermua desde 1991 y, con la experiencia de esos años, en los que ha sido candidato a diputado general de Bizkaia y se enfrentó en 2002 a Patxi López para liderar el PSE, reflexiona sobre estos 27 años que llegan marcados por el asesinato de Miguel Ángel Blanco en julio de 1997.
¿Esperaba llegar aquí cuando se afilió al PSE en 1974?
-No, por supuesto que no, pero me ha ido siempre la actividad pública, el intentar cambiar las cosas?
¿Qué supone para alguien ser alcalde de su municipio durante 27 años?
-Un esfuerzo personal importantísimo que solo se justifica por la convicción de que la sociedad se puede cambiar, se pueden hacer VPO en vez de vivienda libre que no se pueda pagar, que se pueden cambiar las calles ganando plazas públicas? Son objetivos alcanzables y resulta muy gratificante conseguirlos. Le encuentro tanto sentido como tener una actividad laboral relacionada con la generación de riqueza, por ejemplo, en un banco, como hacía antes.
¿Qué supone que el nombre de uno quede ligado a una tragedia como la de Miguel Ángel Blanco?
-En esa enorme tragedia hay dos aspectos. Que a una persona del entorno alguien la secuestre, la amenace y la ejecute es un puñetero drama y es doloroso. No tiene otro nombre. Hubo otra circunstancia: la gestión de lo que sucedió en ese momento dramático pone en valor a ciudadanos que supieron superar lo que había detrás de ese asesinato. A aquel mecanismo utilizado por ETA para paralizarnos y tenernos bien asustaditos a todos para vendernos su proyecto se le dio la vuelta. Se convirtió en defensa de la libertad dándole la vuelta a la lógica del terrorismo. El ser humano es capaz de lo mejor y de lo peor, también entonces con aquella respuesta social y políticamente realista: a ETA se le podía echar un pulso, y se lo echamos.
¿En qué momento es consciente de lo que se enfrenta ese julio de 1997?
-Diría que hay dos aspectos relevantes que me tocaron gestionar. Por un lado, en lo que pasaba con Miguel Ángel, desde el principio tuve la impresión de que lo iban a asesinar. Me puse en ese escenario mental. Lo que no tuve conciencia, como es lógico, era de que se podía convertir en aquel “hasta aquí hemos llegado”, de que se superara el miedo y manifestaciones que, en lugar de estar en silencio, se gritara “ETA, no”, en las que se crearía la esperanza de que a ETA se le podía derrotar. De eso tuve conciencia a la semana. Habíamos dado fuego a una gran mecha.
¿Qué puede hacer un alcalde para canalizar los sentimientos ante semejante acontecimiento?
-Desde el minuto cero tuve la sensación de que el drama era fortísimo. Cuando le dieron fuego a la herriko (taberna) o paseando nosotros, uno le dio un puñetazo a un compañero mío socialista pensando que era otro de HB, vi que la violencia podía surgir también por nuestra parte. Me parecía absolutamente inaceptable y, mientras tuviera responsabilidades, no me iba a mantener indiferente ante actos de violencia de cualquier signo. Cuando anunciamos el asesinato de Miguel Ángel y vi aquellas caras de terror, horror, rabia y no sé qué cosas más pero era tremendo lo que se veía desde el balcón del Ayuntamiento, no sabíamos qué hacer. Ni siquiera tenía un discurso preparado. Intenté pedir calma, decir que no éramos violentos, pero me di cuenta de que no me oían. La gente estaba a lo suyo. Arrancar una manifestación (hasta Eibar) para que no saliera un grupo que diera fuego a un local de HB, a un bar, una paliza? Pues salimos. Igual que cuando el incendio. No pensé en nada, cogí un extintor porque creía que no podía permitir que en mi pueblo se pegara fuego a las cosas. Tenía conciencia de ese grave riesgo que se veía en las conversaciones.
Ha lamentado la manipulación del ‘espíritu de Ermua’. ¿Vale hoy?
-Ha sido un concepto con varias versiones. La básica funcionó muy bien: revelarnos contra ETA, que no nos quedáramos paralizados y echáramos un pulso para intentar acabar con ETA. Los que participamos en ello creíamos que era un ataque a la libertad y a las personas. No tenía por qué ser nacionalista ni lo contrario, ni del PP ni del PNV, podía ser lo que quisiera, pero veíamos que era un ataque a la libertad. Decir que no íbamos a ceder fue muy importante. Las movilizaciones que hubo durante unos años fueron decisivas para que ETA recibiera el mensaje de que se había acabado el tiempo de que la violencia fuera útil. Tras aquellas movilizaciones, la lectura era que no había una pelea por el conflicto sino una defensa de los derechos humanos como elemento principal, y fue decisivo para ganar la batalla en Europa, la opinión pública española e incluso frente a los terroristas, que se dieron cuenta de que lo tenían complicado con excusas. El PP utilizó más de una ocasión el tema y entiendo que esas movilizaciones que en su momento tenían sentido, hoy no lo tienen.
¿Qué ha cambiado en este país, en Ermua, desde 1997?
-Nos sentimos más libres, vivimos muchísimo más cómodos y significa una mejora en la convivencia. Ha cambiado mucho a mejor; no lo suficiente, porque hay pancartas defendiendo a los presos con la lectura de que son héroes, palabras de homenaje? Me parece problemático y grave. Que yo sea un liberticida y que el señor que sale de la cárcel por haber pegado unos tiros sea un héroe me parece una basura peligrosa.
Jesús Eguiguren y usted acudieron por parte del PSE a la Conferencia de Aiete. ¿Dudó en ir Kanbo?
-No. En Aiete tenía sentido porque podíamos acelerar el proceso de abandono de armas por parte de ETA. En Kanbo, no. Me pareció una escenificación de ETA para decir que dejaba las armas, cuando las habían dejado antes. Era un intento de capitalización y cierre, creo que en falso. Eran dos momentos y dos mensajes muy distintos. En Kanbo parecía que estaban articulando ellos la paz porque hacían un esfuerzo. No escenificaron nada más que dar formalmente por cerrada la existencia de ETA.
¿Por qué defiende que en falso?
-Sí, porque ETA no condenó su pasado y me parece problemático. No hay un reconocimiento del papel histórico de ETA con la más mínima autocrítica. Ese paso, aunque muchos creen que no, lo van a acabar dando, porque la crítica a su propia historia es un elemento necesario para que Euskadi llegue realmente a un periodo de convivencia.
ETA se ha disuelto. ¿De quién espera esa autocrítica? ¿De los presos?
-En este momento, de Sortu, de Bildu, de HB? Los nombres han ido evolucionando. Sé que Bildu incorpora a gente totalmente distinta de EA o de Alternatiba que repudiaba la violencia, pero quienes participaron jaleando, animando, teniendo entornos donde ETA crecía, las herrikos? tienen una deuda histórica que la tendrán que pagar.
Hemos oído a Pedro Sánchez y al ministro Grande-Marlaska proclives a estudiar el final de la política de dispersión. ¿Lo comparte?
-Siempre he creído que la política penitenciaria tenía que ver con una herramienta frente a ETA, no para perjudicar o hacer sufrir a los presos o sus familias. Esta política ha intentado que ETA no se fortaleciera también en las cárceles, donde el frente de makos era una parte muy importante de la organización. La dispersión tenía todo el sentido. No existiendo ETA, ese sentido de herramienta contra ETA, que era la parte principal, carece de sentido. Dicho esto, hay que tener muy en cuenta cómo viven este proceso las víctimas.
¿Cómo combinar estas posiciones?
-Las aproximaciones de presos hechas de forma individualizada, ordenadamente y con rechazo del pasado tienen sentido. No veo la imagen de todos los presos a Euskadi porque es un triunfo del entorno abertzale.