mientras se iba ubicando fuera del poder y ya desalojado de la Moncloa, con más pomposidad que modestia Felipe González pontificó aquello de “los expresidentes somos como grandes jarrones chinos en apartamentos pequeños. No se retiran del mobiliario porque se supone que son valiosos, pero están todo el rato estorbando”. Verdad. Verdad como puño. Felipe, ya fondón y enriquecido, sigue estorbando y cada vez que habla sube el pan. José María Aznar, ya flácido y también enriquecido, más que jarrón chino es como una armadura de hierro colado, o de plomo, que no solo estorba sino que sacude collejas a diestro y siniestro fruncido el ceño, apenas semoviente el belfo superior con añoranza de bigote, desde la arrogancia y la prepotencia de quien gozó del dudoso mérito de reposar las patazas en la misma mesa ranchera del omnipotente George W. Bush.
José María Aznar, tras las mentiras canallas de las armas de destrucción masiva de Irak y la autoría de ETA en el 11-M, dejó a Mariano Rajoy a dedo el marrón de sucederle y desde entonces no ha parado de regañarle, fruncido el ceño, enhiesto el dedo acusador y pretendiendo marcarle el paso de la oca desde su ex cátedra FAES. Ahora que Mariano Rajoy ha dimitido rabo entre piernas y el PP anda como pollo sin cabeza, José María Aznar, el oráculo, el faro que guía a los navegantes extraviados, ha vuelto. Y ha vuelto, como suele, para abroncar, para humillar, para aplastar con su armadura de plomo a quienes no han sabido enderezar la nave que él con tanto éxito pilotó. Aznar no ha parado de echar fiemo sobre sus discípulos, sin que todavía casi nadie se atreva a pararle los pies, sin que nadie le diga aquello que el Borbón, venido arriba quién sabe si achispado, le espetó a Hugo Chávez cuando, precisamente, estaba poniendo a caldo con desparpajo al entonces presidente español, Aznar: “¿Por qué no te callas?”.
Aznar quiere refundar y abronca a sus siervos, sin mí no sois nada. Recién trastabillado Rajoy, estupefacto el PP por el descalabro de la moción de censura, aprovechó la presentación de un libro para sacar pecho. Y se ofreció por España, siempre por España, solo por España. Aznar, que dejó el cargo con mentiras, pretende recuperarlo con mentiras. Dice que hace quince años dejó la política, pero sigue presidiendo la FAES, el grupo de presión política más poderoso, sostenido con fondos públicos a espuertas. En la ristra de mentiras que acaba de perpetrar, echa por delante que en Catalunya hay un gobierno golpista cuando ha salido de los votos de los ciudadanos que han respaldado el independentismo precisamente gracias a los discursos del propio Aznar.
Proclama el estafermo blindado que el centro derecha, como él define al PP con toda la cara, hoy está dividido, sin preocuparse de que él no ha parado de enfrentarlo y fragmentarlo internamente. En su magnanimidad ególatra, se ofrece para garantizar la estabilidad a los españoles, él, que rezuma intransigencia y crispación. Emperrado desde 2004 en que debería gobernar el partido más votado y todo lo demás es usurpación, ni se para a pensar que lo que le ha ocurrido al PP es algo corriente en otros países europeos y, sin ir más lejos, sus votos desalojaron al PNV de Ajuria Enea. Y que no se olvide de cuando proclamaba que Xabier Arzalluz era un respetable hombre de Estado y él mismo hablaba catalán en la intimidad.
Y como no se calla, tiene la osadía de reconocer que “la corrupción es un cáncer que no podemos tolerar. Os digo que cada uno debe de responder por sus actos”. Pasa por alto que presidió durante quince años un partido que manejó dinero negro y una contabilidad opaca. Él, José María Aznar, fue el padre de todas las corrupciones y el responsable de que su partido chapotease en la putrefacción durante treinta años. Aznar, chulo de barrio, no baja la mirada y desafía a los que, según él, intentan manchar su trayectoria personal y política, cuando deberían estar resonándole en los oídos los nombres de protagonistas de la marea de mierda que describe la sentencia de la Audiencia Nacional sobre la Gürtel, muchos de los cuales asistieron como invitados a la boda imperial de su hija en el Escorial.
En plena verborrea, aquí el Cid Campeador de opereta, gloria de España y adalid del centro derecha -que no es otra cosa que la derechona de toda la vida-, va y proclama: “Soy de los que cree que la mentira hay que tomársela en serio. Porque la mentira se ha profesionalizado. Y porque hay que evitar que salga gratis”.
Pues eso. Y cállate de una puñetera vez.