Suele decirse que el po-der cambia a quienes lo poseen. ¡Vaya si cambia! El ejecutivo de Pedro Sánchez iba a ser el gobierno Frankestein, un monstruo formado, malcosido e injertado de partes inconexas e incompatibles y se parece más a un humanoide a similitud de Sophia, la robot más avanzada e inteligente del mundo que ayer visitó Iruñea -“soy una persona no humana”, dijo con su voz metálica- que a un engendro como el que ideó Mary Shelley hace doscientos años.

El caso es que tras prometer su cargo, las ministras y los ministros tuvieron a bien retractarse -aunque fuese un poquito- de posiciones anteriores. Oiga, es que ahora son ministros. Hablamos del de Cultura y Deporte, Màxim Huerta, al que ahora, de repente, sí le gusta el deporte. Seguramente, también la cultura. No dijo nada ya de “cagarse” o no “en el puto independentista”. Tiempo al tiempo. Lo que sí reconoció quien ha sido todo un influencer es que “no sabía” la repercusión que podían tener sus comentarios -alguno soez y muy lamentable- en las redes sociales. Vaya, un ministro ingenuo.

También está a un cuarto de hora de rectificar la nueva ministra de Hacienda, María Jesús Montero, que antes veía “privilegios injustificados” en el Cupo vasco y ahora, ya con la cartera en la mano, habla de “explicar de forma transparente cómo se hacen los cálculos”.

En fin, veremos si el titular de Interior, el juez Fernando Grande-Marlaska, se desdice también de algunas de sus posiciones anteriores. Aunque sea con hechos.

Lo que es evidente es que se trata de un Gobierno con solidez presencial, buena factura y aspecto de poder hacer bien algunas cosas. Es decir, lo contrario a Frankestein. Así que Pablo Iglesias y los suyos se han quedado compuestos y sin novia. No tiene razón el líder de Podemos cuando dice que Sánchez “ha olvidado en 24 horas quién le hizo presidente”. En eso, el dirigente socialista ha sido claro desde el principio y no es que haya olvidado cómo ha llegado a La Moncloa, sino que eso no lo quita el sueño. Lo suyo es perdurar y quitar tierra bajo los pies de Iglesias, Rivera y quien venga en el PP.

Lo que ha tratado de evitar Sánchez es llegar a la conclusión a la que llega el personaje de Frankestein en la novela: “Y cuando me convencí de que era el monstruo que soy, me acometió un profundo sentimiento de pena y mortificación.” Pedro Sánchez sí es el nuevo Prometeo.