En el acontecer político no es habitual que en un espacio tan corto de tiempo se den circunstancias de tanta trascendencia. En una semana corta hemos asistido a la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado, la notificación y conocimiento público de una estremecedora sentencia contra responsables de la corrupción en el partido del Gobierno y, por último, el debate y resolución de una moción de censura como consecuencia de esa sentencia. Una semana, por tanto, de altísimo voltaje político en cuyo desenlace no ha podido obviarse su carácter traumático.
En ese campo de minas se ha visto implicado de manera excepcional el PNV, obligado a afrontar decisiones de altísima responsabilidad y a afrontarlas de manera exclusiva, a cara de perro y a la vista de todos. Al margen de que en política todo sea susceptible de polémica e incluso de disentimiento, es de justicia reconocer que para hacer frente a tan delicada contingencia se necesita una notable categoría política, una especial habilidad, una demostrada competencia, una notoria madurez en el oficio y, por supuesto, anchas espaldas para aguantar las críticas furibundas de los adversarios.
Si los cinco diputados del PNV, cinco y nada más que cinco, arrancaron a Mariano Rajoy 540 millones de inversión para el País Vasco y una subida de las pensiones seis veces mayor que la prevista inicialmente a cambio de prolongar su mandato por dos años, esos mismos cinco diputados, cinco y nada más que cinco, lograron que se detuviese el tiempo durante veinticuatro horas hasta anunciar que contribuiría a desalojar de la Moncloa al que salvaron los muebles una semana antes. Queda así claro que están equivocados quienes miden el peso político por el simple número de escaños y basan la exclusiva de la razón en las mayorías
Se esté de acuerdo o en desacuerdo con las decisiones -en este caso trascendentales- tomadas por el Grupo Nacionalista Vasco en el Congreso, nadie podrá negar que las resoluciones tomadas en esta semana frenética han supuesto una valiosísima acción de marketing y una operación de imagen con su indiscutible repercusión mediática. Al margen del intrínseco valor político de la aprobación de unas cuentas muy favorables para este país y del desalojo del poder de un partido carcomido por la corrupción, el PNV ha protagonizado una jugada maestra que aporta peso específico a su escasa pero valiosísima representación y a los ciudadanos y ciudadanas que les eligieron.
Los cinco diputados del PNV, y nada más que cinco, ante un desenlace incierto y de consecuencias trascendentales, se han visto obligados a mantener el tipo con todos los focos apuntándoles y las fustas adversarias preparadas para zurrar. Quizá nunca hubieran imaginado que tan pocos pudieran tanto, pero lo que ha quedado constatado es que en ausencia de mayorías absolutas nadie es prescindible. Lo importante es obrar con pericia en el ejercicio de la política en la convicción de que nunca debe menospreciarse la transversalidad y que acordar con los diferentes jamás será incoherencia ni contradicción, sino pura sabiduría política.
Así ha acabado esta semana apasionante, con Rajoy ascendido a la gloria el 23 de mayo y arrojado a los infiernos el 31. En estos dos paradójicos trances, como protagonistas activos y necesarios, los cinco, sólo cinco, diputados del PNV en complicado equilibrio. Han salvado los logros obtenidos para Euskadi el día 23, y han sido cooperadores necesarios para despachar al partido corrupto.
Se abre un tiempo nuevo, con un Pedro Sánchez al cargo de una tarea ilusionante pero arriesgada. “Sí se puede”, se voceaba ayer en los alrededores del Congreso. Pero, ojo, que en estos tiempos azarosos ni siquiera podemos tomarnos un respiro. Mariano Rajoy y su partido tienen mal perder, por lo que no hay que descartar que en la práctica de tierra quemada abusen de su mayoría absoluta en el Senado para rechazar sus propios Presupuestos. Pincho el balón porque es mío, y aquí no juega nadie. Habrá que ir viendo.