La indignación social por la contestada sentencia a La Manada ha dado un respiro mediático al PP mientras se cocía en su abominable corrupción madrileña. Dolores de Cospedal, el máximo apoyo de Cristina Cifuentes durante la pantomima del máster, no ha dudado en sumarse a ese estallido callejero que ha prendido con una fuerza de salida superior, incluso, a la indignación de los pensionistas. Ante semejante excitación ciudadana, la reforma del Código Penal en materia de agresión sexual corre ya de boca en boca porque ha calado hondo tan denigrante trato a una joven violada. Por ello, es fácil imaginarse que esta aspiración de acercar el corpus jurídico a la realidad se haga un hueco de inmediato en la agenda del Congreso sencillamente por una razón de pura estrategia política. De paso, al hacerlo, mitigaría los efectos desestabilizadores de la interminable crisis política en la Comunidad de Madrid y coincidiría también con el desenlace del pulso que sostendrán hasta el último día hábil el desa?ante Carles Puigdemont y quienes entienden que ha llegado, de una vez, el momento de la cordura. Alterado de tal forma el escenario político español, es fácil imaginarse que pasa desapercibido el aterrizaje para el anuncio de disolución de ETA del próximo viernes, descafeinado por las signi?cativas ausencias institucionales. Ahora mismo, la principal preocupación de Mariano Rajoy está muy lejos de Kanbo. El presidente, aliviado por encarrilar los Presupuestos y su propia suerte para el resto de la legislatura, pre?ere entretenerse en idear ese golpe de efecto tan propio en su manual de estilo que atempere el vendaval que se augura para su partido. De momento, la difusión tan camorrista de un vídeo que se lleva por delante la ética y la intimidad le ha salvado la pérdida de poder en la emblemática Comunidad de Madrid. La viabilidad de la moción de censura estaba garantizada en favor del socialista Ángel Gabilondo. Superado el susto, la elección del sustituto de Cifuentes le supone una cuestión menor. Lo suyo es acertar con el candidato autonómico idóneo, consciente de que encontrará muchas resistencias por el miedo de altura a la derrota. Bien es verdad que ha ganado tiempo como siempre, pero en el PP temen los efectos devastadores que durante los próximos doce meses aún pueden provocar las venganzas arteras de antiguos dirigentes que quieren morir matando antes de volver a la cárcel. Ahí es donde la izquierda, fortalecida en su unidad de acción con el claro guiño de entendimiento entre Gabilondo e Iñigo Errejón, empieza a vislumbrar la posibilidad de sacarse la espina de aquel infame tamayazo. El per?l del candidato socialista no ahuyenta a las masas como ha reconocido Ciudadanos, curiosamente otra de las víctimas colaterales de la forzada dimisión de Cifuentes. Por ahí asoma la esperanza de cambio en el equipo de Pedro Sánchez. Pero Rajoy no está muerto, aunque su partido transita carcomido por las rencillas internas, las a?nidades interesadas y los desmanes bochornosos. En esta semana tan convulsa, Albert Rivera es el gran derrotado porque pierde pie en su estrategia de desgaste permanente al PP y, a su vez, se gana un enemigo, el PNV, para siempre. Con un solo movimiento, los nacionalistas vascos han golpeado al político unionista hasta cuatro veces donde más le puede doler: pierde la batalla de las pensiones, ve silenciado su discurso del cuponazo y del peligro nacionalista porque la subida bene?cia a todas las prestaciones en España, nota cómo recibe oxígeno su principal rival (PP-Rajoy) y el futuro inmediato de Catalunya se distensiona con una próxima supresión del 155. Así las cosas, Ciudadanos sigue siendo una amenaza real para la actual cuota de poder de los populares con el entusiasta apoyo de in?uyentes sectores periodísticos y empresariales. De hecho, un resultado en Andalucía acorde con las encuestas incluso que maneja hoy en día el PP convertiría la amenaza naranja en un tormento. Además, el carrusel de las corruptelas madrileñas seguiría consumiendo nuevos capítulos porque los hechos han venido a demostrar, como ocurre con Alberto Ruiz Gallardón, que los temores sobre el alcance de las investigación tenían un sólido fundamento. El clima más favorable para que los desencantados populares se pasen en masa a su segunda marca más impoluta. Es en ese momento cuando Rivera lamenta que carece en Madrid de un candidato con el brillo su?ciente para abrirse paso entre la pinza de la izquierda. La sorpresa de otro Manuel Valls es irrepetible.
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