a finales del pasado mes de junio el Comité Ejecutivo de ETA elaboró un extenso documento relativo al “fin de ciclo”, para que fuera sometido a debate entre la militancia. En él se informaba de la creación de un denominado Comité Provisional integrado por veinte personas “encargadas del legado de ETA y de poner el mismo al servicio del proceso”. Enigmática función que con mayor simplicidad podría traducirse en asumir el compromiso de cerrar la tienda. Este Comité Provisional parece que ha decidido dar a conocer el anuncio de disolución definitiva -o “desmovilización”, según el término adoptado- el primer fin de semana de mayo, antes de lo que venía vaticinando.
Al margen de que el documento haya sido o no haya sido debatido o se tratase de una decisión de obligado cumplimiento, la realidad es que el anuncio de que ETA decide acabar definitivamente apenas va a inmutar a la mayoría de la sociedad vasca que hace tiempo ya daba por amortizado el interminable funeral de una organización armada que venía agonizando desde hace siete años. Es, por supuesto, una excelente noticia. Pero en realidad, el hecho de que pueda certificarse que ETA ha dejado de existir interesa casi exclusivamente a las personas directamente concernidas, como son los presos, sus familiares y su entorno social o político. Interesa también a los medios de comunicación, que harán sobre el hecho múltiples valoraciones, análisis retrospectivos, balances detallados de atentados con sus víctimas y desahogos opinativos.
Queda por ver en qué términos se expresan los redactores que en nombre de ETA van a comunicar su final. Hay que dar por hecho que recurrirán al malabarismo semántico para eludir cualquier reconocimiento de derrota, o de fracaso, o de error. No debería darse a ello demasiada importancia. Quienes vayan a anunciar el final en nombre de ETA, no pueden apelar al eufemismo para no cuestionar su pasado. Sería otra oportunidad perdida. Los redactores se arriesgarían al fracaso total del acontecimiento si no se anuncia un final inequívoco, una disolución absoluta de la organización, o si no se declara un reconocimiento explícito del daño causado como el aceptado en el hasta ahora último comunicado. Por cierto, es el reconocimiento más claro hecho público hasta ahora pero cuyos matices lo van a hacer insuficiente para los que no están dispuestos a rebajar las demandas de castigo.
Si es cierto que ETA está a punto de declararse disuelta, si en dos fines de semana pone fin a 60 años de existencia, la mayoría de la sociedad vasca podrá sentir alivio y asumir con tranquilidad unos días de eco mediático. Luego, sólo quedarán los presos, verdadera y dramática herencia que deja la organización que algunos pretenden que sea asumida por el conjunto de esta sociedad. Son los mismos que pretenden que perviva el espíritu de ETA trasvasado a organización política, o interpretan su historia como una épica lucha de liberación y a sus militantes como héroes del pueblo, sin ninguna consideración ética. Desde ese sector, que se niega a reconocer que ETA fue un error y que actuó de forma injusta, va a ser difícil dar por disuelta y extinguida definitivamente esa organización. Cuando la historia no es pasado sino presente palpitante y aún doliente, no cerrar página es un riesgo que el pueblo vasco no merece correr.
Pero desde la otra parte, desde la venganza, desde el poder del Estado, desde el beneficio electoral y desde la arrogancia, ETA va a sobrevivir como pretexto, como escoria política y jurídica para tapar vergüenzas y ocultar incompetencias. No van a renunciar a apelar al terrorismo -todo es ETA- para recortar las libertades, para perpetrar desafueros legales y para trepar en los escalafones políticos. Los que siguen echando mano de ETA para desacreditar al adversario, los que han vivido, viven y pretenden seguir viviendo de su condición de víctimas, los que no se creen las torturas ni chistan ante el indecente terrorismo de Estado, necesitan a ETA como pretexto de confrontación. Y, desgraciadamente, lo estamos comprobando en el juicio contra los ocho jóvenes de Altsasu, o la acusación contra los Comités de Defensa de la República, o las sentencias contra tuiteros, raperos y titiriteros varios.
ETA se va a disolver, por fin. Buena noticia. Habrá, sin embargo, quienes se empeñen en mantenerla viva aceptando su actividad como modelo ideológico y reivindicativo, o quienes con el pretexto de condenarla indefinidamente penalizan con su odio y su rechazo todo lo que ponga en cuestión el edificio político que cimentaron en la lucha contra el terrorismo.