Teniendo en cuenta que la dictadura franquista afectó directamente a dos generaciones, y que perjudicó sobre todo a quienes por convicción y represión defendieron principios de izquierda y de progreso, es evidente que hoy día en la sociedad española predomina un sentimiento de decepción ante la inacción de las formaciones políticas que por definición e historia se sitúan en la izquierda. Se comprueba una penosa tendencia al derrotismo y, si me apuran, al simple entreguismo y a la resignación. Da la sensación de que los partidos de la oposición por la izquierda se limitan a lamerse las heridas de los sucesivos descalabros electorales, o a dirimir reyertas intestinas, mientras va pasando el tsunami demoscópico que vaticina tiempos aún peores.
En estos tiempos de expresiones de protesta a fecha fija y con guión previsible, es interesante tener en cuenta que las manifestaciones no previstas de los jubilados y pensionistas son las únicas que han puesto en jaque a los gobernantes y les ha obligado a tentarse la ropa antes de arriesgarse a que los ocho millones de votantes les dieran la espalda en bloque. Constatado lo cual, llegamos a la conclusión de que quienes se han movilizado son los mismos que se movilizaron contra la dictadura y por las libertades, pero con cuarenta años más. Es como si tomasen la calle los que la tomaron en Mayo del 68. ¿Y entre medio? Una generación de líderes políticos que ha disfrutado las libertades que aquellos conquistaron, pero bloqueada por el derrotismo y la indolencia.
A día de hoy, el panorama es el de un Gobierno de derecha extrema carcomido por la corrupción y empeñado en mantener un escandaloso recorte de libertades y unos principios sociales neoliberales por los que quienes tenían mucho tienen cada vez más y, casi desaparecida la clase media, conviven y malviven millones de trabajadores pobres y de desempleados. Por si este escenario no fuera ya desolador, lo que nos espera según las encuestas es un relevo con la derecha aún más destemplada, protagonizado por una nueva generación de dirigentes a los que jamás se les ha visto de manera mayoritaria dando el callo por un cambio progresista.
Mientras tanto, la izquierda estupefacta contempla como la vaca mira al tren el desfile de corruptos y las cuchilladas traperas entre los que mandan y los emergentes. Esa izquierda impotente, que no ha sido capaz de apartar del poder a la derecha extrema corrompida e insolidaria, esa izquierda cainita que mira siempre de reojo las encuestas y se resitúa constantemente a la vista de nuevas elecciones. En teoría y como excusa, la izquierda apela al progresismo, presume de libertad de criterios y opiniones, garantiza los matices y permite el debate. Esa izquierda variopinta viene desde hace tiempo dividiendo el voto entre distintas opciones dejando restos perdidos de electores sin posibilidades de gobernar La derecha, por el contrario, es monopolista, lanza mensajes sin opción a crítica y manda, manda mucho.
Ese argumento histórico de la izquierda plural podría de alguna manera explicar el actual ninguneo que la paraliza. Pero si bajamos a la realidad, nos encontramos con un PSOE ausente o, cuando aparece, lo hace como monaguillo de la derecha. ¿Dónde está Pedro Sánchez? ¿Qué está haciendo por encauzar el conflicto catalán? ¿Por qué no muerde el hueso de la corrupción galopante del PP madrileño? Y, de nuevo en la realidad, ¿qué fue de la esperanza progresista que nació con Podemos? ¿Dónde quedaron las reivindicaciones del 15-M? ¿Hasta cuándo van a seguir las purgas internas? La abstención del PSOE facilitó la presidencia de Rajoy, la ambición arrogante de Podemos frustró un cambio aunque fuera a plazos, entre todos la mataron y ella sola se murió. La izquierda, claro.
Los partidos que hoy pudieran representar en España a la izquierda progresista están paralizados porque han aceptado las reglas del juego impuestas por la derecha extrema y los poderes reales: a la unidad de España, ni tocarla; a la monarquía, ni tocarla; al ejército, ni tocarlo. En estos temas, la izquierda deambula marchando al paso de la oca que marca la derecha de toda la vida, la misma derecha heredera del franquismo. Y, al fondo, amalgamando ese frente unitario con la izquierda diluida, todos a una contra el terrorismo, entendiendo como terrorismo a falta de ETA cualquier asomo de insurrección al orden establecido. En todos estos temas, la izquierda a callar y sin margen a la disidencia; la derecha les tiene cogidos por donde te dije.
Y mientras todo esto ocurre, mientras los poderes reales esperan y alientan el relevo de esta derecha por otra derecha aún más astuta, la izquierda española ni está ni se le espera.