Hay quienes dicen que Mariano Rajoy ya está amortizado. La incompetencia política, la falta de ideas, el agarrotamiento frente a los problemas de Estado, el acoso por su derecha del emergente Ciudadanos y, sobre todo, la corrupción galopante que infecta su partido, coloca al presidente español en los umbrales del retiro. Mariano, en lugar de reaccionar, parece como si se dejase caer entre ramalazos de autoritarismo, necio orgullo decadente y preocupante torpeza de discurso. Mariano, ese espectro disglósico sin sentido del ridículo, se precipita, una detrás de otra, por los barrancos del esperpento sin que parezca darse cuenta de ello.

Solo a un gobernante mentecato y pusilánime podría ocurrírsele proclamar su pintoresca declaración de principios del 13 de febrero de 2013, cuando soltó aquello de “a veces, la mejor decisión es no tomar ninguna decisión, que también es tomar una decisión”. Y bien que ha sido consecuente con esta tesis, por cierto.

Podría editarse, si es que ya no lo está, toda una enciclopedia de torpezas, lapsus, gazapos y deslices gramaticales de este chusquero de la política a quien José María Aznar promocionó quizá pensando en manejarle pero que pronto dio pruebas de que no había por dónde cogerle. Ni siquiera cuando debe afrontar problemas candentes es capaz de un discurso coherente y adecuado. Pongamos que lleva un año haciendo el Don Tancredo frente al conflicto con Catalunya, y el torpe Mariano es capaz de soltar aquello de “me gusta Cataluña porque los catalanes hacen cosas”. O, pisando campo de minas, en referencia a las elecciones postizas que él mismo convocó el pasado 21 de diciembre, va y suelta el patinazo de “las últimas elecciones de la República en Cataluña”? Pues mira qué bien.

Más reciente aún, y en tema no menos candente, Mariano Rajoy hace unos pocos días descartó que se obligase por ley a las empresas a la equiparación salarial entre hombres y mujeres. “No nos metamos en eso”, cortó, y se lavó las manos afirmando que “las leyes en España son buenas. Nuestro problema no es de leyes”. O sea, que no toca.

Al principio pudo interpretarse que su alboroto lexicográfico, su fraseología sin sentido, era consecuencia de su galleguismo, eso de no saberse si sube o baja las escaleras, pero no. Es torpeza, puro aturdimiento mental capaz de crear frases inocuas como “un vaso es un vaso y un plato es un plato” o gloriosos trabalenguas al estilo de “es el vecino el que elige el alcalde, y es el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde”, curiosa definición de la política electoral municipal. Especialista en la jerga redundante, pasarán a la historia de la vaciedad ideológica arengas de cierre de mitin como aquella de “los españoles son muy españoles y mucho españoles”, con el agravante de quedarse tan ancho después de semejante descripción patriótica. O cuando para responder con acritud a Pablo Iglesias en un Pleno del Congreso echó mano de una complicada aliteración soltando el disparate: “Cuanto peor, mejor para todos; y cuanto peor para todos mejor, mejor para mí el suyo beneficio político”. Ahí queda eso. Y Pablo Iglesias, a ver, flipando.

Las mateduras de pata son antológicas, como cuando protestando por la tregua de 2007 va y suelta en el Congreso como si estuviera el horno para bollos aquello de “ETA es una gran nación”, para corregir ruborizado: “España, es una gran nación”. O cuando en viaje oficial a Lima agradeció al presidente peruano, Ollanta Humala, “el protagonismo y contribución del Gobierno cubano”. O cuando le pillaron con micrófono abierto subido a la tribuna llena de medallas y charreteras el Día de las Fuerzas Armadas rezongando por tener que asistir al “coñazo del desfile, un plan apasionante”.

Es una vergüenza que haya sido, sea y quiera seguir siendo presidente de este país. Lo malo es que la torpeza no se limita a solo a las meteduras de pata de vocabulario. Lo peor es su torpeza política, su incapacidad para resolver los problemas propios de su cargo, sus tragaderas para consentir -cuando no compartir- la corrupción de su partido allá donde toca poder, su empecinamiento por castigar a Catalunya y empantanarla a merced de las coces de unos jueces y fiscales, los de más alta graduación, que le deben su cargo, sus prebendas y su sueldo. Y ahí está, viendo pasar el tiempo, Mariano el Torpe, regodeándose en su trono porque, como dijo el 3 de diciembre de 2015, “para mí, ser presidente de este país es la pera”. Pues eso.