como aliciente inmediato para la tradicional manifestación de apoyo a los presos celebrada ayer en Bilbo, a lo largo de la semana pasada recibió una amplia atención mediática la explicación de uno de los portavoces del EPPK, Jon Olarra, sobre la “total disponibilidad” del colectivo para realizar “aportaciones constructivas” por la convivencia. Hecha pública esta explicación por Agus Hernan, coordinador del Foro Social Permanente, vino a resumirse en que el EPPK estaba dispuesto a reconocer el daño causado y a participar en “un diálogo constructivo” con las víctimas.

Así, en su literalidad, da la impresión de que se trata de un avance, un pasito más “que permitirá avanzar hacia la construcción de un marco de resolución para las personas presas, que busque el equilibrio entre el derecho de las víctimas a la verdad, justicia y reparación y la aspiración de la sociedad de construir un marco de convivencia sin personas presas y huidas”, según opina Agus Hernan. Sin embargo, y obviando el posible oportunismo del momento, es preocupante la enorme dificultad que tiene el EPPK para salir del laberinto a juzgar por las sucesivas e interminables etapas para normalizar la situación y el futuro de las personas presas.

Desde que se liberaron de la imposición de renunciar a los beneficios penitenciarios y a cualquier actitud que pareciese colaborativa con el régimen penitenciario impuesto, las personas integradas en el EPPK han llegado a conclusiones sucesivas que se suponen acordes con la actual normativa de solicitudes personales para acogerse a las ventajas que plantea la legalidad penitenciaria. Pero la realidad es que las personas presas que van saliendo en libertad lo hacen porque ya han cumplido sus condenas, que solamente se está accediendo a “destinos” carcelarios como trabajo en cocina, economato, biblioteca, etc., que en los juzgados de vigilancia penitenciaria apenas constan solicitudes registradas para acogerse a los beneficios penitenciarios.

No es fácil saber si esa dificultad para aliviar la situación de las personas presas depende solamente de la rigidez y la intransigencia de las instituciones españolas, o si las sucesivas y repetitivas conclusiones del EPPK son fruto de unas asambleas imposibles, o si están sometidas a las instrucciones de quienes en cada momento político tienen poder de decisión. El caso es que esto avanza muy lentamente.

La salida a una situación cronificada por décadas de dinámica violenta, en realidad, no está resultando nada fácil. El reconocimiento público del error es complicado, tan complicado que es necesario envolverlo en un blindaje semántico que le proteja de un relato partidario. Las personas presas, según el EPPK, están dispuestas a reconocer el daño causado pero de ninguna manera ni ese colectivo ni el sector político afín va a añadir el adjetivo injusto a ese daño, como se comprobaba a la hora de no firmar documentos que lo incluyan como se vio el pasado martes en el homenaje al concejal de Zarautz asesinado por ETA hace 20 años. En esas claves semánticas volvemos al término condena, absoluta e históricamente vetado en las declaraciones de la izquierda abertzale ante hechos violentos. Es la enorme dificultad de transmitir a la sociedad vasca que ETA fue un injusto y trágico error. Demasiados años de modelo épico, demasiados años siendo respetada, marcando estrategias, demasiado sacrificio, demasiado sufrimiento. Y de nuevo el subterfugio semántico: no hablar de disolución de ETA, sino de su desmovilización. Algún sentido querrán darle al término. El EPPK, un pasito más, manifiesta su disponibilidad a participar en un diálogo constructivo con las víctimas “en un marco adecuado”, que en definitiva y traducido vendría a significar sin reproches. Difícil marco de debate y convivencia para demandarlo en un diálogo entre víctimas y victimarios.

En cualquier caso, si se pretende seguir avanzando, habrá que asumir que más vale pasito a pasito que en un bloqueo de intransigencias y revanchas. No va a ser fácil evitar que en ese lento y penoso caminar cada parte intente trazar el relato, su relato, porque habrá que olvidarse del imposible relato único. Donde no se perciben avances, ni pasito a pasito, es en el empecinamiento del Gobierno y los dos grandes partidos de la derecha española en aplicar la Justicia del enemigo, la revancha y el aprovechamiento electoral a cuenta del sufrimiento, por supuesto injusto, de las personas presas y sus familias.

Mientras tanto, decenas de miles de personas recuerdan un año más que esas trescientas y pico personas suponen un trastorno doloroso para esta sociedad, al que no podemos resignarnos. Y en Bilbo siguen desfilando, quiero creer que en su gran mayoría movidos por empatía con los que sufren injustamente, y ojalá sean cada vez menos los movilizados por añoranza de la Vanguardia.