Catalunya enfila una legislatura más complicada que la anterior. Llegar al referéndum del 1 de octubre fue difícil y doloroso, pero pasó (no sin dejarnos imágenes inaceptables en un Estado que se llama así mismo democrático).
El 21 de diciembre, pese al espejismo de Ciudadanos, las fuerzas soberanistas catalanas ganaron de nuevo las elecciones. El problema ahora es solucionar el contencioso que tiene el Estado contra la voluntad mayoritaria del pueblo catalán en un contexto, aparentemente, menos ordenado entre las fuerzas catalanas. Lo cierto es que las informaciones que nos llegan de allá no animan.
Yo, como la gran mayoría de nuestro pueblo, miro con cariño a ese otro que reivindica sus derechos, a la par que intento vislumbrar la esperanza de una salida positiva que deseo de corazón. Pero también lo hago con la cabeza, por el indiscutible derecho que tiene esa nación a decidir lo suyo, además de por los previsibles cambios que tendrían lugar en este Estado empeñado en no respetar ni sus propias leyes. Por eso, cada vez me resulta más complicado entender qué está pasando.
El bloque unionista español, aun con sus diferencias, se pone de acuerdo para lo de siempre; no les dan los números para constituir un gobierno, pero sí mantendrán la misma línea en pro de sus intereses nacionales españoles. Esto no sorprende; por el contrario, sí me choca ver que la parte catalana parece improvisar (aunque bien es verdad que con sus líderes en la cárcel o fuera tampoco es fácil).
Los partidos catalanes dieron una lección de organización, capacidad para el acuerdo y el interés común ante el procès. ¿Tanto han cambiado las cosas para que hoy aparenten no tener unidad de acción? Estamos a menos de una semana para que se constituya el Parlament.
ERC y JuntsxCat han llegado a un acuerdo para la Mesa pero todavía no parece que para más; Puigdemont alarga su estancia fuera de su país y cada vez resulta más complicado de explicar; Mas ha renunciado a la presidencia del PDeCat con el argumento de que quiere dejar paso a nuevos liderazgos; Carme Forcadell no optará de nuevo a la presidencia del Parlament; la CUP parece seguir sin enterarse de dónde se la juegan o ERC puede poner en peligro su prestigio si no apuesta decididamente por la unidad soberanista, a lo que no ayuda que su presidente Junqueras esté en la cárcel? La aparente desunión -desbandada dicen en España- está consiguiendo que se froten las manos en Madrid.
Pero aun con todo esto, prefiero ver prudencia y generosidad en las decisiones de Forcadell y Mas por sus causas abiertas en los tribunales, al echarse a un lado y no abandonando el barco como se podría interpretar. Me aventuro a pensar que la investidura contará con la presencia de Puigdemont (aunque ese día le trasladen desde la cárcel) pues sigue siendo el líder del proceso, y también que la mayoría que ya han pactado en el Parlament se reflejará en la constitución del Govern.
Si eso fuera así, comenzaría una legislatura histórica. Es verdad que con enormes riesgos si no pueden actuar para defender lo que ha votado la gente, lo que podría generar frustración en la ciudadanía y rechazo, incluso, a las tesis nacionales catalanas.
Todo está demasiado abierto aun en estas semanas claves para el futuro de Catalunya. No soy yo quién para dar consejos, pero al menos sí para mandar cariño desde Euskadi.