De annus horribilis se podría calificar un 2017 en el que Podemos ha visto retroceder posiciones tras cuatro años de crecimiento continuado. Las discrepancias de la asamblea ciudadana estatal de Vistalegre II que llevaron a las purgas internas, los bandazos en su estrategia para capitalizar el espectro electoral de la izquierda, la fallida moción de censura a Rajoy y la indefinición con respecto al procés independentista de Catalunya han dejado a la formación morada más lejos que nunca del “asalto a los cielos” que preconizaba. Todo lo contrario: al albur de las encuestas, que demuestran su desgaste, la formación deberá batirse el cobre en el ruedo político para recuperar posiciones durante 2018. La primera piedra en el camino se pondrá el 13 de enero, cuando se reúna el Consejo Ciudadano Estatal.
Con una innegable capacidad para capitalizar la agenda política desde sus orígenes, en los que ni siquiera se sentaban en el Congreso, Senado o parlamentos autonómicos, los esfuerzos de Podemos para convertir sus temas en referenciales han caído en picado. Si bien la formación morada, y sobre todo sus principales líderes, conseguían llevar la iniciativa desde el Congreso con notorios golpes mediáticos, lo cierto es que han perdido capacidad de influencia. Pese a aferrarse a la crítica continuada a la galopante corrupción en el Estado, el Tramabus que recorrió las principales ciudades de España no obtuvo el mismo eco que el cosechado con su apelación a la gente versus la casta. La moción de censura al presidente Rajoy, ideada como método idóneo para recuperar el pulso por la proyección que ofrece un mecanismo parlamentario de tanto poder mediático, tampoco logró el efecto esperado. No es de extrañar por ello que la formación redunde este año en uno de sus lemas fetiche -Un pie en las instituciones, mil en las calles- para contrarrestar esa pérdida de iniciativa que incluso reflejan las encuestas. El último sondeo del CIS, hecho público en noviembre, es claro ejemplo de ello: Unidos Podemos y sus confluencias perdieron dos puntos y ha visto ensanchada la diferencia que le saca el PSOE. El indiscutible líder morado, Pablo Iglesias, es el político peor valorado y su electorado está más desmovilizado que nunca, ya que un 10% de los que le dieron su voto en 2016 no volverían a hacerlo en la actualidad y, para más inri, siete de ellos se lo darían a los socialistas. Reactivar la movilización y conseguir revertir la situación de desgaste, como mandaban los preceptos establecidos en la asamblea de Vistalegre II, se antoja imprescindible.
La indefinición con respecto al procés soberanista ha sido otro de los hándicaps de Podemos que, además, amenaza con extenderse al presente año. Catalunya ha sido un foco de desgaste continuado que no se zanjará al menos hasta que se solucione el embrolló catalán. La “confrontación de identidades” no es un marco favorable para los intereses morados, tal y como reconoció el responsable de Sociedad Civil y Movimiento Popular, Rafael Mayoral, para valorar las elecciones del 21-D en el que Catalunya En Comú-Podem (CatECP) perdió posiciones para convertirse en irrelevante en el Parlament. El debate identitario y territorial se le sigue atragantando a Podemos, por lo que será indispensable que clarifique un modelo de plurinacionalidad que pueda encajar no solo en Catalunya y la CAV, si no también en el resto del Estado. Clave será si Podemos redobla su apuesta por el derecho a decidir en Euskadi -en la ponencia de Autogobierno, por ejemplo- y en suelo catalán o si se embarca en hablar “más de España y a los españoles, y no solamente a los independentistas”, como reclamaba la defenestrada Carolina Bescansa.
Podemos siempre ha ansiado situarse por encima del PSOE para centralizar el voto de izquierdas y ser alternativa al PP. Protagonizar el sorpasso. El tiro le salió por la culata en un 2017 en el que ha visto cómo han pasado de censurar la “triple alianza” que formarían socialistas, populares y Ciudadanos para hacer presidente a Rajoy -como explicitaba la tesis de Iglesias que venció en Vistalegre II-, a tenderles la mano después de que Pedro Sánchez recuperar el trono de Ferraz. La vuelta a la secretaría general de Sánchez descolocó al partido, que respondió invitando a forjar una entente con el PSOE para contrarrestar al PP desde el ámbito del Congreso. Fue sellado el pasado julio, aunque los primeros roces no tardaron ni dos semanas en sucederse. La colaboración ha durado lo que ha durado el año. Tras los bandazos estratégicos realizados el pasado año, han sido varios los altos cargos de Podemos que han llamado a mantener una línea uniforme.
La asamblea de Vistalegre II se zanjó con una rotunda victoria de los postulados de Pablo Iglesias de atrincherarse en la izquierda frente a las tesis más transversales de Errejón. El pablismo ganó al errejonismo. Y pese a la llamada a la unidad, pronto comenzaron las purgas internas. El exresponsable de la Secretaría Política y exportavoz fue el primero que fue desplazado de su escaño a la fila de atrás y, de hecho, en la actualidad le ha sido conferida la responsabilidad de vencer a la presidenta madrileña, Cristina Cifuentes (PP), en las autonómicas de 2019. Ese movimiento de pasar a un sillón secundario del Congreso ha sido una constante durante un 2017 que ha visto la irrupción de Irene Montero como respuesta a la caída de toda una fundadora de la formación morada como Carolina Bescansa. Las bajas dirigidas por la cúpula estatal también han afectado a algunos líderes territoriales. La más sonada -y polémica- fue la de Albano Dante Fachín (Catalunya). No obstante, y pese al predicamento del que goza el secretario de Organización Pablo Echenique entre los suyos, la formación morada se afanará en acabar con las luchas de sectores. Es otra asignatura pendiente.
Podemos tiene un complejo esquema de confluencias a lo largo y ancho del Estado. Ha facilitado gobiernos en diferentes territorios -Nafarroa, Comunitat Valenciana, Aragón o Extremadura-, y cogobierna junto al PSOE en Castilla-La Mancha. Pero las tensiones con sus socios y las amenazas de ruptura han sido unas constantes. Los denominados Ayuntamientos del cambio, con las alcaldesas Manuela Carmena -Madrid- y Ada Colau -Barcelona- a la cabeza, también son un valor al alza para un partido que, sin embargo, no ha logrado tener unas legislaturas tranquilas. Afianzar esas confluencias y mantener el orden territorial puede ser imprescindible si Podemos no desea ver cómo su poder territorial cae como un castillo de naipes en 2019, cuando se celebren las elecciones municipales y forales.