los tribunales se pueden llevar por delante el veredicto ciudadano del 21-D. El contundente sopapo de ayer a las lógicas pretensiones de libertad de Oriol Junqueras -jurisprudencia pura para la pésima suerte que les espera a Forn y Jordi Sànchez la próxima semana- anula de un plumazo la fundada corriente popular de que la Justicia está en manos del Gobierno del PP. Pero con la misma determinación cortocircuita otra salida sensata a la gobernabilidad de Catalunya a la que sitúa cada vez más cerca de una situación límite, posiblemente en la que sigue instalada desde que Artur Mas cedió al chantaje de la CUP para no perder entonces la mayoría independentista. Más aún: la unanimidad argumental esgrimida por los tres magistrados en sus conclusiones desestimatorias del recurso del líder encarcelado de ERC tiñe de pesimismo el futuro procesal del conjunto de imputados por el procés, a quienes se les admite su libre apuesta ideológica por la independencia pero se les afea con un implacable castigo los métodos empleados siquiera para proclamarla en voz baja y sin que conste en acta.

Bien es cierto que Mariano Rajoy hubiera deseado la puesta en libertad de Junqueras para que así juegue en la calle sus bazas de hostigamiento contra las ilusiones presidenciales de Carles Puigdemont. Una vez más, el Tribunal Supremo no satisface los deseos de Moncloa en la causa del soberanismo catalán. Ya le ocurrió durante la reciente campaña electoral, cuando el Gobierno deseaba que ningún independentista estuviera en la cárcel. Ahora se repite en plena refriega entre las formaciones independentistas enfrascadas en decidir quién lidera una mayoría y cuya sostenibilidad en el tiempo se ve acosada por el alcance de las causas judiciales.

Para no caer en el ilusionismo absurdo ni en la desesperanza y por encima de declaraciones ingeniosas tipo Rufián, convendría hacerse a la idea de que los jueces van a seguir jugando un papel decisivo en la suerte institucional de Catalunya. Y posiblemente durante mucho tiempo. De un lado, bajo la sombra permanente que acompañará a todos los electos imputados desde el minuto siguiente a su acreditación; de otro, al convencimiento de que nunca existirá un pacto de Estado que permita la gobernabilidad de Puigdemont en suelo catalán. Queda así disuelta la esperanza -alimentada emocionalmente por el deseo y las tertulias- de que el juez Pablo Llarena repararía la ofensa de la Audiencia Nacional, dejando prácticamente en un simple juicio de faltas la revocación de las leyes o el desacato constitucional impulsado dese el anterior Govern.

Frente al efecto de semejante cortapisa, la capacidad de libre decisión se ve ilimitada. Incluso facilita la aparición de soluciones de ciencia-ficción dentro de un carrusel de despropósitos y posiblemente de egos encontrados. Aquel agrio desenlace del procés en el despacho de Puigdemont que propició de inmediato la controvertida aplicación del manido artículo 155 de la Constitución y el inesperado resultado de las urnas dentro del soberanismo ha avivado al límite las tensiones entre ERC y la cohorte del exiliado president.

La sonora ausencia de representantes de Junts per Catalunya y de la CUP durante la vista del recurso de Junqueras explica sin necesidad de comunicado alguno el desafecto entre estas dos almas identitarias. Las diferencias que les separan mientras corre el reloj de Rajoy no se reducen a una cuestión de alcanzar el poder -quién es el presidente siquiera nominal-, sino de cómo hacerlo efectivo con un mínimo de seny institucional y, además, de cómo administrarlo -unilateralidad o diálogo con el enemigo- durante toda una legislatura bajo el ojo avizor del cumplimiento de la ley desde Madrid.

Es imposible legitimar en la esfera internacional la aspiración soberanista de un país defendido por su presidente con el manejo del skype. De la misma forma, es insostenible democráticamente mantener en prisión a un presidente investido por la fuerza de los votos de un Parlament. ¿Qué hacer? La apelación a la racionalidad y a la sensatez -en la doble dirección del puente aéreo- en un escenario tan contaminado supone todo un espejismo, un canto a la ingenuidad voluntarista. La polarización es tan acusada que ni siquiera dos partidos alejados del independentismo como Ciudadanos y Catalunya En Comù Podem se dirigen la palabra para mover siquiera mínimamente el árbol de la Mesa del Parlament. Por todo ello, convendría no echar en saco roto que ayer se empezara a escuchar en la sala de máquinas la opción de ir a otras elecciones. Para seguir viviendo al límite.