Carles Puigdemont, desde Bélgica, lidera la nueva mayoría del independentismo catalán en unas históricas elecciones atípicas, avaladas por una masiva participación que, sin embargo, ha ganado el verbo unionista de la candidata de Ciudadanos, Inés Arrimadas.

Arrimadas acaricia el sueño

Con su amplia victoria en votos frente a una mayoría soberanista, el verbo unionista de Inés Arrimadas se ha ganado el derecho democrático a presentar su programa de gobierno en el Parlament. Predicará en el desierto ante la mayoría soberanista, sí, pero lo hará revestida legítimamente como una alternativa sólida desde la opción constitucionalista. Con sus espectaculares datos, fruto de una campaña bien estructurada y con presupuesto, consolida un mensaje de calado que hasta ahora nunca supo armar la derecha españolista. Al hacerlo, galvaniza las aspiraciones ilimitadas de Albert Rivera para desesperación del un PP sin aliados en Madrid y bajo las garras de la corrupción. De paso, encierra para demasiado tiempo las expectativas del imprescindible debate territorial.

Puigdemont, contra todos

Carles Puigdemont encarna definitivamente el soberanismo ortodoxo para desesperación de ERC. Y lo hace asistido de la fuerza democrática de los votos en unas elecciones legitimadas por tan abultada participación. Con su éxito de anoche, el presidente derrocado por el 155 amarga desde su rebelión el futuro inmediato a Mariano Rajoy, agita el debate judicial sobre el procés y enreda al límite la maneja dentro del independentismo catalán para la constitución de sus dos principales instituciones. De momento, Puigdemont puede con todos cuando se le imaginaba desahuciado en su numantina resistencia al Estado español. Pero el partido solo ha empezado a jugarse. No debería olvidarse que todos los factores propios y exógenos juegan en contra del líder de JxCat. Y, sobre todo, el Código Penal.

Fiasco inesperado

Considerado desde siempre -incluso por Madrid- como el favorito más deseado, identificado como inspirador de una apuesta bilateral menos irritante que la agresiva de Puigdemont, ERC ha fracasado. Relegado como tercera fuerza siente ahora el peso del cáliz sobre el miedo escénico que le supondrá señalar con el dedo quién será su president favorito. En este vapuleo de sus expectativas ha influido negativamente la errónea apuesta personalizada que Junqueras hizo en favor de Marta Rovira, una candidata de prestaciones limitadas. La infantería del independentismo aún se lame las heridas.

Iceta complica a Sánchez

Con un paupérrimo ascenso, Miquel Iceta se estrella en sus expectativas y complica, a su vez, la vida a Pedro Sánchez. Sin un hueco entre la familia unionista por su desapego hacia el frente constitucionalista, el PSC se ha pillado los dedos con la pretendida ambivalencia de sus proclamas. La superioridad de Arrimadas oscurece hasta el límite al candidato socialista y complica sus relaciones después de una campaña que les ha distanciado en la identificación de su enemigo común. Una elección más, el socialismo catalán sigue sin recuperar su histórico espacio y propicia, por contra, que el susanismo desenfunde las lanzas para desesperación de Sánchez que se había creído el cuento de la lechera que le iba contando Iceta de su presidencia factible.

Pura comparsa

Lastrados por transitar con demasiados titubeos en mitad del sandwich de soberanistas y constitucionalistas, esta nueva formación se queda como mera comparsa. Su táctica contemporizadora tampoco era la más adecuada cuando se trataba de un duelo electoral a vida o muerte, de blanco o negro, sin espacio para los matices y el doble lenguaje. Esta formación de izquierdas inmersa en esos debates asamblearios interminables ha acabado por difuminar la esencia de su apuesta inicialmente prometedora; quizá en paralelo al desgaste de la figura de Ada Colau, su icono más municipal que autonómico. Y esta vez el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, no ha influido.

No son tiempos de radicalidad

En esta campaña entre dos gallos del mismo corral, la CUP ha perdido foco hasta dejarse por el camino casi la mitad de su representatividad. Un desenlace demasiado amargo tras haber dispuesto de una capacidad de influencia suficiente para derribar al expresident de la Generalitat Artur Mas, primero, y condicionar después la hoja de ruta del procés. Pero enrocada en un lenguaje extremadamente radical hasta el extremo de situarse de entrada en la República catalana y en la unilateralidad inflexible ha sufrido el desafecto de las urnas, donde duele.

El alto coste del 155

Señalado con el dedo como instructor responsable de la invasión española en Catalunya, el Partido Popular ha acabado pagando, como ya se preveía, un elevado precio en las urnas del 155. Arrinconado definitivamente a la inanidad del pasillo político, el partido que sujeta al Gobierno Rajoy sufrió anoche en carne propia los efectos colaterales de la inédita intervención de la autonomía catalana. Sostenido sobre un candidato más propio del tea party, asiste impávido a una fuga desestabilizadora de votos propios de su acotado granero unionista en favor de Ciudadanos, ahora más poderoso Último de la fila, el PP catalán volverá por enésima vez al diván del desencanto, donde nunca ha sido capaz de interpretar el desafecto que sigue provocando su discurso de la ley más allá de renovar su cabeza de cartel cada vez que hay elecciones.