Pronto cumplirá cuatro años de vida. Es un corto lapso de tiempo, al menos en lo que respecta a los ciclos políticos, en el que Podemos Euskadi ha vivido en una montaña rusa repleta de altibajos en los que va consolidando su mensaje al exterior con buenos resultados electorales, pero sin alcanzar la paz interior. La cohesión de puertas adentro es la asignatura pendiente a la que se enfrentará el recién nombrado secretario general, Lander Martínez. La “integración de las corrientes” en la dirección, tal y como apelaba recientemente un antiguo dirigente, es la carencia a cubrir con urgencia. Los cortos liderazgos de Roberto Uriarte y Nagua Alba no lo lograron. La tarea recae ahora en Martínez, que de partida establecerá sus claves organizativas y políticas a la vez que guarece a las diferentes corrientes bajo un mismo paraguas. Las últimas primarias dibujan un escenario de ligera mayoría para el nuevo secretario general, pero aún así es un momento complejo: 17 representantes del Consejo Ciudadano, el principal órgano ejecutivo, son de su marca. A ello puede sumar su voto y el de otros tres de los cuatro miembros de los círculos. Por su parte, los críticos de Denontzat han logrado 14 y los anticapitalistas, tres.

Al igual que sucediera en la elección de Alba, los bloques se conservan inmóviles año y medio después. A un lado están los errejonistas y al otro, los pablistas. A pesar de los esfuerzos realizados por empastar ambas sensibilidades, la brecha sigue abierta. Tanto es así que los llamamientos efectuados por algunos altos cargos del partido nada más conocerse anteayer los resultados de las primarias han sido un canto a la unidad. “La diversidad es más o menos la misma”, evidenciaba la líder saliente Nagua Alba, si bien animaba a sumar voluntades. La intención de Martínez pasa por integrar en la nueva dirección al colectivo crítico, aunque habrá que ver si recogen el guante, ya que las propuestas organizativas e ideológicas de Denontzat difieren en cuanto a la adaptación a los criterios de Vistalegre II, la reinvención del partido rompiendo de raíz con la labor realizada por la última dirección o la obligación de que cada persona ostente un único cargo.

La ausencia de una estrategia política planificada, la debilidad del liderazgo o la falta de iniciativa propia e incapacidad de alterar la agenda mediática y política vasca son además algunas de las rémoras que los críticos achacan a una dirección saliente que, pese a ello, ha vuelto a hacerse con las riendas del partido. Entre lo poco que coinciden es en la intención de ser alternativa de gobierno en las autonómicas de 2020. Los pablistas, de hecho, son más cercanos a los anticapitalistas. Estos últimos han señalado que cualquier pacto pasará por garantizar el cumplimiento de sus documentos estratégicos.

La heterogeneidad ideológica es una condición inherente de Podemos, pero a su vez es su principal talón de Aquiles. Así lo ha sido desde el principio. Los ecos del 15-M y el carácter rupturista de su oferta irrumpieron con fuerza en Euskadi. Pero no fue hasta que Roberto Uriarte se hizo con el bastón de mando, en febrero de 2015, cuando el partido sentó sus bases. Forzar la maquinaria era obligatorio: las municipales y forales de mayo estaban a la vuelta de la esquina. Ya entonces arrancaron las disputas entre sectores por la confección de las candidaturas y el programa. De hecho la crítica Iratxe Osinaga, que se quedó a poco más de un centenar de votos de ganar a Uriarte, dejó la formación al de un mes.

Tan compleja era la convivencia interna, pero también la relación con la dirección estatal, que Uriarte duró nueve meses en el cargo. Presentó su dimisión -junto a otros 19 miembros del Consejo- por la “política de aparato” de la cúpula. Varios fueron los factores que dinamitaron el partido. A la elaboración de las listas electorales se le unieron los conflictos por la voz propia que buscaba el secretario general en la CAV. En el trasfondo también estaba la pugna que mantenían Pablo Iglesias y su número dos, Iñigo Errejón. El pablismo y el errejonismo salpicaban a la filial en Euskadi. Exculpado Iglesias, el generador de esta situación era el entonces secretario de Organización estatal, el errejonista Sergio Pascual.

Un comité provisional en el que emergieron los candidatos de Bizkaia y Gipuzkoa, Eduardo Maura y Nagua Alba, respectivamente, y el secretario general en Bilbao, Lander Martínez, alineados con Errejón, tomó las riendas de un partido que salió más que airoso del envite de las elecciones generales del 20 de diciembre de 2015. Obtuvo 316.000 votos y 6 escaños -un 26% del censo- para una organización aún en pañales. La primera victoria electoral ejerció de bálsamo y en cierta manera ayudó a la apertura de una nueva etapa en la que cambiaron las tornas. Los afines a Errejón se hicieron con las riendas que hasta entonces estaba en manos de los proclives a Pablo Iglesias.

El cambio de tornas fue más palpable en marzo de 2016 tras las segundas primarias de Podemos Euskadi. Nagua Alba, ya diputada en Madrid, se impuso con el 36% de votos. En segunda posición quedó Pilar Garrido, de la candidatura Kaliangora -que contaba con el auspicio de Uriarte-, con el 32%, y Neskutz Rodríguez, con el 24%. Con las manos libres para implementar las tesis errejonistas, Alba protagonizó una dirección tricéfala con Maura y Martínez que puso los pilares del que sería el mayor éxito de Podemos en suelo vasco. La repetición de las elecciones ante la imposibilidad de constituir un gobierno en Madrid brindó la oportunidad perfecta en junio. Sin disensos internos, la formación refrendó su liderazgo: 330.000 votos y 6 escaños.

Todo era alegría en Podemos Euskadi, aunque no por mucho tiempo. Influenciado por las guerras soterradas que se libraban en la cúpula estatal, que veía como se sucedían las crisis territoriales, esas sacudidas se hicieron perceptibles en una organización que se mantenía fiel a Errejón, aunque Iglesias ganara terreno. En el horizonte se oteaban las autonómicas de septiembre de ese año, que eran una cita propicia para desbancar del Gobierno Vasco a la “casta vasca”, como definían al PNV. La campaña electoral, sin embargo, arrancó con la elección de su candidato a Ajuria Enea. La primera opción era una cara conocida como la jueza Garbiñe Biurrun, pero rehusó la invitación. Quién sí recogió el guante fue Pili Zabala, hermana de Joxi Zabala, secuestrado y asesinado por los GAL en 1983. Con buen cartel por su labor en materia de convivencia pacífica, y con el aval de Alba, la consulta a los simpatizantes se saldó con la victoria de Zabala ante Juan Luis Uria, candidato de los críticos de Kaliangora, que no desaparecieron pese a quedar en un segundo plano meses antes en el Consejo Ciudadano.

Vuelta a la casilla de inicio La oportunidad se presentaba pintiparada para el “ascenso a los cielos” de Podemos. Pero Zabala se diluyó en campaña. La formación morada se cayó de su pedestal en la noche del 25 de septiembre. Se estrenó con 11 escaños, muy lejos del cambio político que vaticinaba. Segunda fuerza de la oposición, se dejó la mitad de las papeletas cosechadas cuatro meses antes. El análisis del batacazo dio pronto paso a las quejas internas por una campaña en la que no habrían logrado conectar con la sociedad. Ser noqueado electoralmente dejó a Podemos de la CAV de nuevo en la casilla de salida. Vuelta a la gresca.

Su entrada en el Parlamento Vasco, en el que se situó en la oposición, no silenció las críticas internas. El Consejo Ciudadano empezó a acumular bajas, además. En paralelo, Zabala quedó relegada de la portavocía y apenas era visible en la Cámara de Gasteiz. La tensión que se venía acumulando amenazó con convertir el partido en una olla a presión. Más, si cabe, cuando en febrero del presente año Iglesias dio un golpe de mando en la Asamblea Estatal de Vistalegre II frente a Errejón e impuso una renovada hoja de ruta estratégica y política, que animó a los pablistas a plantar batalla en suelo vasco. El errejonismo apenas tenía presencia territorial, salvo en Euskadi. Pese a que la dirección de Alba buscó una voz vasca unificada previa, la lenta aplicación de los postulados del cónclave tensó la cuerda. En agosto llegó la puntilla, cuando un importante número de círculos de la CAV exigió un cambio de rumbo. La secretaria general respondió abriendo paso a un nuevo proceso de primarias, que se ha solventado esta semana en favor de Lander Martínez. ¿A la tercera será la vencida?